ARGENTINA: Prostitutas trabajan gratis, para ellas mismas

En Buenos Aires hay un lugar que congrega a prostitutas callejeras a trabajar gratis, tres veces por semana. Se trata del local propio que consiguieron en una central sindical, adonde se reúnen para organizar un gremio que les permita pelear por sus derechos.

"Tengo los pies arruinados", confiesa a IPS Elena al llegar con gesto de dolor mientras se saca los zapatos de taco aguja y abre un paquete con su almuerzo: un sandwich de carne, comprado de apuro a la hora en que los ingleses toman el té: las 17.00.

Elena tiene 47 años, dos hijos y un nieto. Es una de las 10.000 mujeres que trabajan en las calles de Buenos Aires, siempre huyendo de su principal enemigo: la policía. Hace tres años eran 4.000, pero la crisis y el desempleo empujaron a muchas a las esquinas.

"Ayer se llevaron a dos chicas que comían en un restaurante", contó Elena para ilustrar la arbitrariedad de los uniformados. Pero ella no les tiene miedo. Inició un juicio contra un comisario que la amenazó de muerte por ir a la televisión a denunciar los abusos de la policía.

"Si tenés preservativos en la cartera, te llevan, porque acá todo es al revés, en lugar de resguardarnos como agentes de prevención, nos encierran". Elena asegura que a los clientes que se resisten a usar condones, las prostitutas les explican los riesgos del sida.

"Algunos hombres te dicen 'pero, te parece que yo, con este auto que tengo, puedo tener sida ?', y nosotras les explicamos que el sida no respeta clases sociales ni religiones, ni sexos ni razas", puntualiza didáctica.

Pese a que la policía asegura que en los últimos años, el sida redujo la prostitución en las calles a la mitad, y la duplicó en departamentos, las mujeres del oficio describen un escenario muy diferente, donde cada vez son más las que se largan a la calle por necesidad.

"Es cierto que hay muchas mujeres atendiendo en departamentos, pero esas son las que quieren tener más ropa, las que son ambiciosas, pero no es el caso de las chicas de la calle", distingue Elena.

La falta de trabajo, que afecta a 19 por ciento de las mujeres que integran la población económicamente activa, empuja a muchas de ellas a este oficio. No son ya sólo mujeres solas, hay amas de casa, mujeres sin estudios, algunas veces casadas y con hijos en edad escolar.

"Nosotras nos reímos cuando la policía dice que bajó el número de chicas en la calle", ironiza Beatriz, otra de las meretrices. "Todos los días vemos chicas nuevas, jovencitas, el otro día la policía nos llevó a 30 y una lloraba porque le había dicho al marido que salía a buscar trabajo".

La detención policial por el edicto de "escándalo en la vía pública", permite a los agentes detener a las mujeres por 24 horas. "Si tenés una amiga podés pedirle que te traiga algo, porque muchas salen a trabajar sin que la familia lo sepa", añadió Beatriz.

El perfil de las mujeres que ofrecen sus servicios a través de agencias que publican avisos en los diarios, es diferente del de las mujeres que se animan a salir directamente a la calle.

Las prostitutas que atienden "a domicilio" pueden ser profesionales, empleadas administrativas, estudiantes, y algunas veces pertencen a sectores de la clase media y alta. Algunas son dueñas de los departamentos en los que trabajan.

Las que trabajan en su casa pueden ganar hasta 8.000 dólares mensuales, y hay algunas que ofrecen servicios de acompañantes "para ejecutivos" y pueden exigir hasta 1.000 por la noche.

En cambio, las que hacen la calle no siempre llegan a 1.000 al mes. Y las que se emplean en saunas, casas de masajes, clubes u hoteles, perciben menos aún y son las más explotadas.

"Las mujeres de la calle somos las más desprotegidas, las que tenemos problemas con la policía si paramos en una esquina, o las más explotadas si trabajamos en saunas o clubes", cuenta Elena.

En los saunas se emplean mujeres del interior o de los países vecinos que llegan a Buenos Aires en busca de mejores oportunidades.

"Las toman por un sueldo, las obligan a trabajar entre 12 y 15 horas, y si el cliente no quiere usar profiláctico no lo usa porque allí el que decide es el que paga", dice Elena.

La policía se ensaña con las que caminan la calle sin intermediarios que las protegan. "La prostitución es el segundo gran negocio de la policía después del de las drogas", denuncia Elena.

Entre cliente y cliente -y con el celular encendido- Elena trabaja por la personería jurídica de AMAR (Asociación de Meretrices Argentinas), para tener un sindicato que defienda su derecho a trabajar, a la salud, a la jubilación.

"Tenemos compañeras de 70 y 75 años que siguen trabajando", comentó Carmen, también de AMAR y partícipe activa de las reuniones. El modelo de las mujeres de AMAR es el de sus pares uruguayas de AMEPU, que hace más de 10 años tienen su gremio.

Algunas dirigentes feministas como Marta Fontenla, abogada de la Asociación de Trabajos y Estudios sonre la Mujer, manifiestan su rechazo a la sindicalización, porque facilita la creación de zonas rojas y reafirma el tráfico de personas.

Pero las integrantes de AMAR no quieren saber nada de mujeres intelectuales. Se desvincularon de antropólogas, abogadas y sociólogas que intentaron ayudarlas a organizarse. "Queremos caminar solas", afirmaron sin más explicaciones.

Desde que tienen un local en la Central de Trabajadores Argentinos comenzaron a pelear por sus derechos. Consiguieron hablar con el director de un hospital público -el Hospital Alvarez- para que se las reciba periódicamente para control, sin ser discriminadas.

Carmen tiene 45 años y "por fin" pudo dejar el oficio. Lo cambió por el de mesera de un bar, y compensa la caída del ingreso con la venta de cosméticos. "Estaba cansada del manoseo de la policía", confiesa. Había comenzado a los 20, sola y con un hijo.

"Algunos nos preguntan por qué no trabajamos en servicio doméstico, pero es que para una mujer sola, sin estudios, sin dinero y con un hijo todo es más difícil. Si te toman, lo que te pagan no te alcanza para pagarle a alguien que te cuide al crío mientras trabajas", dice Carmen, que crió sola a su hijo.

El caso de Beatriz es parecido. Ella también llega a la reunión de AMAR, cansada, pero sin maquillaje ni ropa de trabajo. Apenas un jean, remera y zapatillas. "Yo intenté dejar varias veces, pero siempre tuve que volver. Cuando tenés un hijo, y querés que tenga una vida mejor que la tuya, no podés parar", dice.

Beatriz, Carmen y Elena, como muchas otras, se conocieron "en el Departamento Central", el lugar de reunión obligada en las noches cuando la policía sale a recoger mujeres que esperan por un cliente en alguna esquina. (FIN/IPS/mv/dg/pr/97)

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