COLOMBIA: Cerebros en fuga

Canadá es el destino más frecuente de una nueva ola de emigrantes de colombianos cuya característica común es el alto grado educativo y la búsqueda de una mejor calidad de vida.

En menor medida, también se dirigen a Costa Rica, Ecuador y Australia. En tanto, Estados Unidos y Venezuela, puntos de llegada de olas anteriores, siguen atrayendo un flujo significativo, jalonado por las colonias ya establecidas.

Casi siempre los motivos que anotan en los formularios de los consulados de los países en los que aspiran a establecerse son falta de oportunidades, inseguridad y violencia.

Se trata de colombianos de clase media y alta, profesionales con posgrados y especializaciones, que ante la crisis económica, el desempleo y los secuestros han resuelto poner sus cerebros, y a veces también sus capitales, en fuga.

En este año, han llegado cada día entre 200 y 300 solicitudes de visa y contactos de trabajo a la embajada de Canadá en Bogotá, según la funcionaria Nathalie Smolynec.

En los sectores de mayores recursos económicos, la actual ola emigratoria es el equivalente del fenómeno del desplazamiento interno que afecta ya a 1,5 millones de personas de las clases pobres y marginadas.

Es una suerte de nuevo estadio de una tendencia histórica que ha convertido a la colonia colombiana en la tercera más numerosa en Miami, después de la cubana y la nicaragüense, y la primera, entre legales e ilegales, en Venezuela.

Esa búsqueda de ambientes menos tensos y difíciles para construir empresas o hacer fortuna, aunque no para sobrevivir, pues sus niveles de ingreso frecuentemente están entre los más altos, ha sido constatada por sondeos de opinión.

Según la encuesta de abril de la empresa Gallup Colombia, 30,6 por ciento de las más de mil personas consultadas en las principales ciudades respondió a la pregunta ¿Se iría del país? con un "mejor irse". Una franja un poco mayor, 35 por ciento, contestó que preferiría que sus hijos vivieran en el extranjero.

Pero no harían falta las encuestas, pues el fenómeno es evidente. En los medios sociales y profesionales de médicos, biólogos e ingenieros son frecuentes las crónicas de los que se van, los que lograron la visa y el permiso de trabajo, los que ya "se engancharon" y, por fin, los que ya se establecieron.

Algunos, incluso, lograron la aceptación, viajaron y regresaron, pero no desechan la idea de irse de nuevo.

Alejandra Barbosa, una ingeniera electrónica de 27 años con maestría en administración, casada y madre de un niño de dos años, dijo a IPS que con su esposo, también ingeniero, hicieron dos viajes exploratorios a Canadá y resolvieron postergar el proyecto.

Iniciaron los trámites en 1996, cuando los requisitos eran más exigentes que ahora, y resultaron elegidos, pero como nació su hijo, esperan a que crezca un poco para viajar.

Por ahora, Barbosa trabaja en una empresa canadiense en Bogotá, lo que les garantiza en el futuro "no empezar de cero, pues allá las cosas no son color de rosa y la competencia es terrible".

En cambio, Delio y Liliana, también ingenieros, están decididos a emprender viaje con su hijo de cinco años, "tan pronto salgan los papeles y a trabajar en lo que sea".

Lucy, una química de 38 años, y su esposo, administrador de empresas, ya se establecieron en el norte de Estados Unidos. Ella había estudiado en ese país y tras 10 años en los que nacieron sus dos hijos, montaron dos empresas y sufrieron otras tantas estafas, hicieron las maletas.

"Cuando vengo me da nostalgia de la gente, la comida, la familia. Carlos se ocupa de los niños y de lo doméstico porque aún no encuentra empleo en lo suyo", dijo a IPS Lucy, quien se abre paso entre su profesión y traducciones técnicas.

"Pero vivimos tranquilos. No nos da miedo que los niños salgan al parque a andar en bicicleta, no oímos historias de secuestros de personas cercanas ni vemos masacres en la televisión", afirmó.

Su hermana Florelba, casada con un economista pensionado, se marchó a Canadá el año pasado. "Lo decidieron una noche, después de que dos hombres los siguieron a la salida del banco, los amenazaron con ametralladoras y les robaron la plata", contó.

De la nueva ola de emigrantes de los sectores de mayores recursos ya se ocupan entidades como Fedesarrollo, el más prestigioso instituto de investigaciones económicas del país.

El economista Ulpiano Ayala estima que el país pierde unos cinco millones de dólares, cuando una familia se va del país. "La pérdida grande no es la plata que se invirtió en su educación sino la que deja de aportar a la producción del país", indicó.

La periodista María Jimena Duzán, directora del posgrado de comunicación de la privada Universidad de los Andes y columnista del diario El Espectador, tiene una mirada crítica del fenómeno.

El fenómeno "expone grandes y profundas debilidades de una clase empresarial que no está dispuesta a pasar penurias y que no tiene ningún recato de cambiar de barrio, de país, como quien cambia un carro (automóvil) por otro", afirmó.

A diferencia de olas anteriores donde los que viajaban lo hacían para sobrevivir trabajando en cualquier cosa, los nuevos emigrantes ofrecen al menos un título universitario y otro idioma, generalmente inglés pero también francés.

A fines de la década del 80, el escritor y diplomático Luis Villar Borda se refirió al tema tras una serie de escándalos por matanzas de campesinos colombianos que habían viajado ilegalmente a Venezuela y fueron asesinados luego de ser explotados por terratenientes.

"Ninguna manifestación más patente del fracaso del Estado colombiano y del modelo de sociedad que lo sustenta que el éxodo de varios millones de compatriotas, trabajadores manuales e intelectuales en su generalidad en el curso de los últimos 30 años", escribió Villar Borda. (FIN/IPS/mig/ag/dv-pr/99

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