Millones de personas pasan hambre en el sur de Sudán, pero la situación alimentaria de este país aún puede empeorar debido a problemas financieros que tienen en jaque a los agricultores del este y el oeste del país.
Las hechos conocidos relacionados con la dramática escasez de alimentos en el sur incluyen el abandono forzado de las tierras a causa del intenso conflicto civil entre insurgentes y el ejército, el aumento de los precios y las dificultades para entregar ayuda a millones de personas.
Pero hay otras circunstancias menos evidentes que también amenazan a otras regiones de Sudán. La aplicación estricta de la Sharia (ley islámica) y el aumento de la inflación, estimulado por los gastos bélicos en el sur, son desastrosos para los agricultores del este y el oeste.
En 1997, el panorama alimentario era optimista y se esperaba que las reservas alcanzaran hasta la temporada de cosechas en noviembre de este año. Sin embargo, en numerosas provincias el abastecimiento ya es precario, y aunque produzcan suficiente para abastecerse, no tendrán con qué pagar sus insumos.
A comienzos de los años 80 llegó a Sudán un banco saudí que trabajaba bajo el sistema islámico y que en ocho años abrió 40 sucursales. En 1989, cuando asumió un gobierno musulmán, ese banco se nacionalizó y se impuso el sistema bancario islámico a todo el país.
La mayor parte de los agricultores sudaneses dependen del crédito bancario para desarrollar sus actividades, pero ese tipo de préstamo, similar al utilizado en el resto del mundo, fue eliminado tras la imposición de la ley islámica, que impide a los bancos cobrar intereses.
En el pasado, los agricultores vendían sus productos en el mercado y luego le pagaban a los bancos. El sistema actual los obliga a cancelar los créditos con sus productos, que quedan en manos del banco a un precio acordado previamente, sin tener en cuenta posibles variaciones en las cotizaciones.
El banco entrega el crédito en etapas (arado, siembra, cosecha). Pero pronto los agricultores descubren que el dinero es absorbido por el constante aumento en los precios de herramientas y combustible, ya que los recursos que reciben del banco sí están sujetos a la inflación.
Para cuando recolectan su cosecha, los agricultores deben entregar toda su producción a los bancos. En los últimos años, ni siquiera esto les resulta suficiente para pagar todo lo que deben, y las instituciones financieras no dudan en apropiarse de sus herramientas o ejecutar hipotecas sobre su propiedad.
Este sistema convirtió a lo bancos en operadores de productos agrícolas. Se estima que las instituciones financieras controlan 40 por ciento de las reservas de sorgo del país, un hecho que distorsiona los mercados.
Sin embargo, el Programa Mundial de Alimentos de la Organización de las Naciones Unidas decidió que si iba a ayudar a la población en el sur del país le convenía comprar el sorgo en Sudán, y decidió adquirir una gran parte de las reservas pese a los elevados precios exigidos por los bancos.
La compra causó una escasez de sorgo en el mercado y una situación de pánico en la población, que intentó adquirir la mayor cantidad posible del cereal, situación que fue manipulada por los bancos para cobrar precios aún más elevados.
El futuro parece todavía más complicado.
Desde los años 60, el gobierno estimuló la mecanización del agro y arrendó grandes extensiones de tierra a agricultores que se habían propuesto trabajarlas en forma cooperativa. Así se iniciaron grandes proyectos en la zona este, considerado el "granero" de Sudán.
Pero casi todos esos agricultores dependen de los bancos y en la actualidad muchos ya perdieron sus tractores, herramientas, graneros e incluso sus casas pues les resultó imposible devolver los préstamos.
Esta situación retrasó todo el proceso de cultivo. A mediados de junio esa tierra debería haber estado arada, lista para recibir las primeras lluvias. Ahora aumenta la preocupación pues este año la siembra podría efectuarse demasiado tarde.
En el oeste del país, donde vive la mayoría de los pequeños agricultores de Sudán, hay problemas de sequía, costos elevados y se sienten los efectos del conflicto, que obliga a muchas familias a abandonar sus campos.
Los hombres comenzaron a partir en busca de mejores oportunidades de trabajo en otras regiones, dejando atrás a mujeres y niños que alcanzan a cultivar pequeñas extensiones de tierra, apenas suficiente para la subsistencia.
El aumento en los costos y el sistema bancario desfavorable se complementan con los cambios en la estrategia de financiamiento del gobierno, que restringe su aporte a proyectos agrícolas para concentrarse sólo en aquellos que pertenecen a compañías públicas.
El descalabro agrícola nacional se ve agravado por la necesidad de importar trigo y harina de trigo. El aumento en la demanda de este producto requiere del uso de divisas, un insumo que cada día se torna más escaso en Sudán.
Todos estos ingredientes hacen que a los millones de personas amenazadas por el hambre en el sur del país podrían agregarse muy pronto los habitantes del este y el oeste de Sudán. Y el próximo año podría ser aún peor. —— (*) IPS pone a disposición de sus suscriptores este material por un acuerdo de distribución con la institución internacional de comunicación Panos Features, de Londres. Mohamed Ahmed Ali (no es su nombre verdadero) es un conocido agricultor y comerciante de Sudán. (FIN/PANOS/tra-en/maa/dds/lc-ml/dv/98