La capital italiana rinde desde hoy homenaje a Domenico Zampieri, el Domenichino, un pintor del siglo XVII a calificado de genio por el novelista francés Stendhal.
La muestra, la primera en Roma sobre el Domenichino, se realiza en el céntrico Palacio Venecia, ubicado en la plaza del mismo nombre, y reúne más de 90 obras procedentes del museo del Louvre, de París, del Prado, de Madrid, del Ermitage, de San Petersburgo, y de colecciones italianas.
La reina Isabel II de Gran Bretaña facilitó 36 dibujos del pintor, nacido en Bolonia en 1581 y muerto en Nápoles en 1641, probablemente envenenado por artistas rivales. Es la primera vez que esos dibujos abandonan el castillo de Windsor.
"Después de los tres grandes pintores: Rafael, Correggio y Tiziano, no veo quien pueda competir con Domenichino", dijo Stendhal, más de un siglo y medio después de la muerte del artista italiano.
La exposición fue organizada al costo de 1,3 millones de dólares en un espacio de 1.500 metros cuadrados, dedicados a la vida y obra de Domenichino.
Pequeño y provinciano, Zampieri fue apodado Domenichino cuando llegó de Bolonia a Roma en 1602. Demoraba varios meses en cada obra y se sabe que destruía decenas de dibujos antes de alcanzar lo que a su juicio era el ideal.
Las familias aristocráticas romanas competían por los artistas de mayor prestigio y Domenichino logró conquistar las más importantes de su época, como los Farnese, los Ludovisi, los Borghese, los Aldrobrandini, y decorar sus palacios.
A su muerte fue considerado el supremo intérprete de la estética clásica, y sus cuadros eran buscados por los más ricos, como Luis XIV de Francia y Jorge III de Inglaterra.
Generaciones de jóvenes artistas intentaron copiar sus dibujos o imitar la expresión de los rostros que había creado, pero el clasicismo renacentista cayó en un vórtice de crítica, arrastrando al Domenichino.
Desde comienzos del siglo XIX hasta hoy fue casi totalmente ignorado, hasta que hace unos diez años, una serie de restauraciones lo han redescubierto y revalorizado su genio.
En la muestra del Palacio de Venecia se reconstruye el clima cultural y artístico de los primeros momentos del siglo XVII, cuando el filósofo italiano Giordano Bruno, acusado de hereje, fue muerto en la hoguera (1600) y cuando William Shakespeare publica "Hamlet" (1603).
En 1612, Domenichino pintó al fresco las Historias de Santa Cecilia, en la iglesia de San Luigi dei Francesi, de Roma, sin observar que 10 años antes, un pintor que sería aún más famoso que él, Caravaggio, había pintado en la capilla de la misma iglesia las Historias de San Mateo.
Cuatro años más tarde, pintó la cúpula de la iglesia romana de Sant'Andrea della Valle, un trabajo que demoró cuatro años, dando crédito a aquellos que, por envidia, lo llamaban "el lento" o el "buey".
Era tan exageradamente perfeccionista que algunas veces le arrebataron de las manos una obra que a su juicio aún no tenía todos los detalles completos.
Así ocurrió con "La caza de Diana" (1617), que le encomendó el cardenal Aldobrandi. Se trata de un gran cuadro de 3,20 metros por 2,50, definida como una "síntesis de clasicismo" por otro cardenal, Borghese.
Domenichino quería terminar la obra y, sobre todo, respetar su compromiso con Aldobrandi, y se opuso a las ofertas que le presentó Borghese. El cardenal ordenó entonces a sus hombres inmovilizarlo y desmontar el cuadro.
Luego deslizó algunas monedas en los bolsillos del artista, muchas menos que las que éste había acordado con Aldobrandi.
La exposición, promovida por el Ministerio de Bienes Artísticos e Históricos y con el patrocinio del presidente de Italia, Oscar Luigi Scalfaro, permanecerá abierta hasta el 14 de enero. (FIN/IPS/jp/ff/cr/96