Muchos habitantes de la capital de la República Checa recordarán este viernes el trigésimo aniversario del ingreso de los tanques soviéticos que aplastaron el "comunismo de rostro humano" en la ex Checoslovaquia.
Pero para la mayoría de los praguenses el 21 de agosto será un día de verano como otros, mientras procuran convivir con otra invasión, la de los turistas que pululan por las antiguas calles de la capital de República Checa.
"No se puede hacer nada con toda esta gente. Temo que el puente se caiga por el peso", se quejó el jubilado Jan Kral, mientras observaba la corriente interminable de turistas extranjeros que caminaban por el puente Carlos, de 600 años de antigüedad.
Pero es mejor que el puente se abrume por el peso de los turistas de zapatos deportivos y con cámaras fotográficas, y no que lo transiten tanques y botas militares, como el 21 de agosto de 1968, cuando los soldados del Pacto de Varsovia acabaron con el movimiento reformista conocido como la Primavera de Praga.
Durante la época comunista, la ciudad permaneció cerrada al mundo occidental y solo unos pocos aventureros se atrevieron a cruzar la Cortina de Hierro para maravillarse ante la antigua belleza de la urbe.
En la nueva Praga, que tiene alrededor de 1,3 millones de habitantes, es difícil descubrir las señales de la invasión y ocupación ocurridas hace 30 años. Aunque el trigésimo aniversario está recibiendo mayor atención que el vigésimoquinto, de cualquier manera el acontecimiento no concita mucho interés.
La invasión fue uno de los hechos más significativos en las vidas de las generaciones mayores de 50 años, pero la conmemoración oficial será limitada este viernes.
Mientras el presidente checo Vaclav Havel se recupera de una operación quirúrgica, miembros del gobierno asistieron el lunes a la inauguración de una exposición sobre la invasión.
Una delegación oficial asistirá a la conmemoración de la invasión que se realizará en Moscú esta semana y se celebrarán algunos actos públicos y misas católicas, aunque es probable que con poca concurrencia.
Parece que la mayoría de los checos están demasiado ocupados con sus vidas cotidianas, tratando de pasar el caluroso verano lleno de turistas, para preocuparse por algo que ocurrió hace 30 años, en un país, la Checoslovaquia comunista, que ya no existe.
La importancia de 1968 quedó eclipsada por la Revolución de Terciopelo de 1989, la posterior consolidación de la democracia y la economía de mercado, y la división de Checoslovaquia en dos estados soberanos en 1992.
"Pasaron tantas cosas… La ocupación parece tan lejana en la historia. Ya en 1970 o 1971 la gente trató de olvidarla, porque nadie quiere recordar una derrota tan amarga. Ahora otros acontecimientos la han borrado", opinó el ex disidente Pavel Bratinka.
"Sí, yo gano dinero con los turistas. Pero cuando era pequeño la ciudad era mucho más linda. No estaba tan comercializada", dijo un estudiante que entrega folletos publicitarios a los visitantes en la plaza de la Ciudad Vieja.
Pero entonces también Praga estaba ocupada por fuerzas extranjeras.
Temprano en la mañana del 21 de agosto de 1968, tanques soviéticos penetraron la frontera de Checoslovaquia para aplastar los cambios democráticos instituidos por Alexander Dubcek a comienzos de ese año, conocidos como la Primavera de Praga.
Con Dubcek como primer secretario del Partido Comunista, checos y eslovacos experimentaron el "socialismo de rostro humano", que eliminó la censura, dio libertad para viajar al extranjero y permitió cierto grado de pluralismo político.
Pero los soviéticos vieron un peligroso precedente en el experimento de Dubcek. Luego de exigirle varias veces al líder que impusiera control, Moscú "invitó" a los comunistas checos y eslovacos de línea dura a salvar al país de la "contrarrevolución".
Más de 400.000 soldados soviéticos, junto con 100.000 efectivos de otros países del Pacto de Varsovia, ingresaron a Checoslovaquia para imponer su orden. El ejército checoslovaco ofreció una resistencia mínima, pero la población intentó repeler el ataque.
Los carteles de las calles e indicadores de tránsito fueron derribados para confundir a los invasores, se armaron barricadas y miles de personas rodearon importantes edificios públicos en un escudo humano para impedir el ingreso de los extranjeros.
Pero los soviéticos controlaron la situación en pocas semanas y comenzó un período de "normalización" que duró dos décadas e impuso en Checoslovaquia uno de los regímenes más represivos de Europa oriental.
Esta política, como es natural, no derivó en un auge del turismo.
Pero luego del final del régimen comunista en 1989 y el retiro de los soldados soviéticos en 1991, Praga se convirtió en uno de las ciudades europeas más visitadas por los turistas.
Praga es invadida por decenas de millones de turistas, más de 70 veces los que llegaban a esta capital antes de 1989, según distintos cálculos. Los visitantes pasean, toman fotografías y compran recuerdos para llevar a sus países.
Muchos checos evitan el centro histórico durante el verano porque se sienten apabullados por los extranjeros y asombrados por los precios para turistas. Una cerveza en la plaza de la Ciudad Vieja puede costar 10 veces más que un bar en un barrio periférico.
"La vida para los habitantes del centro histórico se está poniendo insoportable. Los precios son más altos y el turismo trae consigo ruidos, ladrones y prostitutas", dijo Josef Stulc, director del Instituto para la Conservación Histórica.
"Los empresarios turísticos están matando a la gallina de los huevos de oro. Cuando conviertan a Praga en Disneylandia y le quiten toda su poesía, magnetismo y singularidad, nadie tendrá interés en visitarla. Es una tragedia", opinó.
El centro de Praga padece una dramática transición desde 1989. Las calles que conducen a los principales lugares turísticos, como la plaza de la Ciudad Vieja y el puente Carlos, están llenas de lugares de comida rápida, tiendas que venden cristales checos y ofrecen recuerdos ordinarios. (FIN/IPS/tra-en/dr/rj/aq/ip/98