Cientos de manifestantes palestinos se concentran a media mañana, con puntualidad, cerca de los puestos de vigilancia israelíes en Cisjordania para arrojar piedras y bombas incendiarias a los soldados.
En pocos minutos, con la misma puntualidad, gases lacrimógenos y balas de goma surcan el aire y las furiosas multitudes buscan el refugio de los comercios cercanos.
Aquéllos que mantuvieron las máscaras de gas que quedaron en Israel luego de la guerra del Golfo (1991) se arriesgan a tomar los cartuchos de gas y arrojarlos a los soldados israelíes.
En la noche, cuando los manifestantes regresaron a sus hogares, los signos de la batalla permanecen en las calles. Cientos de piedras y botellas rotas se amontonan entre restos de fogatas. El olor del humo y los gases lacrimógenos aún lastima los ojos.
Durante casi un mes, esto se ha repetido casi a diario en Cisjordania. Cinco palestinos murieron en los disturbios. Cientos resultaron heridos. En el mismo período, militantes islámicos suicidas dieron muerte a tres mujeres israelíes.
La violencia callejera es una de las consecuencias (o causas, según de donde se mire) de la suspensión de las negociaciones de paz.
El primer ministro de Israel, Benjamin Netanyahu, y el presidente de la Autoridad Nacional Palestina (ANP), Yasser Arafat, se exigen concesiones muyusd como condición para la reanudación de las conversaciones.
El presidente de Estados Unidos, Bill Clinton, intentó retirar los obstáculos el último mes, cuando se reunió por separado con Netanyahu y tres altos representantes de la ANP.
Si bien no divulgó los detalles, la Casa Blanca dijo haber presentado una iniciativa tendente a acabar con la violencia y permitir que las dos partes vuelvan a sentarse en la mesa de negociaciones.
La propuesta de Clinton, al parecer, incluye demandas de Netanyahu y Arafat y, según observadores en Jerusalén, sería satisfactoria para ambos.
Arafat se vería obligado a abatir las organizaciones terroristas, y Netanyahu, a prometer la suspensión o la desaceleración de las construcciones de asentamientos judíos en Cisjordania y Gaza.
Si esto ocurre, la iniciativa estadounidense sería más realista que la del gobierno israelí, que convocó a celebrar negociaciones intensivas durante entre seis y nueve meses con el objetivo de alcanzar un acuerdo de paz exhaustivo.
Pero la restauración de las negociaciones aún es una incógnita.
"Netanyahu ha dicho que no volverá a conversar hasta que Arafat emita fuertes señales contra el terrorismo, mientras el líder palestino asegura que no se sentará con los israelíes hasta que no detengan las construcciones", recordó el experto en Ciencia Política Gadi Wolfsfeld.
"Ambos subieron demasiado la cerca y no será fácil bajarla", dijo Wolfsfeld, quien da clases en la Universidad Hebrea de Jerusalén.
La crisis se desató cuando el gabinete de gobierno de Israel decidió el mes pasado construir 6.000 viviendas para judíos en el sector árabe de Jerusalén oriental, considerado por los palestinos parte de la capital de su futuro estado.
El conflicto se exacerbó con tres atentados cometidos por suicidas, uno en Tel Aviv, donde murieron dos mujeres israelíes, y otros dos en Gaza, donde solo murieron los comandos.
Desde entonces, Netanyahu y Arafat mantuvieron con firmeza sus posturas. Los acuerdos de paz firmados en Oslo en 1993 y 1995, que aún no fueron implementados con plenitud, penden de un difícil equilibrio.
El suspenso en que se sumieron las conversaciones comenzaron a aislar a Israel en el ámbito internacional en el preciso momento en que los países árabes emitían señales de pacificación.
La Liga Arabe llamó la semana pasada a sus miembros a congelar el proceso de normalización de vínculos con Israel. Aun Jordania, considerada la más cercana aliada árabe de Israel, puso paños fríos a sus relaciones.
Lo que es peor, la cooperación entre palestinos e israelíes en materia de seguridad se suspendió. En cumplimiento de lo pactado en Oslo, Israel entregó a la ANP la mayor parte de Gaza y ocho grandes ciudades de Cisjordania. Unas 450 localidades cisjordanas permanecen bajo control conjunto.
El resto del territorio palestino ocupado, que constituye 73 por ciento del área en disputa, permanece bajo total dominio israelí.
El conglomerado de localidades que comparten 1,3 millones de palestinos y 150.000 judíos obliga a una coordinación entre el ejército israelí y la policía de la ANP para evitar la violencia.
Pero desde el estallido de la actual crisis, los palestinos se han rehusado a cooperar con Israel en materia de seguridad. Los patrullajes conjuntos funcionan apenas en Gaza y cuatro de las ocho ciudades palestinas de Cisjordania.
En los niveles más altos, la cooperación se detuvo por completo. Los palestinos aguardan avances políticos para que el proceso se reanude.
"No puede haber coordinación en seguridad si no se registra ningún progreso en una dirección política", dijo ante las cámaras de la televisión israelí el coronel Jabril Rajoub, a cargo de la oficina de Seguridad Preventiva de Palestina.
La ANP afirma que existe voluntad política para aceptar cualquier plan estadounidense que se emita de acuerdo con la fórmula "territorios a cambio de paz", establecida en los acuerdos de Oslo, e incluya el cumplimiento por parte de Israel de los pactos firmados que aún no fueron concretados.
En ese sentido, Israel se vería obligada a retirar más tropas, permitir la construcción de un puerto y un aeropuerto en Gaza y abrir un pasaje entre Cisjordania y el mar Mediterráneo a través de su territorio.
"No estamos interesados en renunciar" a esos acuerdos, dijo Ziad Abu Amr, integrante del Consejo Legislativo Palestino y profesor de Ciencia Política en la Universidad de Birzeit, en Cisjordania.
Netanyahu propuso entablar sin intermedios las negociaciones finales con la ANP sobre cuestiones espinosas como la situación de Jerusalén, los asentamientos y los refugiados, en rondas intensivas como las que pusieron fin en 1977 a la beligerancia entre Israel y Egipto en Camp David, Estados Unidos.
Pero el propio Netanyahu aseguró a Clinton que su gabinete estaba comprometido con el cumplimiento de los acuerdos de Oslo.
Los observadores advierten que los disturbios diarios no acabarán pronto. En su mayoría prevén más episodios esporádicos de violencia, incluso la incursión en Israel de comandos suicida. Pero, al final, israelíes y palestinos regresarán a la mesa de negociaciones.
"Ambas partes saben que no existe una alternativa realista al camino iniciado en Oslo, pues se dan cuenta de que tienen mucho que perder si el conflicto ingresa en una escalada total", sostuvo Wolfsfeld. (FIN/IPS/tra-en/dho/rj/mj/ip/97