CHILE: Silva Henríquez, personaje fundamental del siglo XX

El cardenal Raúl Silva Henríquez ingresó hoy a la historia como la mayor figura de la Iglesia católica de Chile en este siglo, por su inclaudicable defensa de los derechos humanos y el profundo contenido social de su gestión como pastor.

Nacido el 27 de septiembre de 1907 en la ciudad de Talca, 258 kilómetros al sur de Santiago, Silva Henríquez encabezó el Arzobispado de Santiago durante 22 años, desde mayo de 1961 hasta el mismo mes de 1983.

Su figura adquirió relieve mundial durante la dictadura del general Augusto Pinochet (1973-90), cuando la Iglesia chilena se constituyó en el primer, y durante largo tiempo único, bastión protector de los perseguidos por la represión estatal.

Mientras el ex dictador permanece bajo arresto en Londres, en Santiago miles de creyentes y no creyentes, desde conservadores a comunistas, rinden homenaje al pastor que dejó como su obra más trascendente la creación de la Vicaría de la Solidaridad en 1976.

La gestión del cardenal como primado de la Iglesia chilena coincidió con tres gobiernos constitucionales de diferente signo: el conservador de Jorge Alessandri (1958-64), el demócrata cristiano de Eduardo Frei Montalva (1964-70) y el socialista de Salv ador Allende (1970-73).

Tras el cruento derrocamiento de Allende, el 11 de septiembre de 1973, Silva Henríquez siguió como arzobispo de Santiago hasta 1983, cuando debió acogerse a retiro a los 75 años de edad, según las normas establecidas poco antes por el Vaticano.

Su trayectoria religiosa comenzó en 1930, al ingresar como novicio a la Congregación Salesiana, un año después de que recibiera el título de abogado en la Universidad Católica de Chile.

Su pasión por las leyes corrió pareja con su vocación religiosa.

En 1934 viajó a Italia, donde obtuvo un doctorado en Derecho en Turín. El 3 de julio de 1938, siempre en tierra italiana, fue ordenado sacerdote y al año siguiente volvió a Chile.

Como salesiano fue un gran educador. Profesor de Teología y fundador de la Federación de Institutos de Educación, además de creador de la revista Rumbos en 1948.

Desde temprano, el sacerdote Silva Henríquez se identificó con el sentido social de la labor eclesiástica, dentro de una tendencia que fructificó durante el papado de Juan XXIII y el proceso del Concilio Vaticano II, iniciado en 1962.

Esta preocupación social se tradujo en el papel que cumplió como organizador del Instituto Católico de Migraciones en 1954 y su labor como primer encargado, desde 1956, de la filial de Caritas Internacional en Chile.

Juan XXIII lo nombró obispo de Valparaíso en 1959, y sólo dos años después, tras la muerte de José María Caro, el primer cardenal chileno, lo designó arzobispo de Santiago, desplazando al conservador obispo Emilio Tagle, principal "candidato" al cargo.

En la primera fase de su período como primado de la Iglesia chilena, y particularmente bajo el gobierno de Frei Montalva, Silva Henríquez impulsó el proceso de reforma agraria con la distribución a campesinos de tierras del patrimonio eclesiástico.

Orador notable, el cardenal dejó numerosas homilías que este viernes se recordaron en radioemisoras chilenas con grabaciones que ofrecen tanto un testimonio de compromiso social y pastoral como un valioso contenido literario.

Gran conversador, entendido en vinos y amigo de la buena mesa, Silva Henríquez desarrolló una sólida amistad con Allende, el político marxista y masón que en 1970 llegó a la presidencia como abanderado de la Unidad Popular.

El cardenal se hizo presente en las masivas concentraciones obreras del Primero de Mayo y en 1971 fue interlocutor privilegiado de Fidel Castro, durante su visita a Chile, a quien convenció de que autorizara una exportación de Biblias a Cuba.

El 13 de septiembre de 1973, a sólo dos días del golpe de Estado, la Iglesia fue la primera en pedir a la Junta Militar encabezada por Pinochet que respetara los derechos de sus opositores y las conquistas alcanzadas por la clase trabajadora.

Esas demandas, así como los pedidos de pronto restablecimiento de la institucionalidad, no fueron oídas por el poder militar, mientras cundía la desesperanza entre las víctimas de una represión que se desataba en gran escala.

Por iniciativa de Silva Henríquez se creó el 6 de octubre de 1973 el Comité por la Paz, un organismo ecuménico con fines humanitarios en que participaron también pastores judíos, luteranos, metodistas y pentecostales.

El comité fue disuelto en noviembre de 1975 entre abiertas presiones de la dictadura. Desde junio de 1974 existía oficialmente la Dirección de Inteligencia Nacional, la DINA, símbolo de la violación sistemática de los derechos humanos.

El cardenal asumió entonces que le correspondía a la Iglesia católica mantener la lucha por la protección de los perseguidos por la dictadura y el 5 de enero de 1976 creó formalmente la Vicaría de la Solidaridad como dependencia del Arzobispado de Santiago.

El 22 de mayo de 1978 comenzó en templos católicos de todo Chile la primera huelga de hambre, de 17 días de duración, de la Agrupación de Familiares de Detenidos-Desaparecidos, nacida bajo el alero protector de la Vicaría.

Fue desde este organismo de solidaridad que en septiembre de 1978 se dan a conocer antecedentes sobre los primeros 613 casos documentados de desapariciones forzadas y que se denuncia en noviembre la existencia de los cuerpos de 15 desaparecidos en hornos de cal de la localidad de Lonquén, cercana a Santiago.

Numerosos otros episodios de denuncia de crímenes represivos y de protección de los derechos humanos quedaron grabados en la historia de la Vicaría de la Solidaridad, cuya trascendencia histórica fue reconocida el 31 de enero de 1986 con el Premio Príncipe de Asturias, en España.

Roberto Garretón, abogado de la Vicaría, subrayó este viernes que toda esa obra habría sido imposible sin la fuerza, la voluntad, la fe, la capacidad de organizador y la generosidad de Raúl Silva Henríquez. (FIN/IPS/ggr/dg/ip-hd/99

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