Bolivia espera el arranque de oportunidades masivas de microcrédito para la producción en el campo y las ciudades y ha cifrado en ellas esperanzas para combatir la pobreza, que alcanza el índice más alto en América del Sur.
Bolivia es un país pionero en la región en la experimentación exitosa del microcrédito como actividad financiera, pero un plan próximo a entrar en vigencia del gobierno de Hugo Banzer, apoyado desde un Viceministerio de la Microempresa, expandirá este servicio a la gran escala.
Los resultados de las primeras incursiones de organizaciones no gubernamentales (ONG) y bancarias en servicios de pequeños préstamos para la producción son contundentes: hasta 1996, 14 instituciones colocaron más de 98 millones de dólares en créditos para 232.000 beneficiarios.
En contraste, el sistema de créditos de la gran banca boliviana opera con la lógica común a la mayoría de los países: mucho dinero concentrado en pocas manos.
Según estadísticas de la Superintendencia de Bancos, hasta la primera mitad de este año 80,5 por ciento de los créditos de la banca se había colocado en sólo 4,1 por ciento de los clientes (esto es, algo más de 8.000 de los 200.000 prestatarios en Bolivia).
El plan de expansión del microcrédito movilizará una aún incalculable cantidad de recursos al área rural y a las ciudades, con fondos de organizaciones internacionales de crédito y también de los municipios locales, que disponen de recursos propios por coparticipación tributaria.
Los que más han desarrollado experiencia en el campo del microcrédito son las ONG y el privado Banco Solidario (Bancosol), que han probado que el crédito a la microempresa no sólo es provechoso para el desarrollo sino también un buen negocio.
Desde 1992, Bancosol da servicios financieros a la microempresa en el área urbana, mientras otro brazo de la misma firma trabaja desde 1984 con microempresarios del área rural.
"Bancar a la microempresa es un buen negocio para el mundo y para el desarrollo del país, y también para los accionistas del banco, pero no lo es si no es bueno para el cliente", dice Michael Chu, presidente del Bancosol.
El éxito de la estrategia de esa entidad bancaria radica en el innovador modelo del "crédito solidario": tres o cuatro personas obtienen un crédito y si una no puede cumplir con sus obligaciones las otras pagan por ella.
"La distorsión del valor confianza despersonaliza al hombre. En la sociedad capitalista, como ya no hay tiempo de conocer a la persona, se le pide garantía del 100 o 150 por ciento y así el crédito se hace inaccesible", explica Julio León Prado, accionista del banco y uno de los empresarios más ricos del país.
El enfoque moderno del Bancosol implica también dejar atrás el asistencialismo clásico cuando se trabaja con personas de escasos recursos: los usuarios son atendidos como "clientes" y no como "beneficiarios", dice Hermann Krutzfeldt, gerente general de la institución.
De los 73.000 prestatarios de Bancosol, 70 por ciento son mujeres, y el préstamo promedio del total de los usuarios es de 658 dólares por persona.
Los microempresarios son "excelentes clientes", dicen los ejecutivos de este banco y lamentan que pese a esa cualidad aún se los concibe como gente con poco capital, poca tecnología y baja productividad.
"Se olvida la extraordinaria creatividad de los microempresarios frente al mercado y su capacidad de enfrentar los riesgos que esto implica", dice el economista Herbert Muller, ex ministro de Estado y miembro del directorio del Bancosol.
La experiencia pionera del Bancosol atrajo la atención de gobiernos y empresarios de varios países interesados en conocer el sistema, entre ellos, Canadá, Estados Unidos, Costa Rica, Honduras, Perú, Brasil, Chile, Tanzania, Zimbabwe, Filipinas e Indonesia.
Según estimaciones de ONG que trabajan en el área, en Bolivia existen actualmente más de 850.000 unidades de microempresarios.
Se calcula que por cada empleo creado por firmas de mayor tamaño, la microempresa genera 2,5. La desocupación afecta en este país a más del 25 por ciento de los activos. (FIN/IPS/jcr/dg/if- pr/97