GRAN BRETAÑA: Nación de luto enfrenta a reina de "corazón duro"

Es una paradoja que una aristócrata enfrentada con la familia real de Gran Bretaña se haya convertida en la "princesa del pueblo" y que su muerte haya influido de forma tan decisiva en el debate sobre el futuro de la monarquía.

Fue el primer ministro Tony Blair quien calificó a Diana Spencer de "princesa del pueblo", a pesar de que su divorcio del heredero de la corona, el príncipe Carlos, la dejó fuera de la familia real.

Al margen de esta gigantesca empresa que es la nobleza británica, Diana dejó de desempeñar tareas oficiales en nombre de su ex marido y de su ex suegra, la reina Isabel II.

Pero esta mujer fallecida el sábado en un accidente de tránsito tenía un gran carácter, si bien controvertido, y logró meterse en el corazón de millones de británicos en tiempos en que muchos consideran a la corona una institución sin sentido.

Las multitudes enlutadas que acudieron a firmar los libros de condolencias en varios palacios reales, alcaldías e incluso supermercados manifestaban en general rechazo a la rigidez y la introversión que caracteriza a la familia real.

Diana, en contraste, se acercó a los desplazados y los minusválidos.

Los portadores de VIH saben del trabajo de la princesa con los enfermos con sida. Los niños saben que no vaciló en dar aliento a los enfermos crónicos. Los británicos de origen caribeño, africano o asiático hallaron en Diana alguien que venció el racismo dominante en la corte que se acercaría a ellos.

Pero, a medida que las multitudes estallaban durante la semana y se alargaba la procesión funeraria planeada para darles cabida, la familia real mostró un silencio sordo hasta que la reina Isabel pronunció su mensaje de duelo este viernes, seis días después de la muerte de Diana de Gales.

Se trataba de un "ser humano excepcional" a quien "admiré y respeté", por su "contagiosa alegría" y la "devoción" en su trato con sus hijos, dijo la monarca.

Pero, hasta entonces, funcionarios de la corona o el primer ministro habían emitido declaraciones ocasionales, y la reina y el príncipe Carlos callaron. Muchos, incluso, se aventuraron a afirmar que la familia real no consolaba a los hijos de Diana, los príncipes Guillermo y Enrique, como era debido.

Solo a la tarde del jueves, cinco días después de la muerte de la princesa, la familia real pareció reaccionar. Y a la mañana de este viernes, la reina se acercó a los dolientes que rodeaban el palacio de Buckingham. "Pudo haber venido antes, pero gracias de todos modos", le dijo uno de ellos.

Se trata de un asunto serio para la corona, el gobierno y el pueblo de Gran Bretaña. La reina no tiene poder. Reina, pero no gobierna, de acuerdo con la fórmula constitucional clásica. Pero es el símbolo que une a la nación en tiempos de crisis.

El problema es que la muerte de Diana provocó la mayor manifestación nacional de emociones desde el fin de la segunda guerra mundial, y la reina no quiso compartir el sentimiento de pérdida con sus súbditos.

El diario The Times, de Londres, alertó el jueves en su editorial que "el fracaso" de la familia real en "responder a las expectativas del público" podría "convertir en furia la melancolía" por la desaparición de la princesa.

Se trata de un difícil dilema para la familia real, cuyas dos últimas generaciones procuraron el aislamiento para evitar el escándalo tras la abdicación forzada del tío de Isabel, el rey Eduardo VIII, por su deseo de casarse con una mujer divorciada en 1936.

Pero esta pretensión resultó, en la práctica, imposible, en una época en la cual el divorcio es común. Hasta el príncipe Carlos debió pasar por eso, al igual que su hermana, la princesa Ana, su hermano, el príncipe Andrés, y su tía, la princesa Margarita.

La reina Isabel intentó modernizar la imagen de la corona al invitar a las cámaras de la prensa y la televisión a retratarla en un ámbito privado.

Como resultado de su concienzuda lectura de las actas del gabinete todas las semanas durante los últimos 45 años, ella sabe más acerca del trabajo del gobierno británico que ningún otro funcionario.

Pero en Gran Bretaña se la juzga más por una fea escena contenida en uno de esos documentales televisados. Su nieta Beatriz, casi una bebé, intentaba subir una escalera del palacio y la reina pasó junto a ella sin siquiera acercarle una mano.

Isabel II creció en una época en la que se reprimía la manifestación de las emociones, y tanto ella como su esposo, el príncipe Felipe, duque de Edimburgo, educaron a Carlos en esa misma línea.

Pero Diana no vacilaba en mostrarse, y muchos británicos deseaban verla. Ella misma decía que actuaba "desde el corazón, no desde la cabeza". Esa actitud dio resultados, y no solo una buena imagen personal. Ella fue quien advirtió al público occidental el peligro que representan las minas antipersonales.

"Diana podía provocar escalofríos en la espina dorsal de un diplomático profesional porque era incontrolable", observó con total admiración el ex secretario de Estado de Estados Unidos, Henry Kissinger.

La reina, el príncipe Carlos, la princesa Ana, el príncipe Andrés y el príncipe Eduardo podrán recuperar algo del prestigio perdido si el pueblo británico considera que guardaron un comportamiento adecuado en el funeral este sábado.

Pero, al parecer, continuará perdiendo la fe en la capacidad de la familia real de brindar algún tipo de corazón a los asuntos de Estado.

La actual generación está en grave peligro de convertirse en un adorno inútil. Pero el príncipe Carlos, de 49 años, se convertirá en rey, si actúa como el pueblo espera de él.

Gran Bretaña deberá esperar otra generación para que el hijo de Diana, Guillermo, se siente en el trono. Y, quién sabe, quizá entonces no haya trono que heredar. (FIN/IPS/tra- en/jmr/rj/mj/ip/97

Archivado en:

Compartir

Facebook
Twitter
LinkedIn

Este informe incluye imágenes de calidad que pueden ser bajadas e impresas. Copyright IPS, estas imágenes sólo pueden ser impresas junto con este informe