La campaña de Laurent-Desiré Kabila para voltear al dictador de Zaire Mobutu Sese Seko aprovechó la debilidad de un ejército desmoralizado que no dio pelea y se limitó a cometer sus últimos saqueos.
Sun Tzu, el general chino que creó el arte de la guerra hace 2.500 años, había previsto que "un líder hábil es el que logra derrotar al enemigo sin luchar". Kabila, un guerrillero de nota desde los años 60, conoce, con seguridad, esa máxima.
Su estrategia, al principio oculta en lo que se supuso un simple conflicto étnico, consistió en acercarse a sus objetivos, reunir fuerzas y esperar que los soldados de Mobutu huyeran en puente de plata después de robar cuanto pudieran.
Los tentáculos del gobierno central en Kinshasa habían sido amputados. Mobutu, luego de 31 años en el poder, había sido operado de un cáncer de próstata en Lausana, Suiza, y permaneció allí y en su mansión en Niza, Francia, la mayor parte de la guerra, mientras la guerrilla cercaba la capital.
Zaire es un país inmenso con ricos yacimientos de diamantes, oro, cobre y cobalto, buena producción agrícola y fuentes de energía fluvial. Pero tras el asesinato del líder independentista Patrice Lumumba en 1963, el dinero fue a parar directamente al bolsillo de Mobutu.
El dictador resistió algunas intentonas secesionistas con fuerte respaldo de Occidente, que consideraba al país el dique de contención del comunismo en Africa durante la guerra fría. Pero su poder se fue agrietando poco a poco.
El gobierno central tenía, al inicio de la rebelión en octubre, muy poca influencia en las provincias más alejadas de Kinshasa, como Kivú del Sur y Kivú del Norte, a 2.000 kilómetros de la capital.
La región cuenta con una fuerte población de la etnia tutsi nativa del lugar, los llamados banyamulenge, y al inicio de la campaña también residían allí 1,2 millones de refugiados hutu de las vecinas Ruanda y Burundi.
Entre ellos figuraban unos 40.000 responsables de la matanza de más de un millón de tutsis en Ruanda en 1994, refugiados armados que participaban en operaciones de hostigamiento del ejército zaireño contra los banyamulenge, incitados por el odio hacia la etnia rival.
Los banyamulenge fueron privados de la ciudadanía en 1981 a pesar de que residen en el actual Zaire hace más de 200 años, pues quedaron separados del resto de los tutsis cuando las potencias coloniales se repartieron Africa el siglo XIX.
Poco antes de la rebelión, el ejército asesinó a 300 banyamulenge y detuvo a 50 que nunca más aparecieron, según Amnistía Internacional.
El gobierno de Kivú del Sur dio a los banyamulenge una semana de plazo a comienzos de octubre para abandonar la provincia. Eso desencadenó el ataque de los tutsis ocultos en las montañas Mitumba.
Rebeldes banyamulenge asesinaron el día 6 en un hospital de la región a 28 hutus ruandeses que colaboraban con el ejército de Zaire, a cuatro enfermeros y dos médicos.
Pero el verdadero combate comenzó en el poblado de Uvira el 18 de octubre. Antes del triunfo rebelde, los soldados zaireños robaron vehículos y otros bienes a punta de escopeta. Murieron 200 personas, la mayoría civiles. Entonces, comenzó la estampida de refugiados.
El día 20 comenzó la batalla por la ciudad de Goma, la primera gran conquista de los rebeldes. Los habitantes, que sufrían los sobornos, los robos, los abusos y malos tratos de los mal pagados e indisciplinados soldados, lo vivieron como una liberación.
Kinshasa envío entonces tropas de refresco, que, al enterarse del avance rebelde, se apresuraron a robar vehículos y otros bienes en el poblado de Bukavu.
Los combates llamaron la atención al mundo. George Moose, funcionario de Estados Unidos a cargo de Africa, urgió a Kinshasa a tomar medidas. La alta comisionada de Naciones Unidas para los Refugiados, Sadako Ogata, se mostró preocupada por la inminencia de "una gran catástrofe".
La Organización para la Unidad Africana (OAU) expresó "su grave preocupación" por "incursiones a través de la frontera" de Ruanda, Burundi y Uganda hacia Zaire.
Resultaba evidente, a pesar de los desmentidos, que esos tres países apoyaban a los rebeldes para castigar a los refugiados hutu acusados de atrocidades en sus lugares de origen e impedir su retorno.
El día 28, el ejército ruandés replicó con su artillería a través de la frontera presuntas agresiones de Zaire. Burundi, Ruanda y Uganda admitieron en diciembre incursiones a Zaire para evitar que hutus armados ingresaran a sus territorios.
Sin embargo, esos episodios no llegaron a generar una conflagración internacional abierta.
El Consejo de Seguridad de la Organización de Naciones Unidas (ONU) reclamó el día 29 el cese del fuego y exigió respeto por "la soberanía e integridad territorial" de Zaire.
Pero Muller Ruhimbika, líder de los banyamulenge en el exilio, declaró entonces a IPS en Nairobi que no se trataba de una guerra secesionista, ni tampoco un mero conflicto racial o una operación expansionista de Ruanda. La meta, dijo, era el gobierno de Zaire. El objetivo final, Kinshasa. (sigue