(Artes y Espectáculos) AFGANISTAN: Guerra, codicia y pobreza acaban con el arte gandhara

Cabezas y piernas de iconos de Buda, pedazos de templos y pequeñas representaciones de la deidad estaban tirados en el patio de un bazar de esta ciudad de Pakistán, bajo el pálido sol del invierno.

"No saquen fotografías", advirtió Khalid, un paquistaní bigotudo cubierto de telas blancas. Una ametralladora AK 47 colgada de la pared de estuco detrás de él daba al consejo el rango de amenaza.

Cuando las cámaras fueron retiradas de la escena, los dos hermanos de Khalid sacaron a la luz el plato fuerte. Se trataba del "Buda Ayunante". La calidad de la artesanía rivalizaba con el mismísimo Buda que descansa en el museo de Lahore, al que se considera el pináculo del arte gandhara.

Los visitantes preguntaron el precio. "Solo 25.000 dólares", respondió Khalid. Una ganga para los cazadores de grandes obras de arte.

Guerra, pobreza y codicia. Eso es lo único que se necesita para profanar y saquear piezas históricas y religiosas con el fin de venderlas fuera de sus países de origen. Ocurrió en el Angkor Vat de Camboya, en el valle de Katmandú, en Nepal, y ahora ocurre en Afganistán.

Peshawar, este poblado en la frontera de Pakistán con Afganistán, es hoy el más popular centro comercial para traficantes internacionales de obras de arte y sus intermediarios, que buscan piezas del preciado arte budista Gandhara.

Durante la ocupación soviética de Afganistán (1979-1992), numerosos militantes islámicos se refugiaron en Pakistán, en especial en Peshawar, ciudad ubicada a 56 kilómetros de la frontera con la que Kabul tiene vínculos históricos.

De los centros de estudio religiosos paquistaníes egresaron los talibanes, milicianos islámicos fundamentalistas que hoy gobiernan en Afganistán.

Pero la historia del arte gandhara se remonta mucho más atrás.

El budismo se difundió fuera del subcontinente indio hace 2.000 años, hacia el este (Camboya, Vietnam e Indonesia) y el norte (Tibet, China, Mongolia y Japón). La actual Afganistán fue el sitio más alejado al que la religión llegó en su peregrinaje hacia el oeste.

Los griegos descendientes de Alejandro el Grande llegaron a Gandhara 185 años antes de Jesucristo, unos 50 años después de la muerte de Ashoka, el emperador que se convirtió al budismo y lo extendió a toda la región india.

El reino de Gandhara fue absorvido en el segundo siglo de la era cristiana por los kushans, que establecieron sus capitales en Kabul y Peshawar. Bajo Kanishka, el más celebre de los monarcas kushan, el budismo floreció y Gandhara se convirtió en centro de peregrinaje, con miles de monasterios y templos.

La escuela ghandara de arte, por lo tanto, combina la filosofía y la cultura de Oriente con la escultura griega clásica de Occidente, lo que produjo formas únicas y tan dinámicas que sobrevivieron cinco centurias.

El valle de Swat fue la meta de infinidad de peregrinos que practicaban el budismo tántrico en Tibet hasta el siglo XVI de la era cristiana, aun después de la llegada del Islam en el siglo VIII, que marcó el inicio del dominio musulmán en la región.

Ya no quedan budistas en esta zona. Los miles de templos y monumentos fueron abandonados y comenzó la decadencia. Pero aún reposa allí, en las actuales Afganistán y Pakistán, un rico tesoro.

En torno a Peshawar, el valle Swat y las ruinas de Taxila, en el sur, todavía puede apreciarse el arte gandhara en sitios arqueológicos y museos, pero también en casas particulares y en los anticuarios clandestinos, muchos pertenecientes a afganos.

En Swat, no lejos de un flamante museo financiado por japoneses, se desarrolla un muy lucrativo comercio de piezas aparentemente genuinas de arte gandhara saqueadas.

Los precios suben por la demanda de traficantes de todas partes del mundo, y, también, por el costo de los "baksheesh", el soborno que cobran funcionarios deshonestos para permitir la salida de estas piezas del país.

El comercio y contrabando de piezas de arte gandhara no es algo nuevo, pero el saqueo del Museo Nacional de Afganistán en Kabul convirtió a Peshawar en un punto clave del contrabando, como siempre lo fue para las armas y la heroína.

A partir del colapso del régimen comunista de Afganistán, y mucho antes de que la milicia fundamentalista Talibán capturara Kabul, varios grupos mujahidines saquearon sistemáticamente el museo. Esos tesoros terminaban vendidos a precios ridículos en los cuartos traseros de los bazares de Peshawar.

Zaher Noori, quien junto a sus hermanos dirige una de las muchas tiendas de artesanía de la ciudad, dijo que el comercio de arte robado abunda. Los traficantes son arrestados con frecuencia pero sobornan a los funcionarios para salir de la prisión, dijo.

Najibullah Popal, curador del Museo Nacional de Afganistán, estimó que cerca de 70 por ciento de su patrimonio fue saqueado y vendido a traficantes internacionales.

El museo tenía piezas que se remontan a 50.000 años atrás. La mayoría fue vendida para financiar las guerras entre mujahidines que estallaron en 1992 y aún no acabaron.

No es difícil encontrar afganos deshonestos dispuestos a malvender el legado cultural de su país por un poco de comida o un puñado de rupias paquistaníes. Los afganos, mayoritariamente musulmanes, no tienen problemas religiosos para vender ídolos budistas. (FIN/IPS/tra-en/dh/kd/mj/cr ip/97

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