La derrota del gobierno en las elecciones de Francia evidenció los desafíos de la globalización en aquellos países en que se anuncia el recorte de la ayuda prestada por el Estado a sectores perjudicados por la competencia internacional.
El desmantelamiento del Estado de bienestar en función de los intereses de la competitividad económica no es necesariamente la mejor respuesta, como puede atestiguar el desplazado gobierno neoliberal francés.
Por el contrario, los líderes políticos deben considerar nuevas formas de asegurar que la globalización -el acelerado crecimiento del comercio y la inversión por sobre fronteras- no altere la paz social, según Dani Rodrik, profesor de economía política de la Universidad de Harvard.
El resultado de las elecciones del domingo en Francia refleja las ansiedades relacionadas a la globalización, señaló Rodrik.
El temor de que la derecha francesa cortara las redes de seguridad social jugó un papel clave en los sufragios, y los socialistas, subrayando la necesidad de "una política económica y social al servicio del hombre", lograron una victoria arrolladora, agregó.
Rodrik es autor de "Has Globalisation Gone Too Far?" (¿Ha ido demasiado lejos la globalización?), un libro publicado en abril que provocó una ola de reacciones, por su crítica a economistas de la corriente dominante y porque fue publicado por el Instituto de Economía Internacional (IIE), firme promotor del libre comercio.
Extractos del libro fueron publicados como artículo principal de una serie dedicada a la globalización en la revista Foreign Policy (Política exterior).
El nuevo editor de Foreign Policy, el economista venezolano Moisés Naim, parece dispuesto a convertirla en un gran foro sobre política económica internacional y exterior.
En el libro, Rodrik sostiene que hubo "un intercambio entre el mantenimiento de las fronteras abiertas y el mantenimiento de la cohesión social". Desde la segunda guerra mundial, los Estados de bienestar se expandieron casi precisamente al grado en que sus economías se abrieron a las importaciones extranjeras.
A medida que trabajadores de bajos salarios y baja capacitación salieron perdieron ante estas importaciones, el Estado aumentó el gasto social para "comprar la paz social".
"No es una coincidencia que el gasto social haya aumentado junto al comercio internacional", escribió Rodrik.
"Las economías pequeñas y de gran apertura como Austria, Holanda y Suecia tienen grandes gobiernos en parte como resultado de sus intentos por minimizar el impacto social de la apertura a la economía internacional", agregó.
En los países más abiertos es donde se expandió más el gasto en los sectores más golpeados. Por otra parte, los países con economías mayores y exposición relativamente escasa a las importaciones, como Estados Unidos y Japón, generaron menores redes de seguridad porque no las necesitaban tanto.
"El Estado de bienestar ha sido la otra cara de la economía abierta", escribe Rodrik. En efecto, un "contrato social" se estableció entre el Estado y los actores de la población adversamente afectados por la competencia extranjera.
Esto dio buenos resultados durante las décadas de 1950 y 1960, con el acelerado crecimiento del comercio mundial, al igual que la capacidad de los gobiernos de brindar servicios sociales a los perdedores de la globalización, lo cual fue posible porque la mayor carga del bienestar cayó sobre el capital.
Pero a medida que la liberalización se afianzó en los años '70 y '80, las corporaciones tuvieron mayor libertad de instalar plantas en sitios con menor regulación, menos costos del trabajo y menores impuestos.
El gasto social dejó de crecer, aunque el comercio y la inversión mundiales se aceleraron. A medida que los impuestos y las restricciones al capital comenzaron a caer bajo políticas neoliberales de gobiernos occidentales, el contrato social que antes había comprado la paz sufrió fuertes presiones.
En la actualidad, si se niega el papel vital que los seguros sociales jugaron para permitir la expansión del comercio de la posguerra y se permite la desaparición de las redes sociales, "el consenso doméstico en favor del libre mercado será seriamente erosionado, y crecerán las presiones proteccionistas", alega el experto.
"La victoria de la globalización al precio de la desintegración social será una victoría pírrica", advierte Rodrik.
A la vez, afirma que el gasto social podría ser mucho mejor orientado, por ejemplo, reduciendo los gastos en seguros a la clase media y redistribuyendo el dinero para fortalecer los mercados de trabajo y ofrecer capacitación a los trabajadores.
Rodrik también sostiene que las nociones de "libre comercio" están basadas en "acuerdos sociales prevalecientes" en las potencias occidentales construidos durante décadas.
Si una compañía sale de Estados Unidos para aprovechar ventajas como trabajo infantil e incumplimiento de los derechos de los trabajadores (lo cual sería claramente ilegal si se intentara hacer en ese país), el resultado tiene consecuencias claras sobre las "normas internas" del estado, señala.
Los esfuerzos por controlar las importaciones hechas bajo esas condiciones no son necesariamente proteccionistas, como sostienen ahora los economistas de la corriente dominante, destaca Rodrik.
La globalización genera una desigualdad en el poder negociador que 60 años de legislación laboral intentaron evitar en Estados Unidos. Está, en efecto, erosionando un entendimiento social en pie hace tiempo, agrega. (FIN/IPS/tra-en/jl/yjc/lp-ff/ip-if/97