Las colinas de Aravalli, en India, volvieron a reverdecer gracias a un proyecto de reforestación de 25 millones de dólares cuya característica más notable fue el protagonismo de las mujeres.
El director del proyecto, J.K.Rawat, destacó que la nueva apariencia de este paisaje otrora amenazado por la desertificación demuestra la importancia de contar con las mujeres por encima de restricciones sociales, económicas, administrativas o técnicas.
Los Aravalli son uno de los sistemas montañosos más antiguos del mundo, con una edad estimada en 3,2 millones de años. Además, cumplen una tarea importante al detener el avance del desierto de Thar hacia la región de Delhi.
Las crónicas medievales hablan de colinas pobladas de espesos bosques, con arroyos y termas, un lugar donde se detenían a descansar los ejércitos mongoles cuando retornaban a Delhi tras sus campañas militares en Occidente.
Pero ese paisaje fue devastado con los años. Una de las depredaciones más fuertes se produjo durante la segunda guerra mundial, cuando los bosques de tierras comunales pertenecientes a los aldeanos de la zona fueron talados con el fin de fabricar carbón.
Este hecho destruyó el ecosistema y el sistema social de los aldeanos, y las colinas del estado de Haryana quedaron completamente desnudas de vegetación.
La acelerada erosión, las inundaciones y la disminución en las fuentes de agua potable generaron alarma entre las autoridades, que en 1990 iniciaron un proyecto de rehabilitación de las colinas con respaldo de la Unión Europea (UE), que asumió 75 por ciento del costo.
El proyecto debió hacer frente a una institución autocrática dominada por hombres conocida como "panchayat", cuyo predominio se extiende por las zonas rurales de India. Entre otras cosas, estas organizaciones comunales consideraban que la reforestación debía concentrarse en especies rentables.
Dos años después que se había iniciado el proyecto, sus gestores decidieron que la clave del éxito estaba en las mujeres, las principales usuarias del terreno comunal de las colinas donde llevan a pastar el ganado, colectan madera para el fogón y pastos para el forraje.
"Ningún esfuerzo de reforestación podía tener éxito sin considerar el interés de las mujeres que usan la purdah (el velo)", dijo M.D. Sinha, oficial del Departamento Indio de Bosques.
Las mujeres de las comunidades de esta zona realizan trabajos físicos más fuertes que los hombres, pero las costumbres les prohíben mostrar su rostro a los extraños o a los ancianos.
El problema inicial era lograr acceso a las mujeres en la conservadora sociedad del estado de Haryana. "Teníamos que encontrar una manera de traspasar el purdah", explicó la experta de la UE, Natalia Alonso Cano.
Para comenzar, el Departamento de Bosques designó guardabosques mujeres y se concentró en fortalecer las capacidades y la posición socioeconómica de las mujeres de la región, con respaldo del programa Mujeres y Desarrollo.
Las mujeres aceptaron participar en los programas de capacitación de las guardabosques, estimuladas por el pago de un honorario de 25 dólares mensuales. Al principio venían acompañadas por sus hombres, "pero pronto nos ganamos su confianza", relató la consultora Harvinder Bedi.
Además, se insistió en tener como interlocutoras a las mujeres y se estableció que ellas debían ocupar al menos tres puestos en los Comités Forestales Comunales de entre nueve y 13 miembros, establecidos en cada una de las 293 aldeas consideradas en el proyecto.
En una segunda fase, el proyecto trató de prevenir que la depredación de las colinas aumentara al capacitar a las mujeres para dejar de usar madera y de arrancar el pasto para el forraje.
Por tres dólares, se les ofrecieron cocinas metálicas capaces de funcionar con biomasa diferente a la madera, como desechos de cosechas, hojas, cáscaras, aunque muchas de ellas prefirieron ahorrarse el dinero e imitar el modelo en barro, que funcionó a la perfección.
En el caso de los pastizales, la recomendación fue que los cortaran en vez de arrancarlos. El proyecto ofreció comprar semillas de pasto, que sólo pueden obtenerse cuando la hierba ya ha crecido, para usarlas en un masivo programa de plantación destinado a proveer materia prima para el forraje.
Hasta 1996, las mujeres habían vendido semillas por un valor de 20.000 dólares, mientras cosechaban 30.000 toneladas de material para forraje al año. Entre tanto, el pasto generaba raíces perdurables que contribuyen a prevenir la erosión.
Las mujeres más pobres obtuvieron empleo en un servicio dedicado a germinar los almácigos necesarios para el programa de reforestación, y llegaron a producir más de tres millones en un año.
El proyecto también involucra a estas mujeres en actividades destinadas a mejorar el manejo comunitario de los recursos obtenidos gracias al proyecto, entre los cuales se incluyen 35.000 hectáreas de bosques.
Así mismo, se les brindó capacitación para oficios que les permitirán elaborar productos y aumentar sus ingresos, y en forma paralela fueron instruidas en el manejo de cuentas de ahorro que sólo ellas pueden administrar, con el fin de proteger su dinero. (FIN/IPS/tra-en/rdr/an/lc-ml/pr-en/98