La comunidad de origen japonés en Brasil constituye "un puente inmenso que cruza el océano", dijo hoy el presidente Fernando Henrique Cardoso al conmemorar los 90 años del comienzo de una corriente migratoria que ahora va en dos sentidos.
El 18 de junio de 1908 llegaron al puerto brasileño de Santos, cerca de Sao Paulo, los primeros 781 inmigrantes japoneses, contratados para trabajar en agricultura, en especial en la producción de café.
Esa inmigración se acentuó en las décadas siguientes pero se interrumpió en la segunda guerra mundial, cuando los dos países quedaron en campos opuestos.
En 1978, la comunidad de origen japonés ascendía a 700.000 personas. Ahora, esa población se duplicó hasta alcanzar casi 1,5 millones, señaló Cardoso en la celebración que realizada en Rolonia, en el sur de Brasil.
Hace poco más de diez años empezó un flujo migratorio en sentido contrario. Unos 250.000 brasileños descendientes de japoneses fueron a trabajar a Japón.
Pero al contrario que sus padres o abuelos, los llamados "dekaseguis" vuelven, en general, a Brasil luego de algunos años de trabajo duro en Japón, en funciones menos calificadas que ya no agradan a los trabajadores del país asiático.
Su objetivo es ahorrar parte de los sueldos para adquirir inmuebles o abrir una empresa al regresar. Se calcula que envían cada año a Brasil cerca de 4.000 millones de dólares, que ayudan a reducir el déficit de cuenta corriente, que supera 32.000 millones de dólares al año.
Esas remesas, tal como la intensidad de la emigración, se redujo en los últimos tiempos a causa de la recesión en la economía japonesa.
En Rolandia, estado de Paraná, se construirá un Parque Temático Ambiental de Japón, con amplia infraestructura de esparcimiento, y una Villa Japonesa de 50 viviendas, para científicos jubilados y ex gerentes de esa nacionalidad, que prestarán suexperiencia a instituciones públicas y privadas.
El canciller japonés, Keizo Obuchi, participó en la fiesta de los 90 años de migración japonesa, que incluyó un espectáculo de bailes y música típica de los inmigrantes de varias nacionalidades, como alemanes e italianos, además de los japoneses.
Paraná, un estado del sur de Brasil, está poblado por inmigrantes y descendientes de inmigrantes de otras numerosas otras, como ucranianos y polacos, y por cerca de diez por ciento de la comunidad de origen japonés en Brasil.
El presidente brasileño recordó que su mujer, Ruth Cardoso, estudió la vida de los inmigrantes japoneses en su tesis de doctorado "hace 30 años", y homenajeó a la única sobreviviente del grupo pionero de 1908, Tomi Nakagawa, hoy con 92 años de edad.
La emigración en los dos sentidos proporciona una interesante experiencia cultural, al unir dos pueblos de costumbres opuestas, la extremada disciplina y formalidad japonesa junto con la informalidad brasileña.
Al principio aislada y cultivando sus tradiciones, la comunidad japonesa se fue integrando en la sociedad brasileña.
Las fiestras que conmemoran décadas de la inmigración se hicieron tradicionales, pero con una participación cada vez menor de los descendientes, observó Masato Ninomia, vicepresidente de la Sociedad Brasileña de Cultura Japonesa, radicada en Sao Paulo.
"Era mucho más grande cuando celebramos 60 o 70 años de la llegada de los primeros inmigrantes", dijo, y admitió que los descendientes se sienten "cada dia más brasileños".
En Japón también se sienten brasileños y sin posibilidad de integración, a pesar del idéntico origen étnico y, en muchos casos, el dominio de la lengua, pues los "dekaseguis" se organizaron como comunidad extranjera, con comercio, diarios y emisoras propias de televisión. (FIN/IPS/mo/mj/pr cr/98