Desde 1992, unos 100 futbolistas por año han emigrado de Uruguay, convertido en uno de los países exportadores "de piernas" más importantes del mundo.
Las ventas se han realizado de las maneras más insólitas. Los jugadores parten hacia el exterior desde clubes en los que jamás militaron, o lo hacen contra la voluntad de esas instituciones.
El drenaje es continuo, a tal punto que hay quienes se preguntan si al ritmo actual no llegará el día en que yaa no surjan más futbolistas en un pequeño país de poco más de 3,1 millones de habitantes.
Sin embargo, el fútbol continúa siendo una actividad esencial de promoción social, sobre todo para los jóvenes de los barrios y ciudades más carenciados.
En un seminario realizado recientemente en Montevideo sobre el tema de la emigración, la psicóloga social Araceli de Rocchietti mostró cómo a los niños y adolescentes de las franjas pobres del país sus padres los incitan a dedicarse al fútbol para que un día puedan irse del país y ganar el sustento de toda la familia.
"Si Nicolás Olivera y Marcelo Zalayeta (futbolistas elegidos como los mejores jugadores del Mundial Juvenil disputado este año en Malasia) pudieron llegar, ¿por qué vos no lo harías?", afirmó De Rochietti que una madre de una zona pobre de Montevideo le dijo a su hijo de 10 años.
Lo cierto es que no todos pueden seguir el camino de un Olivera (vendido este mes al Valencia de España en ocho millones de dólares, un récord para el fútbol local), un Enzo Francescoli, ídolo en Argentina después de haberlo sido en Italia, un Marcelo Otero o un Daniel Fonseca, ambos en clubes europeos.
Con excepción de un puñado de clubes, donde perciben altos ingresos, los jugadores uruguayos, incluso de instituciones de primer nivel, deben tener un segundo trabajo para "llegar a fin de mes".
El alicaído fútbol profesional nacional se alimenta permanentemente de jugadores formados en divisiones juveniles, el baby fútbol o los clubes amateurs del Interior del país que "suben" a la capital en busca de mejor destino.
El baby fútbol mueve a 50.000 niños y hacia esa cantera que aquí se acostumbra llamar inagotable se dirigen los clubes. Un niño "con condiciones" es tentado por alguna institución o algún contratista, que lo "señan", le entregan unos miles de dólares, para asegurarse su concurso.
Los contratistas, sobre todo uno, Francisco "Paco" Casal, considerado "el zar" del fútbol uruguayo, juegan en este plano un papel esencial.
Adorado por los jugadores que representa, la gran mayoría de los más notorios del deporte rey en Uruguay, porque les permite acceder a mercados donde perciben ingresos muy superiores a los que ganan en los clubes locales, Casal mantiene relaciones tensas con los clubes.
Si bien es cierto que les permite ganar sumas considerables por el producto de la venta de jugadores al exterior, por otro lado desmantela equipos.
Así le ha sucedido al club Peñarol, uno de los más importantes del mundo por la cantidad e importancia de los trofeos que ha ganado en el plano local e internacional.
El presidente de Peñarol, José Pedro Damiani, declaró recientemente que los dirigentes de los clubes en Uruguay "están pintados", sirven sólo de decorado, porque las verdaderas riendas del poder las manejan los contratistas, en particular Casal.
Peñarol, que aspira este año a lograr su quinto campeonato uruguayo consecutivo y hacia allí enfocó todas sus baterías, había decidido no vender a ninguno de sus jugadores clave hasta diciembre.
Sin embargo, Casal "colocó" en España esta semana, sin consultar a Peñarol, a una de las piezas centrales del equipo, el joven volante de la selección nacional Gonzalo de los Santos.
Según un informe publicado este viernes por el semanario Crónicas Económicas, los pases de jugadores hacia el extranjero se efectúan por vías extrañas, como por ejemplo desde equipos en los que nunca jugaron o en los que permanecen una semana.
Se trata de "triangulaciones" que convienen a todas las partes, pero que escapan a todo control y que incluso estarían violando leyes, indica el diario.
Algunos políticos y dirigentes de clubes se muestran partidarios de regular la actividad de los contratistas y gravar los millonarios ingresos que perciben por la venta de jugadores para destinarlos a mejorar los escenarios deportivos y los ingresos de los jugadores.
Otros, en cambio, manifiestan reticencias a medidas de ese tipo al estimar que trabarían una actividad que es una verdadera industria y que tiene una "función social".
Así lo dijo, por ejemplo, el presidente del club Nacional, el otro "grande" de Uruguay junto a Peñarol, Ceferino Rodríguez, para quien "al fútbol hay que apoyarlo y no explotarlo".
En el mismo sentido se pronunció el principal responsable del club Defensor, Eduardo Arsuaga, según el cual todo lo que trabe el libre funcionamiento de este deporte puede "hacerlo desaparecer".
Arsuaga, cuya institución está anclada en una zona de clase media alta de la capital, es favorable a que el Estado otorgue algún tipo de ayuda al fútbol, como se lo hace en otros países.
También propone subvenciones Nelson Abal, del club Cerro, insertado en una barriada pobre de Montevideo.
"El Estado tendría que dar al fútbol todo lo que éste le aporta a la sociedad. Nosotros quitamos chicos de la calle, que de otra manera podrían ser delincuentes. En este momento tenemos nuchachos de la zona que desayunan y comen en el club", dijo Abal a Crónicas Económicas.
Un proyecto de Lotería Deportiva, presentado en el parlamento en 1995, fue rechazado, votando divididas todas las bancadas. Otro, destinado a reglamentar la actividad de los contratistas, fue archivado el mismo año sin haber sido nunca tratado.
"Con el fútbol pasa como con otras muchas actividades en este país. No se planifica nada, se deja todo a la buena de Dios, y así marchan las cosas", comentó al semanario Brecha el sociólogo y ex director técnico Rafael Bayce. (FIN/IPS/dg/sp-pr-if/97