Peculiares regímenes mixtos, al mismo tiempo militares y democráticos, surgen en Africa occidental, donde los líderes golpistas ganan elecciones presidenciales celebradas para aplacar la ira de países industrializados que prestan asistencia económica a esos países.
El fenómeno se manifestó en Níger, en julio, y se reiteró en Gambia, donde soldados y simpatizantes del ejército festejaron en las calles el 27 de septiembre, cuando se anunció el resultado de los comicios realizados el día anterior.
El ex coronel Yahya Jammeh, quien derrocó una de las más antiguas y estables democracias multipartidarias en Africa hace dos años, cuando tenía 29 de edad, recibió 56 por ciento de los votos, de acuerdo con el escrutinio oficial. Ocho por ciento del electorado se abstuvo.
El acto electoral fue libre y justo, pero el proceso que culminó en las urnas no lo fue. La actividad de los partidos políticos estuvo prohibida hasta un mes antes de los comicios y, aun así, Jammeh no permitió la participación de los dirigentes que integraron el gobierno anterior.
De ese modo, proscribió a todos los líderes de los principales partidos de oposición.
Los únicos tres candidatos a la presidencia que se mantuvieron en la competencia fueron un abogado, el líder de un pequeño partido opositor y un gerente de hotel. Pero tampoco a ellos se les permitió desarrollar sus campañas en los medios de comunicación, controlados en su mayoría por el ejército.
El director de una emisora de televisión prohibió la difusión de información sobre uno de los aspirantes a presidente porque, dijo, era "demasiado crítico hacia Jammeh".
El más poderoso de los candidatos opositores, el abogado Ousainu Darboe, recibió 36 por ciento de los votos. Al finalizar la jornada electoral, se refugió en la embajada de Senegal, pues temía que los soldados lo atacaran por atreverse a desafiar al líder golpista.
Darboe aseguró que trataron de secuestrarlo y asesinarlo en varias ocasiones durante la campaña.
Muchos gambianos votaron con temor a las consecuencias de una eventual derrota del ejército. Jammeh alimentó intencionalmente ese miedo, pues afirmó públicamente que nunca entregaría el poder a quienes denominó "monos políticos".
Esa intención es a tal punto evidente que la nueva constitución contiene poquísimas disposiciones en materia de transferencia del gobierno de un partido a otro.
La derrota de Jammeh habría provocado "una situación especialmente inestable", sostuvo un diplomático occidental. Y muchos observadores consideran que esta percepción explica por qué la ciudadanía adhirió al ejército.
Jammeh ahora espera que las grandes potencias lo acepten como líder democráticamente electo y reanuden la asistencia económica que suspendieron hace dos años.
Pero esos países, al igual que Naciones Unidas, la Comunidad Británica de Naciones y la Organización de Unidad Africana (OAU), no enviaron observadores en protesta por la manipulación de las elecciones a través de la constitución.
Sin embargo, la revista británica The Economist recordó en su última edición situaciones similares registradas en Africa y, en base a ellas, sostuvo que Jammeh tiene buenas razones para esperar confiado.
Las críticas occidentales hacia los procesos electorales en Níger, Costa de Marfil, Guinea, Camerún y Kenia no impidieron que, después de esos comicios, se produjeran "rápidos y sustanciales flujos de asistencia", según la publicación.
"Nuestra escala de valores se ha desmoronado", admitió un diplomático occidental apostado en la región, y los resultados electorales los obligan a eso. Varias dictaduras militares han demostrado ser semilleros políticos.
Una coalición opositora de Níger se niega a reconocer la legitimidad del presidente Ibrihim Bare Mainsassara, quien postergó indefinidamente la semana pasada las elecciones parlamentarias pues sus críticos se negaron a participar en ellas.
El dilema de los donantes occidentales en el caso de Gambia se complica por el hecho de que Jammeh cuenta con respaldo político genuino, sin duda mayor que el de su antecesor.
El derrocado presidente Dawda Jawara fue reelecto o respaldado en todos los comicios celebrados desde que Gran Bretaña renunció a su colonia en 1965, pero su gobierno fue acusado de corrupción e ineptitud, y el país cayó en decadancia.
"Algo anda mal. ¿Cómo es posible que alguien gane todos los comicios, todos los años durante tres decenios, y no se produzcan casi protestas cuando los derrocan?", se preguntó Hilifa Sallah, analista político gambiano.
Sallah atribuyó la popularidad de Dawda y sus sucesivas reelecciones al paternalismo que ejercía el mandatario, una de cuyas manifestaciones eran las bolsas de arroz que repartía cada cinco años.
El fenómeno de Jammeh es radicalmente distinto. El actual presidente construyó escuelas secundarias, clínicas y un gran hospital. Fundó la primera emisora de televisión del país, y pronto inaugurará un moderno aeropuerto internacional.
Además, el mandatario tiene planes ambiciosos, como la construcción de una ciudad de utopía para 100.000 habitantes, casi la décima parte de la población de Gambia, que asciende a 1,2 millones de personas.
"¿De dónde vino el dinero?", se preguntó el funcionario a cargo de la oficina diplomática de Estados Unidos en Gambia, Merritt Brown.
En efecto, sin la ayuda occidental, suspendida hace dos años, el país africano perdió 50 millones de dólares, 10 por ciento de sus ingresos anuales. Y el turismo, otra de sus principales fuentes de divisas, también se desmoronó.
Pero Jammeh cortejó a donantes no tradicionales, como Libia, Cuba y Nigeria. Y Taiwan aportó alrededor de 80 millones de dólares, pues el presidente formalizó el reconocimiento diplomático a la isla y no el de China.
Las acusaciones formuladas contra el gobierno por su presunta participación en tráfico de drogas son difíciles de demostrar, pero, según informes coincidentes, las autoridades de la vecina Mauritania se incautaron de 500 millones de dólares en heroína en un contenedor a nombre del ministro de Agricultura de Gambia.
Jammeh rechaza esos informes y ataca a los periodistas y políticos "inmorales" que, afirmó, deberían ser enterrados "a seis pies de profundidad".
Su aversión hacia los políticos es tan intensa que se ha negado incluso a ataviarse como ellos. Durante su campaña se vistió con un "marabout", ropa ceremonial de los líderes religiosos de Africa occidental, y completó su indumentaria con una espada y un collar de cuentas de oración.
Jammeh, ahora, proclama que "se cumplió la voluntad de Dios". Ebrima Ceesay, editor de The Daily Observer, uno de los pocos periódicos independientes del país, afirmó que el presidente "pisotea al pueblo, pero los gambianos tienen lo que eligieron". (FIN/IPS/tra-en/dh/kb/mj/ip/96