El representante del gobierno de Estados Unidos Dennis Ross logró la semana pasada, durante una visita de cuatro días, convencer a los servicios de seguridad de Israel y Palestina de que vuelvan a cooperar bajo la periódica supervisión de la CIA.
Esta cooperación incluirá el intercambio de información sobre inteligencia militar y la investigación conjunta de militantes islámicos sospechosos, y, al parecer, será la base sobre la cual se reanudarán las conversaciones de paz entre ambas partes, dijo Ross.
Este modesto logro, al que un alto funcionario estadounidense calificó de "paso de bebé", permitirá que en septiembre se produzca la primera visita de la secretaria de Estado (canciller) a la región.
Albright, que viajará a Israel y la Autoridad Nacional Palestina (ANP) solo si estos acuerdos dan frutos exitosos, portará una nueva fórmula para acelerar el proceso de paz.
Esta iniciativa adelantaría las negociaciones sobre los puntos más espinosos, como el futuro de Jerusalén, ciudad a la ambas partes consideran su capital, la construcción de viviendas para judíos en territorios reclamados por la ANP y la creación de un estado palestino en Cisjordania y Gaza.
La idea es que, al saltear etapas que debieron transcurrir en los meses de congelamiento de las conversaciones, se recuperaría el tiempo perdido por desacuerdos en torno a puntos ya acordados, dijo el funcionario consultado, que reclamó reserva sobre su identidad.
Las diferencias se refieren a la construcción en Gaza de un aeropuerto y un puerto sobre el mar Mediterráneo y de un "corredor seguro" entre ese territorio y Cisjordania.
Pero aun con la esperanza de un mayor involucramiento de Washington, la atmósfera de rencor y desconfianza deja en duda si negociadores que no se pusieron de acuerdo en cuestiones menos conflictivas podrán hacerlo con asuntos importantes.
"Si no logran coincidencias en las cosas pequeñas, ¿cómo podrán negociar problemas tan conflictivos como el futuro de Jerusalén y los asentamientos judíos en territorio palestino? No creo que eso suceda", dijo Gadi Wolfsfeld, analista político en la Universidad Hebrea de Jerusalén.
Ross ocupó la mayor parte de su visita en reclamar a las dos partes que moderaran su retórica, endurecida luego de un atentado en un mercado jerosolimitano que dejó el 30 de julio un saldo de 16 muertos, entre ellos los dos militantes islámicos suicidas que cargaban los explosivos utilizados.
Se trató del atentado número 15 desde 1994, una serie que impidió la generación de una corriente de confianza mutua entre los negociadores. Mientras tanto, las ciudadanías de Israel y Palestina dejaron de creer en los acuerdos a los que asocian más con el sufrimiento que con la paz.
El primer ministro de Israel, Benjamin Netanyahu, está convencido de que el presidente de la ANP, Yasser Arafat, no combatió con suficiente dureza a los militantes, por lo que dispuso nuevas sanciones económicas contra los territorios bajo su jurisdicción.
Por primera vez, el gobierno israelí se negó a transferir parte de los impuestos cobrados a los palestinos, lo que priva a la ANP de unos 40 millones de dólares necesarios para pagar los salarios a sus 78.000 funcionarios.
Las sanciones tienen la finalidad manifiesta de obligar a Arafat a actuar, pero, en cambio, convencieron a la ciudadanía palestina de que el gobierno de Netanyahu no está interesado en la paz sino en someterlos.
Furiosos manifestantes quemaron banderas de Israel y Estados Unidos en Ramallah, Cisjordania, y en la ciudad de Gaza. En Nablus, quemaron un muñeco que representaba a Dennis Ross.
"Las bombas tienen un efecto acumulativo sobre la actitud de los israelíes hacia el proceso de paz, y las acciones del gobierno de Israel tienen efecto sobre la actitud de los palestinos. Hubo una erosión mutua", explicó un diplomático estadounidense que reclamó reserva sobre su identidad.
Netanyahu pretende, en concreto, la extradición de 31 hombres requeridos por Israel y el arresto de entre 120 y 240 militantes islámicos. También exige a Arafat que suspenda a su jefe de policía, Ghazi Jabali, sospechoso de haber ordenado ataques contra colonos judíos en territorio de la ANP.
Los analistas palestinos creen que el gobierno israelí no obtendrá la respuesta que desea.
"Arafat no tiene respaldo público suficiente para ordenar arrestos en masa. Y, por cierto, tampoco para extraditar a nadie a Israel", dijo Khalil Shkaki, director del Centro Palestino de Investigaciones y Estudios en Cisjordania.
Estados Unidos también presiona a Arafat, pues teme que los militantes atenten también contra la infraestructura y fuentes de financiamiento. El viaje de Albright en septiembre dependerá del grado de cooperación de la ANP en ese sentido.
La misión de Albright se decidirá en base a los informes de la CIA (Agencia Central de Inteligencia del gobierno de Estados Unidos) sobre la cooperación israelí-palestina en materia de seguridad.
Una vez que la alta funcionaria visite Israel y Palestina, los diplomáticos estadounidenses creen que se concretarán acuerdos sobre el aeropuerto y el puerto en Gaza y el "corredor seguro" de Cisjordania al mar, así como nuevos retiros de tropas israelíes en territorios reclamados por la ANP.
Israel también podría comprometerse a detener las construcciones de asentamientos judíos en Cisjordania y Gaza y de las viviendas cercanas a Jerusalén oriental que provocaron el último congelamiento de las negociaciones en marzo.
Pero aun así persistirá el escepticismo de ambas partes, pues israelíes y palestinos tienen diferentes definiciones de la paz. "Estamos hablando de diferencias básicas y fundamentales", dijo Reuven Hazan, analista político en la Universidad Hebrea de Jerusalén.
Netanyahu pretende una paz en la que los palestinos vivan en regiones autónomas bajo la égida de Israel que abarquen poco más de la mitad de Cisjordania y la mayor parte de Gaza. Israel conservaría el control total del resto del territorio ocupado, incluso Jerusalén, y los asentamientos continuarían en su lugar.
Los palestinos, en cambio, reclaman la constitución de un estado independiente en toda Gaza y al menos 90 por ciento de Cisjordania. Jerusalén oriental, donde viven 175.000 palestinos, se convertiría en la capital de Palestina y la mayoría de los asentamientos serían desmantelados.
"Sin confianza, sin buena voluntad, no habrá un compromiso para la paz", concluyó Hazan. (FIN/IPS/tra-en/dho/rj/mj/ip/97