Un ingeniero egresado de la Universidad de la República de Uruguay puso su nombre entre lo más granado de la ciencia de Estados Unidos, al obtener el premio de un millón de dólares para investigación que otorga la Presidencia de ese país a los científicos jóvenes más destacados del año.
El doctor en ingeniería Guillermo Sapiro se acreditó la distinción "The Presidential Early Career Awards for Scientists and Engineers (Pecase)" por sus trabajos en la Universidad de Minnesota.
Este científico forma parte de la sangría de cerebros que sufre Uruguay desde hace más de tres décadas, acentuada en los años 90, pese a lo cual este país sólo es superado por Chile entre las naciones con mayor producción científica de la región en relación al número de habitantes.
Sapiro es profesor del departamento de Ingeniería Eléctrica y Computación del centro universitario de la ciudad estadounidense de Minneapolis, pero conserva su cargo de profesor titular honorario del Instituto de Ingeniería Eléctrica de la Facultad de Ingeniería de la Universidad de la República de Uruguay.
Especialista en procesamiento de imágenes, mantiene una estrecha relación de trabajo en colaboración con el grupo de Tratamiento de Imágenes que dirige Gregory Randall en la única universidad estatal uruguaya.
Su actividad se ha extendido a otras universidades de Estados Unidos y Europa, además de que es convocado reiteradamente por círculos académicos de otros países como India e Israel.
Sapiro, de 36 años, ya fue acreedor del premio Pecase de la Casa Blanca, además de distinciones como la "Beca de Gutwirth para la excelencia especial en estudios graduados", la de "Rothschild para los estudios de post-doctorado" y la "Concesión Temprana del Programa de Desarrollo de Carrera de la Facultad del National Science Foundation".
El ingeniero recibió este jueves en la Casa Blanca la distinción, considerada las más importante que pueda obtener un joven científico en Estados Unidos.
Pese a que el éxito de este científico no es el único obtenido en los últimos tiempos por investigadores uruguayos a nivel internacional, la investigación científica cuenta con muy escaso apoyo oficial y privado.
Uruguay es uno de los países de América Latina y el Caribe que menos invierte en investigación y desarrollo, aunque en la década de los 70 científicos de la Universidad ubicada en Montevideo han hecho varios descubrimientos novedosos para la industria y el agro, fundamentalmente, que están siendo exportados.
Uno de los más difundidos fue el realizado por el actual rector de la universidad estatal, ingeniero Rafael Guarga, quien creó un sistema para combatir las heladas, un flagelo que tanto afecta a los cultivos invernales en el sur de América Latina.
El invento se basa en un rotor que aspira el aire helado del suelo a través de aberturas en la base y lo arroja hacia arriba por encima de las plantaciones de hortalizas y árboles frutales.
La Universidad pública concentra 80 por ciento de la investigación en Uruguay, y de los 1.756 investigadores que aún no han emigrado 81,2 por ciento integran los cuadros universitarios del Estado.
La educación universitaria privada en el país tiene menos de dos décadas de existencia y carece de investigación científica.
La Universidad Católica fue creada a comienzos de los años 80 centra su actividad en áreas humanísticas, mientras que la ORT, cercada a la colectividad judía, pone énfasis en la informática y estudios administrativos.
El porcentaje del presupuesto universitario estatal dedicado al área de investigaciones pasó de cinco por ciento a comienzos de la década a 20 por ciento en la actualidad.
A juicio del doctor en veterinaria Héctor Lescano, ex asesor de la rectoría de la Universidad de la República para el área de investigación agropecuaria, la creación de la Comisión Sectorial de Investigación Científica en 1990 significó un empuje importante.
Algunos de sus frutos son el desarrollo de una tecnología avanzada para el auxilio de la sordera a un tercio del costo del Norte industrializado, el sofware Genexus, que genera 10 millones de dólares por año a su autor, y el desarrollo de biotecnologías para mejorar el diagnóstico inmunológico del cáncer.
El Consejo Sectorial forma parte del cogobierno universitario, con el objetivo de promover el desarrollo científico y tecnológico, y su trabajo se divide las áreas de ciencias agrarias, ciencias básicas, ciencias de la salud, ciencias sociales y ciencias tecnológicas.
La actividad investigativa de esta casa de estudios está coordinada con el Programa Especial de Desarrollo de las Ciencias Básicas y el Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas, ambos en la órbita del Poder Ejecutivo.
Según el Informe Mundial sobre Ciencia de la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura, Uruguay invierte en investigación un monto equivalente a 0,15 por ciento de su producto interno bruto (PIB), ubicándose en uno de los escalones más bajos en América Latina.
Entre los que mejor atienden el tema en la región se encuentran Cuba y Costa Rica, que invierten 1,25 por ciento del PIB, Brasil, 0,88, y Chile, 0,78. Por debajo de Uruguay sólo están Haití, República Dominicana, El Salvador y Guatemala.
El informe destaca que Uruguay tiene una buena infraestructura universitaria para la investigación y está incluido entre los países que han marcado un auge en ese terreno, que lo llevó a ubicarse en el segundo lugar en producción científica en la región en relación a su población, detrás de Chile.
Pese a ello sólo destina un promedio de 1.100 dólares por año para la formación de estudiantes universitarios, muy por debajo que el resto del Mercosur.
Brasil que dispone 11.500 dólares para cada estudiante, según informó el ex rector de la Universidad de Uruguay Jorge Brovetto, presidente del Grupo Montevideo, que nuclea a los centros de enseñanza terciaria pública del Mercado Común del Sur.
Las autoridades universitarias resaltan que la inversión educativa en Uruguay está aplastada y todo se basa en el sacrificio personal e institucional de profesores, estudiantes y personal no docente.
Los profesores de la Universidad estatal con dedicación total, que incluye el dictado de clases y la investigación, son unos 500.
Las bajas remuneraciones conspiran contra su trabajo. Un profesor en el nivel más alto del escalafón en esas condiciones gana unos 1.800 dólares mensuales, una cifra dos veces y media inferior de la que perciben sus colegas brasileños.
Esta situación es la razón básica de la fuga cerebros hacia los países limítrofes y hacia el Norte industrializado, como es el caso del ingeniero Sapiro, uno más de la diáspora que se inició a mediados de los años 60 por razones políticas y se acentuó a fines de los 80 por causas económicas. (FIN/IPS/dm/dg/sc-ed/99