La reactivación de las relaciones entre Estados Unidos e Irán será lenta pero está ocurriendo en cierta medida debido a la intermediación del príncipe heredero de Arabia Saudita, Abdullah ibn Abdul Aziz.
La distensión es cautelosa. El presidente de Irán, Mohamed Jatami, llamó a mejorar el vínculo la semana pasada, pero el asesor de Seguridad Nacional de la presidencia de Estados Unidos, Sandy Berger, reiteró la acusación según la cual Teherán apoya al terrorismo y pretende acumular armas de destrucción masiva.
El portavoz de la cancillería iraní Mahmoud Muwahadi declaró que esas acusaciones socavan las esperanzas de una mejoría en los vínculos.
Abdullah, quien se reunió en dos oportunidades con Jatami en la cumbre de la Organización de la Conferencia Islámica (OCI) celebrada el mes pasado en Teherán, tiene mucho trabajo por delante.
El príncipe heredero se congració con Teherán después de que resistió la presión de Washington para levantar el boicot de Arabia Saudita a la Conferencia Económica de Medio Oriente y Norte de Africa (MENA) en Qatar, decidido en protesta por la actitud de Israel hacia el proceso de paz con los palestinos.
Otra razón por la que Teherán se muestra receptivo con Abdullah es el estrecho vínculo del noble saudita con Hafez Assad, presidente de Siria, país que mantiene una alianza estratégica con Irán desde 1980.
Irán no muestra la misma simpatía hacia el rey saudita Fahd ibn Abdul Aziz o hacia su hermano, el príncipe Sultan, a cargo del Ministerio de Defensa los últimos 35 años.
En el círculo de los príncipes sauditas de mayor jerarquía, Abdullah siempre perteneció a la tendencia tradicionalista y nacionalista, cercana a las autoridades religiosas y contraria al grupo modernista que simpatiza con Estados Unidos y es encabezado por el rey Fahd y el príncipe Sultan.
Durante la crisis que sufrió el Golfo tras la invasión de Iraq a Kuwait en agosto de 1990, Abdullah no aprobó la invitación a los soldados de Estados Unidos a Arabia Saudita, a diferencia del príncipe Sultan.
Luego, disconforme con el creciente poderío de las tropas estadounidenses en Arabia Saudita, Abdullah intentó distanciarse de la situación y volvió a Riyad, mientras el resto de la familia real permanecía en Jeddah, la capital veraniega.
Al ser el príncipe de mayor jerarquía, Abdullah, nacido en 1923, fue designado príncipe heredero y primer viceprimer ministro cuando Fahd, dos años mayor, se convirtió en rey y primer ministro en 1982.
Cuando Fahd quedó discapacitado de forma temporaria en 1996, Abdullah asumió el poder supremo, lo que fortaleció su pretensión al trono.
A diferencia de Fahd y Sultan, quienes junto a cinco hermanos más son hijos de Hassa bint Ahmad al-Sudairi, Abdullah es descendiente de Asi al-Shuraim, del clan Rashid, y por tanto ajeno al poderoso círculo denominado los "siete de Sudairi".
Aunque Fahd se recuperó y retomó el poder en enero del año pasado, Abdullah siguió al frente de la política exterior del reino y fue el encargado de anunciar en junio que Arabia Saudita no participaría de la cuarta conferencia MENA a realizarse en noviembre.
Siria, que nunca participó de estos encuentros, reiteró su boicot.
El anuncio se efectuó tras una reunión a principios de junio en Aleppo, Siria, del Grupo de los Ocho de Damasco (integrado por los seis estados del Consejo de Cooperación del Golfo, Egipto y Siria) para analizar las relaciones entre el mundo árabe e Israel.
Pero la decisión de Abdullah debe ser analizada en un contexto más amplio.
Riyad y Washington están tan ligados en materia de economía, defensa e inteligencia militar que no es posible que una alta autoridad, aunque sea el príncipe heredero, se aleje demasiado de la órbita estadounidense.
En todo caso, el futuro de la familia real saudita y la institución de la monarquía autocrática tienen gran peso sobre los príncipes de mayor rango. Abdullah no es la excepción.
Los intereses de Arabia Saudita, que cuenta con 25 por ciento de las reservas petrolíferas del mundo, y Estados Unidos, el mayor consumidor de petróleo del planeta, coinciden y no se oponen.
El suministro de petróleo barato al mundo occidental, asegurado por los gobiernos en Riyad en las últimas décadas, es tan crucial para los intereses de Washington que el presidente Jimmy Carter, del Partido Demócrata, y su sucesor Ronald Reagan, del Republicano, declararon que un ataque a Arabia Saudita se consideraría un ataque contra Estados Unidos.
Ambos líderes se referían a la amenaza de la República Islámica de Irán, gobernada entonces por su fundador, el ayatolah Ruhollah Jomeini.
Arabia Saudita estimó que el régimen revolucionario e islámico de Teherán pretendía socavar el poder de las monarquías del Golfo por lo que se opuso a Teherán.
Las relaciones mejoraron luego de que Riyad se convenció, años después de la muerte de Jomeini en 1989, de que Teherán había abandonado su política subversiva hacia las monarquías árabes del Golfo. Así surgió la decisión de realizar la cumbre de la OCI, con sede en Jeddah, en la capital iraní.
La abrumadora victoria electoral en Irán de Muhammad Jatami, clérigo moderado, en mayo, fue bien recibida por Riyad, en especial por Abdullah.
Abdullah habría recomendado en persona a Jatami que Irán convenza a Washington de que su país ya no representa una amenaza para las monarquías del Golfo.
Se supone que Abdullah también llevó el mismo mensaje al ayatolah Alí Hussein Jamanei, líder religioso supremo de Irán, conocido por sus opiniones radicales y su hostilidad hacia Estados Unidos, al que califica de "potencia arrogante". El noble saudita también se reunió con él en Teherán.
Aunque Irán y Estados Unidos están avanzando con lentitud hacia la normalización de sus relaciones, la iniciativa tiene un aire provisional. Ello es comprensible, ya que la hostilidad de casi dos décadas entre los dos países no puede disiparse en algunas semanas o meses.
Muwahadi, el portavoz de la cancillería iraní, declaró a la prensa en Teherán este martes que su país "no tiene prisa" por restablecer los vínculos mientras Washington mantuviera sus acusaciones sin fundamento.
Pero Abdullah considerará un avance el hecho de que el presidente de Estados Unidos, Bill Clinton, haya aceptado la idea de un intercambio de académicos, periodistas y turistas entre Estados Unidos e Irán.
La mayoría de los analistas concuerdan en que el papel del intermediario entre Irán y Estados Unidos, asumido en el pasado por Argelia y Suiza, cuya embajada en Teherán está a cargo de los intereses de Washington, fue retomado por Arabia Saudita en la persona del príncipe Abdullah.
La situación elevará el prestigio de Abdullah en Arabia Saudita, a expensas del príncipe Sultan, quien sigue siendo su rival en la sucesión al trono. (FIN/IPS/tra-en/dh/rj/aq-mj/ip/98