La suposición general, aún no demostrada conclusivamente, es que las dos bombas colocadas en Jerusalén occidental el 30 de julio fueron obra de Ezzeddin al-Qassam, brazo militar del Movimiento de Resistencia Islámica, Hamas.
Agencias de noticias occidentales recibieron panfletos supuestamente enviados por Ezzedin al-Qassam. "Sugerimos que Israel prepare sus hospitales para recibir a los nuevos invitados que serán golpeados por el pánico con nuestros ataques", alertó uno este martes.
Otro demandó la liberación de prisioneros de Hamas en cárceles israelíes.
Sin embargo, la policía de Israel reconoció que algunas evidencias, en especial el tipo de explosivo utilizado, indican que el atentado podría haber sido lanzado por atacantes basados en el extranjero. Sus familias demoraron en presentarse para lamentar la muerte de los "mártires".
Asumiendo la suposición como verdadera, la muerte de 13 israelíes logró el 30 de julio un doble propósito. En primer lugar demuestra que, en contra de su promesa electoral, el primer ministro de Israel, Benjamin Netanyahu, no logró brindar a su país seguridad y paz.
Además, anticipó correctamente que Netanyahu presionaría tanto sobre el presidente de la Autoridad Nacional Palestina, Yasser Arafat, que este perdería apoyo popular, abriendo el camino a organizaciones islámicas.
Presionando a Arafat, quien internamente está en una posición débil debido a recientes revelaciones de casos de corrupción y mala gestión en altos mandos de su gobierno, Netanyahu empuja hacia abajo a Arafat en los sondeos de popularidad.
Las medidas de Netanyahu no tienen precedentes. Además del cierre rutinario de las fronteras de Cisjordania y la franja de Gaza con Israel, y la prohibición del movimiento de palestinos dentro de esos territorios, se negó a entregar a la ANP los ingresos por impuestos recaudados por Israel.
Asimismo, ordenó a la casi independiente Autoridad de Radiodifusión de Israel que impida las emisiones de la Autoridad de Radiodifusión Palestina.
El primer ministro israelí y sus asesores cercanos parecen no darse cuenta, o no estar dispuestos a asumir, que existe una relación de "suma cero" entre Afafat y los grupos islámicos. Debilitar a Arafat y a la ANP significa automáticamente fortalecer a Hamas y su organización hermana, la Jihad (guerra santa) Islámica.
También parecen perder de vista un punto esencial. Su política de línea dura está engendrando un ambiente en el que la posición de los grupos islámicos se hace cada vez más popular. No es la primera vez que confunden el efecto con la causa.
Sería difícil argumentar convincentemente que Netanyahu está adoptando una posición dura únicamente para asegurar que Arafat cumpla su parte de la negociación eliminando las acciones terroristas contra Israel.
Si hay un castigo por el fracaso, debería haber una recompensa por la buena actuación. Durante un año, desde marzo de 1996 hasta marzo de este año, no explotaron bombas terroristas en Israel. ¿Cómo respondió Netanyahu?
Abrió un polémico túnel en el barrio musulmán de la Ciudad Vieja de Jerusalén, desencadenando una mini-intifada de los palestinos.
Netanyahu logró renegociar el ya aprobado y ratificado II Acuerdo de Oslo de septiembre de 1995, alterando las disposiciones en Hebrón en detrimento de los palestinos, y adquiriendo para sí mismo el derecho a decidir unilateralmente las áreas de Cisjordania de las que se retirarían las tropas israelíes.
Finalmente, dio el sí a la construcción del asentamiento judío Har Homa en Jabal Abu Ghneim, en Jerusalén oriental ocupada.
Tanto Hamas como la Jihad Islámica creen que, contrariamente a lo que sostiene la Organización para la Liberación de Palestina (OLP), el proceso de paz de Oslo no conducirá a la creación de un Estado de Palestina soberano o a compartir Jerusalén con Israel.
También sostienen que Israel pretende que la ANP y Arafat se conviertan en sus criados, al igual el Ejército del Sur del Líbano bajo Antoine Lahad, en el sur del Líbano ocupado, meros subcontratistas para reprimir a los palestinos.
En el análisis final, sostienen, Israel sólo entiende de fuerza y violencia. Pocos meses después del asesinato del primer ministro Yitzhak Rabin por un fanático judío, se produjo la violenta intervención de Hamas y la Jihad Islámica en la primera elección directa de un primer ministro en Israel.
Fueron las bombas suicidas detonadas por activistas de la Bridada al-Qassam en Jerusalén occidental durante dos domingos consecutivos a fines de febrero y comienzos de marzo de 1996 que restaron unos pocos puntos fatales a la popularidad del entonces favorito, Shimon Peres.
Opuesta al I Acuerdo de Oslo, de 1993, al que consideró injusto, la Brigada al-Qassam buscó herir la posibilidad de Peres de ganar las elecciones demostrando que los israelíes aún eran vulnerables a los ataques violentos de militantes palestinos.
También era consciente de que anulando las posibilidades de Peres debilitaría a Arafat, y se crearía un vacío político entre los palestinos que podría ser llenado por Hamas.
Una gran brecha se ha abierto entre Arafat y su base política, el nacionalista Movimiento Fatah.
En el parlamento palestino de 88 miembros, 58 pertenecen o están aliados a Fatah, pero en la votación demandando la renuncia del gabinete de la ANP por corrupción 56 se pronunciaron a favor y sólo cuatro en contra.
Una fuerza contraria es la creciente popularidad de Hamas. En seis de las siete universidades palestinas, el Bloque Islámico, afiliado a Hamas, controla las agrupaciones de estudiantes.
El 19 de julio, una procesión organizada por Hamas en Hebrón para celebrar el cumpleaños del profeta Muhammad convocó a 20.000 personas.
Todo esto sucede en el escenario de cada vez peores condiciones de vida de los palestinos. En la víspera del I Acuerdo de Oslo, el producto interno bruto (PIB) de los Territorios Palestinos Ocupados fue un séptimo del de Israel, a la par del de Gran Bretaña.
Pero las últimas cifras del Banco Mundial revelan que el PIB palestino cayó 39 por ciento durante 1995 y 1996. La desesperanza de la vida de los palestinos, especialmente los jóvenes, es fácil de imaginar.
Bajo las circunstancias para que Netanyahu acumule presión sobre Arafat está la receta de la destrucción de la corriente secular y nacionalista entre los palestinos, generando las condiciones para que los grupos islámicos llenen el consiguiente vacío político.
Los radicales de Hamas estarían demasiado complacidos de ver a Netanyahu seguir este curso. (FIN/IPS/tra-en/dh/rj/lp/ip/97