Habichuelas, naranjas, bananos y mucha carne de cerdo llenan los mercados de Cuba, pero servir la mesa cada día es una de las mayores agonías de familias que encuentran qué comprar, pero no tienen con qué hacerlo.
El déficit generalizado de alimentos quedó atrás, aunque en los mercados libres abiertos en 1994 por el gobierno, los precios se mantienen altos para el promedio de la población.
La crisis económica estallada en el país a principios de esta década provocó la reducción a menos de la mitad de la importación de alimentos, la caída de la producción agrícola y el descalabro total de la ganadería.
Con ese telón de fondo, el presidente Fidel Castro viajará a Roma, para participar del 13 al 17 de este mes de la Cumbre Mundial de Alimentación, convocada por la FAO y cuyo objetivo inmediato es reducir la desnutrición a la mitad en el 2015.
"Puedo considerarme una privilegiada, pues gano 340 pesos, 140 más que la media de la gente, y así y todo no puedo darme el lujo de ir todas las semanas de compra", dijo Isabel Nodar, una ingeniera civil.
Nodar y su esposo, Rafael Díaz, mantienen con 600 pesos cubanos y ninguna entrada fija en dólares a sus dos hijas menores de 10 años y a una anciana de 65 años que recibe del Estado una pensión de 100 pesos.
"Para la leche y el aceite tengo que comprar al menos 10 dólares mensuales, pues son de los productos elementales que sólo se venden en dólares", dijo Díaz, que en los primeros años de esta década gastó todos los ahorros familiares en alimentos.
A pesar de las dificultades de los últimos días del mes, el momento en que se agota el salario, el matrimonio reconoce que la situación es mucho mejor que hace dos años, cuando el dólar llegó a cotizarse a 140 pesos en el mercado negro.
El gobierno conserva la relación uno-uno entre el peso cubano y el dólar, aunque las casas de cambio compran la divisa estadounidense por 18 pesos y la venden a 20, una cotización que la mayoría de la población considera aún elevada.
Fuentes del Instituto de Investigaciones Económicas aseguran que, como resultado de un programa de saneamiento financiero gubernamental, la liquidez acumulada en manos de la población se redujo 24 por ciento desde 1994.
A finales de 1995, la masa monetaria ascendía a 9.000 millones de pesos, y 64 por ciento del total estaba depositado en el Banco Nacional. Más de 80 por ciento de los depósitos se concentraban en 14 por ciento de las cuentas de ahorro.
"Hace dos años había dinero, pero no había ni dónde comprar una cebolla. Ahora la cebolla está ahí, muerta de risa, pero yo no tengo con qué comprarla", dijo Elio Valle, un jubilado de 64 años.
El cubano, que en los años 80 recibió los beneficios de la venta racionada de alimentos subsidiados por el Estado y de un mercado paralelo bien abastecido, se encontró de "golpe y porrazo" sin mercado paralelo y con la necesidad de acudir a los vendedores ilegales para satisfacer sus necesidades.
Los cortes de electricidad, los problemas del transporte urbano, la falta de combustible para cocinar y la amenaza del desempleo no afectaron tanto a la población como tener que "inventar" para poner todos los días un plato de comida sobre la mesa.
El sistema de venta racionada se debilitó considerablemente a comienzos de los años 90 y, según expertos en nutrición, en los peores momentos aseguraba sólo unas 1.000 calorías diarias, frente a las 2.310 aconsejadas por agencias internacionales especializadas.
Un residente en la capital tiene derecho a comprar cada mes, a precio subsidiado, alrededor de 2,72 kilogramos de arroz y de azúcar, 567 gramos de granos (frijoles o chicharo) y unos 13 kilogramos de tubérculos y vegetales.
La leche se garantiza sólo hasta los siete años de edad y en caso de dieta por enfermedad. También se entregan ocho huevos por mes, y la oferta de carne depende de la disponibilidad.
Para todo lo demás están las llamadas tiendas de recaudación de divisas o el mercado agropecuario.
Los cubanos compran el litro de aceite comestible a 2,85 dólares, el kilogramo de jamón a 100 pesos, y para obtener leche en polvo acuden al mercado subterráneo, donde ese producto se vende a mitad de precio que en las tiendas del Estado.
El Centro de Investigaciones Sociológicas y Psicológicas de las Academia de Ciencias de Cuba advirtió que la satisfacción de las necesidades alimentarias uno de los principales focos de tensión en la población.
"Encontrar dónde comer" era lo que más necesitaban "para ser felices" 21 por ciento de los jóvenes entre 14 y 24 años que en 1994 respondieron una encuesta aún inédita y destinada a establecer una caracterización aproximada de esa generación de cubanos.
Siete por ciento de las personas encuestadas señalaron que "comer" es su prinicipal alegría, "la falta de comida" es la mayor preocupación de 20 por ciento, y el 34 por ciento declaró que la insatisfacción alimentaria es el peor problema de la sociedad cubana.
Y es lógico. La población creció en las últimas tres décadas hasta sumar 11 millones de habitantes y dispuso hasta 1989 de los alimentos para satisfacer los requerimientos energéticos y proteínicos establecidos por las normas internacionales.
Según la Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación y la Organización Mundial de la Salud, los requerimientos mínimos de macronutrientes se sitúan en 2.310 calorías y 35,5 gramos de proteínas por día.
Fuentes oficiales cubanas aseguran que entre 1965 y 1988, el consumo por habitante aumentó de 2.552 a 2.953 calorías y de 66 a 79 gramos de proteínas, dos datos que colocaban a la población en situación "privilegiada" en América Latina.
Pero con la extinción del bloque socialista de Europa desaparecieron los principales abastecedores de la isla y comenzaron a escasear alimentos tan importantes como la leche, los huevos, los cereales, las carnes, las frutas y los vegetales.
El año 1989 marcó el punto de inflexión de la economía nacional. El país importaba entonces 79 por ciento de los cereales que consumía, 99 por ciento de los frijoles, 21 por ciento de las carnes, 38 por ciento de la leche y sus derivados y 94 de las grasas.
Informes del Ministerio de Economía y Planificación aseguran que en 1992, uno de los peores años de la crisis, Cuba destinó 500 millones de dólares en la compra de alimentos, apenas la mitad del gasto de 1989.
Según Armando Nova, investigador titular del Instituto de Investigaciones Económicas, el deterioro de la seguridad alimentaria en los primeros años de esta década tuvo una doble manifestación, tanto en la cantidad como en la calidad de los alimentos.
De acuerdo con los últimos datos disponibles, correspondientes a 1994, el 77 por ciento de las calorías consumidas por la población procede de carbohidratos, y las proteínas de origen animal sólo representan 39 por ciento de la cantidad señalada por las normas racionales de consumo.
La crisis alimentaria tocó fondo en 1993, cuando el consumo cayó a 1.863 calorías, 46 gramos de proteínas y 26 de grasa por habitante, todo por debajo del mínimo recomendado.
El consumo promedio diario comenzó a aumentar con la apertura de los mercados agropecuarios en 1994 y, según los expertos, a partir de este año debe verificarse otra mejoría, aunque no sustancial, debido a un crecimiento de 20 por ciento de la producción agrícola.
Sólo en la capital se reportaron en el primer semestre de este año 115 casos más de neuropatía endémica que en igual período del año anterior, según información de Jorge René Díaz, director de Higiene y Epidemiología de La Habana
Esa enfermedad, que apareció en abril de 1992, llegó a afectar a 50.000 personas en 1993 y fue atribuida a la combinación de elementos tóxicos, como el tabaco y el alcohol, con déficit nutricional.
El canciller Roberto Robaina ha afirmado que la crisis económica y el bloqueo estadounidense a la isla impidieron al gobierno disponer de recursos para asegurar a la población un adecuado nivel de nutrición.
En una carta a la Organización de las Naciones Unidas, Robaina aseguró a mediados de 1995 que el consumo de vitamina A descendió 67 por ciento, de vitamina C, 62 por ciento, de hierro, 22 por ciento, y de calcio, 19 por ciento, afectando sobre todo a mujeres embarazadas y a niños menores de cuatro años.
"Hace dos años mejoré con una vitaminas y pensé que estaba curada. Pero ahora volvieron los síntomas y comenzó todo de nuevo", dijo Edith Díaz, una profesora universitaria que desde 1993 padece neuropatía epidémica.
Como Edith Díaz hay muchos casos. El estado general del enfermo mejora, pero súbitamente siente otra vez un cansancio constante, la incapacidad de pensar, los mareos y la debilidad de piernas y brazos, que casi no lo deja tenerse en pie.
"El cubano estaba acostumbrado a un alto consumo de nutrientes, que descendió de una manera totalmente brusca. El oprganismo tiene que reaccionar ", indicó la médica Lupe Gómez que este mes atendió dos bebés de bajo peso al nacer.
"Los efectos reales de la crisis aún están por conocerse". Es necesario "esperar que crezcan los niños y niñas que nacieron en los últimos cinco años", advirtió Gómez. (FIN/IPS/da/ff/dv/96