Las estrellas eran la única iluminación para Vit Blaho, quien recorría la frontera entre este país y Eslovaquia con sus ojos fijos en los bosques y los oídos alerta para detectar un ruido inusual.
"La suerte es el factor clave para descubrirlos. Ellos son muchos, y nosotros somos pocos", dijo Blaho, un guardia fronterizo checo de 32 años encargado de patrullar un sector de la zona limítrofe para impedir el ingreso de inmigrantes ilegales.
De hecho, en esa fresca noche de verano había apenas cuatro guardias asignados para toda la zona. Blaho recorría a pie un sendero, mientras uno de sus compañeros vigilaba la carretera y otros dos caminaban por un valle cercano, a la zaga de un pastor alemán.
"Necesitaríamos por lo menos siete patrullas para poder cubrir este