Kim Ok, una surcoreana de 46 años, se estableció en Tokio hace 25 años junto a su marido japonés. Por entonces, Kim sufría al buscar infructuosamente comida coreana.
"Fue especialmente grave cuando estuve embarazada. Lloraba y me sentía tan mal que mi marido invitó a mi madre a Tokio", cuenta Kim. La madre decidió dejar su ropa en casa para destinar mayor espacio en sus maletas a los alimentos coreanos que llevaba para su hija.
Kim encuentra hoy en el supermercado las especias y conservas coreanas antes consideradas demasiado olorosas y picantes por los japoneses. También puede adquirir productos exóticos, como sopa de tortuga y carne de perro estofada, preparados por tiendas que abastecen a extranjeros.
"Lo mejor de todo es que los dueños de esos comercios son coreanos, o de otros países, y es muy agradable conversar con ellos sobre mi país o intercambiar recetas mientras hago las compras", relata Kim.
En la era de la globalización, no debería sorprender la disponibilidad de productos de todo el mundo. Pero en Japón se trata de un fenómeno nuevo, ya que durante mucho tiempo, uno de los orgullos nacionales fue la homogeneidad.
Japón, que se aisló del resto del mundo entre 1567 y 1603, negándose al comercio exterior, debe buena parte de su actual fortuna al intercambio en el mercado internacional. Pero su estricta política de inmigración desalienta a muchos extranjeros.
No obstante, la fisonomía de Tokio y sus barrios muestra que las restricciones oficiales en materia de inmigración no han dado resultado.
El Ministerio de Justicia informó que uno por ciento de los 124 millones de habitantes de Japón son inmigrantes, y que la proporción podría duplicarse si incluyera a los extranjeros no registrados y los visitantes que trabajan con visa de turísta.
Los extranjeros son 10 por ciento de los habitantes de Tokio y de otras grandes ciudades, y la imagen del Japón homogéneo cambia lentamente.
"Guste o no, la homogeneidad de la que se preciaba Japón está en peligro, y los cambios deben ser aceptados y discutidos con mucho cuidado", comentó Kyoko Takanashi, un funcionario del gobierno metropolitano de Tokio a cargo de los residentes extranjeros.
Lo residentes extranjeros proceden mayoritariamente de Corea del Sur y de China, y los siguen los filipinos y los brasileños y estadounidenses de ascendencia japonesa.
La colonización japonesa de Asia oriental en los años previos a la segunda guerra mundial determinó la presencia de pequeñas núcleos de población china y coreana en el país, pero la inmigración actual sobrepasa largamente a aquella.
Muchos japoneses sienten una mezcla de temor y fascinación respecto de los extranjeros, como lo demuestra el comentario de Takanashi acerca del "peligro" de perder la homogeneidad.
El aumento de los delitos perpetrados por extranjeros y los informes de la policía sobre la actividad de organizaciones criminales chinas deterioran la imagen de los inmigrantes, especialmente asiáticos, ante la opinión pública japonesa.
Sin embargo, el arribo de inmigrantes permite a los japoneses disfrutar de nuevos comercios y de una gastronomía que desconocían. Las universidades y los colegios revelan que existe un interés creciente entre los estudiantes por las lenguas, danzas y costumbres del resto de Asia oriental.
Midori Sekiyama, de 36 años, inició un pequeño programa de intercambio cultural en su propia casa, que incluye lecciones de cocina tailandesa.
"Disfruto al encontrarme con asiáticos y creo que deberían poder vivir en Japón. Al mismo tiempo, me preocupa que permitan la entrada a más extranjeros, porque podrían romper la seguridad y la exclusividad de nuestra cultura", dice Sekiyama.
La llegada de inmigrantes asiáticos, debido a su número, provocó un fuerte impacto en la sociedad. Muchos arribaron en busca de trabajo, y otros escapan a la represión política en su país.
La cantidad de visitantes alcanzó en 1997 la marca histórica de 4,67 millones, informó el Ministerio de Justicia. La mayoría llegaron al país en busca de trabajo, y la Oficina de Migración inició una investigación sobre los efectos económicos y sociales que provoca el aumento de extranjeros en la sociedad japonesa.
Los cambios más visibles se produjerom en Shinjuku, uno de los distritos comnerciales más activos de Tokio. Allí, muchos propietarios y empleados de bares y restaurantes son inmigrantes de los países vecinos, algo impensable hace dos décadas.
Cada vez más habitantes de la capital descubren que la mejor comida china se puede hallar en pequeños locales Shinjuku.
Al final de un estrecho callejón del distrito de Kabukicho, un nativo de Dalian, localidad cercana a Hong Kong, ofrece en su tienda de comestibles serpientes vivas, ranas, tortugas y cangrejos frescos de Shangai. Esos son los ingredientes de los platos principales de los restaurantes de la zona.
Pero hay quienes creen que muchos extranjeros no permanecerán demasiado tiempo en Japón.
El escritor Mark Schriber, que visita regularmente el país, dijo que varios cocineros y camareros de Shinjuku y Kabukicho, con los que habló, sólo tienen visa de turista, con una duración de dos a cuatro semanas, y que intentan ganar un poco de dinero antes de partir.
Otros dicen que los extranjeros empleados en bares y restaurantes utilizan a Japón de primera escala, mientras procuran obtener visado para entrar en Europa o en Estados Unidos. (FIN/IPS/ap-cr/sk/cb/js/ceb/nc-ff/pr cr/98