Miguel no recuerda de dónde vino y aunque dice intuir que tuvo una esposa, afirma que ya no le importa, y prefiere vivir en la calle sin más compañía que la de un raquítico perro. Sucio, maloliente y cubierto con harapos, es uno de los cerca de 13.000 indigentes de la capital mexicana.
"Estoy loco" grita exaltado mientras apresura el paso tratando de rehuir la entrevista. Ante la insistencia, amenaza atacar con un pedazo de vidrio al tiempo que golpea el piso con una varilla y hace extrañas muecas. Finalmente parece persuadido, se detiene y acepta hablar.
Es uno de los llamados "indigentes absolutos" que transita por las calles de ciudad de México. No recibe asistencia social, rehuye a las personas, duerme bajo un puente y sufre de amnesia progresiva o quizás esquizofrenia debido, según los expertos, a su soledad y al abuso del alcohol o inhalantes.
El Instituto Nacional de Estadísticas, Geografía e Informática (Inegi) indica que en esta capital viven 12.941 indigentes adultos, 36,5 por ciento de los cuales se ubican en esa categoría de "indigente absoluto".
Los otros, quienes aceptan ayuda social y periódicamente duermen en albergues, son llamados "indigentes funcionales".
Aunque Miguel, que asegura que olvidó su apellido, aparenta unos 60 años, entre risas y frases incoherentes declara tener más de 100 y no saber de dónde vino.
Alguna vez "creo que me casé, pero no me gustó, mejor mi perro Chavo", añade.
Como el entrevistado, la mayoría de los indigentes superan los 50 años, se alimentan de lo que encuentran entre la basura o de regalos, pasan las noches en parques, estaciones del metro, viejos edificios o vehículos abandonados, y muchas veces mueren sin que nadie los auxilie.
Según el Inegi, en 1995 se registraron 130 decesos de indigentes en las calles de la capital, la mayoría en el marco de algún episodio de violencia, especialmente atropellamientos.
Quizás Miguel esté destinado a ser uno de los próximos en terminar sus días en alguna esquina de México, donde miles de transeúntes lo ven pasar diariamente sintiendo pena e incluso asco.
El indigente dice que duerme bajo un puente desde hace más de cinco años. Sin que se le pregunte alza su deshilachada camisa y mientras apunta con un dedo su ombligo afirma tener un dolor en el estómago que quizás "algún día me mate".
De acuerdo a encuestas realizadas por el Inegi entre la población abandonada, 40 por ciento de los indigentes abandonaron su hogar por problemas familiares y 12 por ciento sostienen que tuvieron un accidente que les impide recordar cuál es su domicilio y quiénes son sus familiares.
La mitad de los entrevistados expresó deseos de reincorporarse a su familia, pero 68 por ciento afirmó que nunca supo que alguno de sus familiares haya tenido la intención de buscarlos.
El gobierno capitalino tiene la capacidad suficiente para atender a todos los indigentes de la ciudad, pero legalmente no puede obligar a que acepten ayuda o se refugien en los albergues, señaló el secretario de Educación y Salud del Distrito Federal, Jorge Vega.
La Comisión de Derechos Humanos establece que "si no existe beneplácito del propio indigente no lo podemos ayudar", declaró el funcionario.
El 24 por ciento de los indigentes entrevistados por el Inegi, en el marco de un estudio en el que participó la Universidad Nacional Autónoma de México, es analfabeto, 45 por ciento cursó algún año de educación primaria, 20 por ciento estuvo en la secundaria y seis por ciento fue incluso a la universidad.
Miguel no lo recuerda. El camina arrastrando un viejo saco con periódicos y revistas y, según indican quienes lo ven a diario por las calles que usualmente transita, en ocasiones se sienta en una acera y se pone a leer en voz alta, mientras su perro descansa tranquilo a su lado.
Aparentemente extraviado del mundo real, Miguel vive de lo que encuentra, jamás se baña y habla casi solamente con su perro Chavo. Declara que en ocasiones recoge cartón y lo entrega a un almacén.
Sus pies calzados en dos zapatos distintos tienen algunas heridas que muestran parte de su trajín diario y sus ropas sucias cubren un cuerpo flaco y encorvado, similar al de su mascota.
Cada uno de los indigentes que vive en la capital circula en un área que rara vez excede unas seis cuadras, pues tienen dificultades para caminar y temen a los lugares desconocidos. La mayoría prefiere, como Miguel, vivir en una zona céntrica y cerca de una mercado, señala el Inegi. (FIN/IPS/dc/jc/pr/96