PERU: Los rehenes, desconocidos en las "barriadas"

A escasos kilómetros de la residencia del embajador de Japón, en un barrio periférico de la capital peruana, la suerte que puedan correr los 72 rehenes cautivos de un comando del Movimiento Revolucionario Túpac Amaru (MRTA) importa poco a muchos pobladores.

No es falta de sensibilidad. Sucede simplemente que hay otros problemas más urgentes que atender.

Florencio Rojas, de 32 años, por ejemplo, está más preocupado por conseguir un trabajo estable. "!Qué! ?Todavía no se ha solucionado el problema?", pregunta con la sorpresa pintada en el rostro.

Rojas es uno de los cientos de pobladores del Asentamiento Urbano- marginal" (nombre eufemístico que reciben en Perú las "barriadas" o "villas miseria") Sarita Colonia.

Santa Colonia es una de las docenas de barriadas que se esparcen en el cono este de Lima, el centro poblado más numeroso de esta ciudad de casi ocho millones de habitantes.

Según el último censo de 1993, en ese "cono" sobreviven más de dos millones de personas, 90 por ciento en condiciones de extrema pobreza.

Casi todos son migrantes, de los cuales buena parte fueron desplazados de los Andes centrales por la violencia política estallada a fines de los 80.

Florencio Rojas es padre de cuatro niños y en estos días puede respirar tranquilo: acaba de conseguir trabajo como recogedor nocturno de basura para una empresa privada.

"Mi contrato es de tres meses y me pagarán 300 soles (unos 114 dólares al actual tipo de cambio), que es más de lo que hubiera imaginado, si me renuevan el contrato en abril será como haberme sacado la lotería", dice con alegría.

"Me da pena esto que ha pasado en la embajada, ojalá que no haya muertos de ningún lado porque también los emerretistas tienen derecho a vivir', señala.

La represnetación diplomática japonesa en Lima fue tomada por el MRTA el 17 de diciembre. Los guerrilleros exigen cambiar a los rehenes (que llegaron a superar los 400) en reclamo de la liberación de cientos de sus militantes presos.

Rojas no es de ni de lejos simpatizante del grupo subversivo. "El terrorismo hizo huir de sus pueblos a muchos de mis paisanos", dice.

"Acá (en el cono este de la capital) casi todos vienen de Ayacucho, yo también, pero yo vivía en Lima hacia tiempo, ellos tuvieron que venir obligados por los senderos" (los militantes del grupo insurgente Sendero Luminoso).

"Así se formó este asentamiento y cuando yo supe que los paisanos estaban acá, también me mudé', señala'.

"A este país nadie lo puede cambiar y menos por la fuerza, pero da pena que los maten (a los guerrilleros), ¿no?", agrega.

Sin servicio de energía eléctrica, Rojas se enteró de la toma de la embajada mientras viajaba al centro de Lima en busca de trabajo.

"Lo escuché en la radio del micro (ómnibus pequeño de transporte público). Sentí miedo porque pensé !otra vez el terrorismo!, pero cuando supe que no eran los senderos me sentí más tranquilo. Es que los MRTA no son tan sanguinarios", destaca.

Después, no tuvo tiempo para pensar en el asunto: su hijo de tres años enfermó de neumonía. "Ya no tuve cabeza para nada, pensaba: 'mi hijo se muere y yo sin trabajo. ?Qué podía importarme la suerte de los rehenes?".

El club de madres al cual pertenece Yiovana, su esposa, se hizo cargo de la situación de de su hijo y una promotora de salud – habitante del mismo asentamiento debidamente capacitada- evaluó al niño y dispuso su traslado a un centro de salud.

Los clubes de madres, conjuntamente con los comités de "vaso de leche" y comedores populares, son organismos de sobrevivencia surgidos en las zonas pobres de Perú a instancias de las mujeres, para enfrentar mediante la ayuda mutua los problemas de alimentación y salud de cada comunidad.

"Las condiciones de mi vivienda no son buenas, pero si Dios quiere que siga trabajando, podré ahorrar y techar mi lote", dice con convicción.

Su "lote" consta de unos 50 metros cuadrados cubiertos por esteras (paja tejida): una habitacion que funge de sala-cocina- comedor-dormitorio y un patio trasero donde cría pollos, gallinas, cueyes (roedores andinos nutritivos) y un perro.

No tiene muchos muebles, apenas una cama donde duerme toda la familia, un banquito y una mesa de madera y una cocinita de querosene.

Rojas cuenta que no tiene baño y señala un montículo un poco distante que hace las veces de letrina de la comunidad.

"Cuando escuchaba por la radio que decían pobrecitos (los rehenes) sin poder bañarse, haciendo sus necesidades en un mismo baño, yo no comprendía por qué se asombraban tanto, si así vivimos muchos. ?Será porque ellos son otro tipo de gente, no?", pregunta.

También Estefanía Yauri, de 47 años, enfatiza al respecto.

"Mucha gente se compadece de los rehenes porque dicen que están sin asearse debidamente con tanta calor y a esa misma gente nunca le interesó que hubiéramos otros miles que no sabemos lo que es el baño diario porque no tenemos agua ni baño", protesta.

A diferencia de Florencio, Epifania es solamente una pobladora "pobre".

En su asentamiento de Vitarte, en la carretera central, hay luz, agua y hasta teléfono. Ella trabaja como doméstica en una casa de clase media y gana unos 5,30 dólares diarios, aunque cuatro se le van en pasajes. Su esposo es albañil y no le falta trabajo.

"Ahora estamos mejor, pero para criar a mis cinco hijos, cuando quería bañarlos tenía que llevarlos al río Rímac que era tan sucio que daba pena meterlos", relata.

"Creo que esta es una experiencia valiosa para todos. Para los rehenes porque ahora saben cómo vive la gente pobre, para nosotros porque tal vez esos políticos ya no serán tan insensibles con los pobres y para los terrucos (los guerrilleros), para que se convenzan que la población los rechaza", indica.

Pasando el beige monótono de los arenales en los que se levantan las barriadas limeñas, en el Hogar de Cristo, donde pernoctan los últimos eslabones de la escala social, aquellos que no tienen ni siquiera cuatro esteras donde pasar la noche, de los rehenes no habían sentido hablar.

"?Qué rehenes? ?El terrorismo ha vuelto? !Ahora si que nos jodimos!", fue el lacónico comentario de un hombre veterano de edad indescifrable que lava autos en el centro de Lima y duerme donde lo sorprende la noche, mientras bebía ávidamente un plato de sopa preparado por los sacerdotes del Hogar. (FIN/IPS/zp/dg/ip- pr/97

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