Las interminables curvas y el empinado camino que llevan a Chichicastenango, a través de un mosaico de bosques y cultivos, no impiden el paso de los ómnibus y vehículos particulares que esperan iniciar, desde temprano, el recorrido de sus callecitas.
Chichicastenango, pueblo indígena situado a unos 150 kilómetros de la ciudad de Guatemala, en el noroccidental departamento de Quiché, se debate hoy entre el turismo y la tradición.
La mística de los ritos mayas en la catedral, los sacrificios ante el ídolo de piedra Pascual Abaj y las manifestaciones de profunda tradición heredada de los indígenas de raza quiché se funden con el catolicismo, en uno de los sitios más concurridos por los turistas locales y extranjeros.
El contraste entre la tradición indígena y el interés por atraer cada día un mayor número de visitantes de todas partes del mundo es notorio, mientras cientos de personas se pasean por las calles con cámaras fotográficas y de video para captar aunque sea un poco del colorido de Chichicastenango.
A este poblado se le conocía antiguamente como Santo Tomás Chuilá y fue allí donde un indígena cristianizado, Diego Reinoso, le narró al fraile domínico Francisco Ximénez lo que hoy se conoce como la Biblia del pueblo quiché: el Popol Vuh.
Cualquier guía de turismo sugerirá visitar el lugar un día jueves o domingo, cuando los indígenas de los alrededores colocan su puesto de venta de artesanías y textiles en un mercado que abarca las calles principales.
En un verdadero laberinto, se encuentra todo tipo de trabajos de artesanía, máscaras, baúles, cinturones, textiles típicos y prendas de vestir confeccionadas al gusto del turista occidental.
El colorido de los tejidos en telar deslumbra a los visitantes, y los vendedores han aprendido el vocabulario indispensable para hacerse entender en italiano, inglés, francés o alemán para regatear con los visitantes.
En Chichicastenango, quienes no se dedican al comercio de artesanías han buscado una fuente de ingresos como guías de turistas. En la puerta de la iglesia, y por menos de dos dólares, los nativos ofrecen relatar a quienes llegan allí el significado de cada uno de los ritos.
Juan Poroj, uno de estos guías, explicó a IPS cómo los descendientes de los mayas colocan ofrendas de velas y flores frente a Santiago y San Martín para pedir por las causas familiares.
"Si se trata de una petición por las niñas, las velas amarillas serán puestas de una en una junto a las flores. Si se trata de pedir por los hijos varones, las velas blancas se encienden de dos en dos", dijo.
Para pedir por la sanación de los alcohólicos se coloca una ofrenda de flores y 10 velas frente a San Pedro y Santa Ana vertiendo aguardiente en ese lugar, explicó Poroj. Santo Tomás, en cambio, es el encargado de velar por una buena cosecha de maíz, frijol y manzana.
Dentro del templo, los altares barrocos se encuentran ennegrecidos por el humo de miles de velas e incienso.
Pero Chichicastenango es algo más que el mercado y la iglesia, por lo que algunos se aventuran a recorrer los alrededores del pueblo, caminar por las veredas y bosques de los cerros, en especial la elevación de Turcaj, donde se realiza la ofrenda a Pascual Abaj.
En este lugar se puede conocer algo más de los guerreros quichés que en 1524 se enfrentaron en Utatlán a Pedro de Alvarado y vieron como arrasaron con la ciudad y sus reyes.
Desde entonces, el pueblo quiché ha luchado por rescatar las enseñanzas de sus antepasados impresas en el Popol Vuh, libro sagrado que recoge leyendas de los antiguos mayas sobre la creación del mundo y la vida de los pueblos indígenas de Guatemala antes de la conquista española. (FIN/IPS/cz/mj/cr/98