El ataque de los aliados occidentales a Yugoslavia tiene su origen en la guerra fría, cuando enviaron una expedición de economistas a la federación yugoslava para desmantelar el mercado socialista y provocaron un vacío que pronto se llenó de sangre.
La mayoría de las explicaciones de la tragedia de los Balcanes se concentraron en las centenarias hostilidades étnicas y en las ambiciones ultranacionalistas por el control de la tierra y de las rutas estratégicas por las montañas o hacia el mar.
Sin embargo, en las últimas dos décadas, los banqueros y los burócratas desempeñaron un papel fundamental para sembrar la crisis actual.
"Ya se olvidó la crisis económica profundamente arraigada que precedió a la guerra civil, al igual que el papel de los acreedores externos y las instituciones financieras internacionales", dijo Michel Chossudovsky, economista de la Universidad de Ottawa.
"Para los medios de comunicación internacionales, las potencias occidentales no son responsables del empobrecimiento ni de la destrucción de una nación de 24 millones de personas", señaló.
"No se equivoquen", dijo el especialista en ciencias políticas de la Universidad de San Francisco, Stephen Zunes. "La raíz de la crisis de Kosovo, así como la de la tragedia en Bosnia, es el extremado nacionalismo étnico serbio, que surgió del colapso de Yugoslavia".
Sin embargo, es justo sugerir que la desesperación social causada por los apuros económicos contribuyó en parte a lo que Zunes llama "la visión paranoica de Serbia como una nación sitiada, aislada y amenazada, presentada por el presidente (yugoslavo) Slobodan Milosevic y otros demagogos serbios".
"Las potencias occidentales, al perseguir sus intereses estratégicos individuales y colectivos, ayudaron, desde comienzos de los años 80, a poner a la economía yugoslava de rodillas, lo que contribuyó al estallido de conflictos étnicos y sociales", afirmó Chossudovsky.
Organismos multilaterales como el Banco Mundial se jactaron en los últimos años de sus gestiones de ayuda a los estados sucesores de Yugoslavia destruidos por la guerra, pero siguen "trabajando para cobrar la deuda externa de la ex Yugoslavia mientras transforman a los Balcanes en un lugar seguro para la libre empresa", agregó.
Ese trabajo comenzó en 1980, poco antes de la muerte del mariscal Josef Tito, líder de la guerra de liberación yugoslava contra los nazis y gobernante del país durante 27 años.
Tito mantuvo lo que Zunes llamó "un sistema federal multiétnico pacífico, aunque levemente autocrático".
Eso cambió cuando los acreedores de Belgrado, valiéndose de la fuerza dada por sus préstamos, aumentaron el costo del servicio de la deuda exigiendo mayores tasas de interés internas y devaluaciones de la moneda, las mismas condiciones impuestas ahora a los países en crisis de Asia y América Latina.
El nivel de vida comenzó a caer y el descontento aumentó.
El proceso fue impulsado por el gobierno estadounidense de Ronald Reagan que en 1982 ordenó "mayores esfuerzos para promover una 'revolución pacífica' con el fin de derrocar a los gobiernos y partidos comunistas" y llevar a Europa oriental al redil del libre mercado.
En 1984, Reagan emitió una directriz similar específicamente para Yugoslavia, que no estaba alineada políticamente.
En los días previos a la caída del muro de Berlín en 1989, el presidente estadounidense George Bush se reunió con el primer ministro yugoslavo Ante Markovic en Washington para cerrar un trato sobre ayuda financiera firmado y aplicado por el Fondo Monetario Internacional (FMI) y el Banco Mundial.
Esta "terapia económica", a toda marcha en 1990, alimentó el conflicto entre las provincias de Yugoslavia y el gobierno federal, algo de lo que también se acusa a las instituciones financieras respecto de Brasil, también un país federal.
"Los ingresos estatales que deberían haber sido transferidos a las repúblicas y provincias autónomas fueron dirigidos al servicio de la deuda de Belgrado con los clubes de París y Londres" integrados por acreedores gubernamentales y comerciales, observó Chossudovsky.
"Las repúblicas fueron abandonadas a su suerte. De un solo golpe, los reformadores destruyeron la estructura fiscal federal y dañaron seriamente sus instituciones políticas federales. Esta crisis presupuestal en parte abrió el camino para la secesión formal de Croacia y Eslovenia en junio de 1991".
Para conseguir préstamos occidentales y reestructurar la deuda, Markovic prometió devaluar aun más la moneda, congelar los salarios, recortar los gastos gubernamentales y los programas de seguridad social, y restringir la "autogestión" de los trabajadores, la singularidad de la política laboral yugoslava.
Los bancos fueron reestructurados, lo que contribuyó a la restricción del crédito interno. Los fabricantes quedaron expuestos a la competencia extranjera por la liberalización del mercado, que aumentó las importaciones, algunas pagadas con dinero del FMI.
Hasta 500.000 trabajadores se vieron forzados a renunciar a sus salarios en los primeros meses de 1990 con la esperanza de salvar sus empresas "autogestionadas". Todo fue en vano.
El crecimiento industrial, que había caído a 2,8 por ciento durante 1980-87 y a cero en 1987-88, disminuyó 10,6 por ciento en 1990, según informó el Banco Mundial en 1991. El producto interno bruto (PIB) declinó a una tasa de 7,5 por ciento en 1990.
Según algunos economistas, el PIB cayó 15 por ciento más en 1991, y entre 1990 y 1993, el retroceso sumó aproximadamente 50 por ciento. Entre 1960 y 1980, en contraste, el ingreso nacional había aumentado un promedio de 6,1 por ciento por año.
Los trabajadores fueron privados de su papel como co-directores empresariales y sus empresas quedaron bajo el control de los acreedores.
Muchas empresas fueron consideradas "insolventes", y aproximadamente 1,9 millones de trabajadores, de una fuerza de trabajo total de 2,7 millones, se quedaron sin empleo, según el Banco Mundial.
Bosnia-Herzegovina, Kosovo, Macedonia y Serbia fueron las más afectadas.
Para cuando Markovic comenzó a privatizar las empresas restantes, "las oligarquías republicanas, que tenían visiones de 'un renacimiento nacional' propio, optaron por la guerra, que disfrazaría las verdaderas causas de la catástrofe económica", aseguró en 1992 Dimitrije Boarov, comentarista yugoslavo.
Desde entonces, el análisis económico parece haber sido ahogado por el rugido de los aviones de guerra y la proclamación del presidente Bill Clinton de un "imperativo moral" de proteger a los albaneses de Kosovo de la agresión serbia.
Sin embargo, el martes pasado Clinton pareció evocar la doctrina de Reagan.
"Para tener una relación económica fuerte que incluya nuestra capacidad de vender en todo el mundo, Europa debe ser una llave", dijo Clinton a un sindicato.
Los intereses económicos estadounidenses requieren una "Europa segura, libre, unida, un buen socio nuestro para comerciar", agregó. (FIN/IPS/tra-en/aa/mk/ak/at/aq/if-ip/99