Con la simpleza triste del fado se apagó la vida de Amalia da Piedade de Rebordao Rodrígues, más conocida como Amalia Rodrígues, la mujer que cantó por el mundo la melancolía de Portugal.
Desde que fue encontrada sin vida en su viejo caserón de Lisboa, en la Rua de Sao Bento, la mañana del miércoles, Portugal se inmovilizó.
El gobierno decretó duelo nacional y los acontecimientos en la ex colonia lusa de Timor Oriental y la campaña para las elecciones legislativas de este domingo pasaron a segundo plano.
Miles de lisboetas esperaron durante horas en las puertas de la Basílica da Estrela para dar su último adiós a la "menina" (niña) que comenzó sus incursiones por la adultez vendiendo frutas en el popular barrio de Alcántara y cuya voz, más tarde, cautivó primero a Portugal y Brasil y luego al resto del mundo.
Considerada unánimemente un "símbolo nacional", junto al navegante Vasco da Gama (el fundador del virreinato de la India lusitana), el ex presidente Mario Soares, el escritor José Saramago y al futbolista Eusebio, Amalia Rodrígues es parte del pequeño grupo de portugueses conocidos en todo el mundo.
Amalia da Piedade de Rebordao Rodrígues, simplemente Amalia para los portugueses, nació en Lisboa en 1920, en el seno de una familia severa y temerosa de Dios, donde las mujeres usaban largas faldas negras y se casaban o se morían vírgenes.
Dos fueron los días probables de su nacimiento hace 79 años. La enciclopedia indica el 23 de julio, pero ella insistía haber venido al mundo el primer día de ese mes. "En todo caso, me gusta mantener las dos fechas, así celebro dos cumpleaños", jugueteaba cuando sus biógrafos querian desvelar el misterio.
En 1939, dio sus primeros pasos como intérprete de fado, el desgarrado lamento urbano de los humildes. En 1943, la "menina" de Alcántara viajó a Madrid, donde por primera vez se escucharon estas historias cantadas de los pobres, los marineros y estibadores, las vendedoras de fruta o las prostitutas de Lisboa.
Los portugueses se identifican con el fado como los argentinos con el tango. Es el canto de la "saudade", una palabra sin traducción, una mezcla entre añoranza y nostalgia, que, según explicaba la propia Amalia citando al poeta Fernando Pessoa, "no es una palabra, es un estado del alma".
En 1945, se produjo su consagración internacional, al grabar sus primeros discos en Brasil, país por el cual siempre cultivó un cariño especial, ampliamente retribuido.
A partir de entonces, el éxito no la dejó de acompañar. En 1949, cantó en París y en Londres y al año siguiente, en Roma, Trieste y Berlín. En 1951, se presentó en Mozambique, entonces colonia portuguesa, en el Congo Belga (hoy República Democrática del Congo) y por segunda vez en España.
En 1952, se registró su primer gran éxito en Estados Unidos, al mantenerse 14 semanas en cartelera en Nueva York, ciudad a la que regresó el año siguiente para su primera actuación en televisión. En 1956, conquistó al exigente público del teatro Olympia de París.
Se concretaba así el reconocimiento del mundo. Entró en los grandes salones, conquistó el gusto esquivo de los intelectuales, fue cortejada por los poderosos, pero jamás abandonó el aire dulce y tosco típico de su gente. Amalia, más que nadie, hizo de la localidad del fado una vivencia universal.
Su historia es una de las más singulares del siglo XX portugués, según Angela Caires, una de sus biógrafas: genio, talento, intuición, fama, pudor, veneración y un éxito más allá de lo que parecía imaginable en esta tierra de mar acompañaron a Amalia, "dueña de una de las voces más esplendorosas que el mundo conoció".
Su voz y su postura teatral en el escenario lograron estremecer a norteamericanos, libaneses, japoneses, ingleses, franceses, españoles o italianos, pese a que no entendían ni una palabra de aquel portugués cerrado del fado lisboeta, carente de vocales, difícil de comprender hasta para brasileños.
Durante los años duros de la revolución portuguesa (1974-1976), fue reiteradamente acusada de ser la cantante oficial de "O Estado Novo", la dictadura corporativista de Antonio de Oliveira Salazar y Marcello Caetano, que rigió Portugal con mano de hierro entre 1926 y 1974.
Sin embargo, aquello que toda la izquierda portuguesa consideró durante un cuarto de siglo como un dato histórico, fue estruendosamente desmentido públicamente y de forma categórica por José Saramago, Premio Nobel de Literatura de 1998 y miembro del Partido Comunista (PCP).
"La realidad es siempre mucho más compleja de lo que parece. Esa misma Amalia que era celebrada por el salazarismo muchas veces hizo llegar dinero, a través de terceras persona, al PCP, entonces en la clandestinidad", dijo Saramago.
La confidencia fue confirmada por Carlos Carvalhas, actual secretario general del PCP.
Segun Rubén de Carvalho, responsable cultural del PCP, "la izquierda portuguesa siempre tuvo una relación difícil con el fado, como todas las izquierdas de todo el mundo con las manifestaciones de cultura popular urbana".
La real importancia de Amalia Rodrígues, según De Carvalho, "nace del hecho de cantar como cantó y haber sido una de las grandes pretagonistas de esa realidad contradictoria, apasionante, eterna, sin la cual la historia no se hace, la vida no existe".
"Es ésa la verdadera razón de ser de la izquierda: el pueblo", dijo.
En la noche de Lisboa, en las escaleras empedradas, en el rumor lejano del río Tajo, detrás de las risotadas de algún turista borracho, se impone siempre una melancolía ancestral que termina por parecerse a la Luna. O a un navegante olvidado. O a Amalia Rodrígues. (FIN/IPS/eu ce/mdq/ak-mj/99