El "zambullidor", ave acuática incapaz de volar que vive en la sierra peruana, está atrapado y condenado a desaparecer junto con el lago Junín, su último refugio, que también muere biológicamente por culpa de la contaminación minera.
Hace más de cien mil años, los antecesores del zambullidor sobrevivieron a los difíciles tiempos de la Edad de Hielo convirtiéndose en aves expertas en sumergirse en el agua en busca de alimento.
En aquella época, cuando el frío y la nieve impusieron a las especies la obligación de adaptarse o desaparecer, los antepasados de esta ave de intensos ojos rojos pudieron especializarse en la pesca pero perdieron la capacidad de volar.
Ahora casi no hay peces en el lago Junín por culpa de la contaminación, salvo en el extremo sur, y el zambullidor no puede emigrar volando como las otras especies de aves acuáticas que abandonaron el escenario.
Sólo quedan entre 50 y 100 ejemplares en el mundo de esta especie, cuyo nombre científico es "podiceps taczanowskill", y según el ambientalista Oscar Franco hace algunos años fracasó un aislado intento de trasladar zambullidores a un nuevo hábitat, en la laguna de Cachachanca.
"Los cuatro ejemplares llevados a Cachachanca no se reprodujeron, murieron atrapados en las redes de pesca. Los expertos consideran que las lagunas de aguas poco profundas no son adecuadas para los hábitos de esta especie", comenta.
El último reducto del zambullidor es el lago Junín, en proceso acelerado de muerte biológica, que en 1968 fue calificado por una expedición científica de la universidad de Aberdeen, Escocia, como uno de los lagos más ricos del mundo en aves acuáticas.
A pesar de haber sido declarado en 1974 Area de Reserva Nacional, el lago Junín es envenenado por la irrupción de aguas de color ladrillo, cargadas de pesadas partículas de cobre, zinc y plata que recoge el río San Juan a su paso por el departamento minero de Pasco.
El de Junín no es el único lago que muere en la sierra central de Perú. También la laguna de Paca corre peligro de convertirse en un depósito de aguas muertas y letales.
Humberto Jinés, director regional de Agricultura en la sierra central, advirtió recientemente que las aguas de la laguna de Paca han llegado a su más alto nivel de contaminación.
"Han desaparecido las bandadas de gaviotas y patos y sólo quedan algunas pocas aves con las alas manchadas de aceite, que probablemente les impiden escapar volando", señala Jinés.
La laguna de Paca, situada en una zona agrícola próxima a la ciudad de Huancayo, no es afectada por relaves mineros sino por otro tipo de actividad humana: el turismo salvaje.
La contaminación es provocada por las aguas servidas de los imnumerables restaurantes turísticos construidos en la faja marginal de la laguna, y por los derrames de petróleo de los botes con motores fuera de borda que se alquilan a los excursionistas.
También las campesinas que viven en las riberas ponen su cuota de muerte biológica en la laguna, al lavar sus ropas con detergentes que quedan remanentes en las aguas e impiden su oxigenación.
La totora, una enea de tallo alto y carnoso que crece en las orillas y forma parte del ambiente vital de la población zoológica del lago, ha sido depredada con fines artesanales.
Como consecuencia de esa agresión múltiple y simultánea, primero desaparecieron los pejerreyes y las ranas de la laguna, luego se fueron las aves y con ellos los pescadores y cazadores.
Pero el tema no inquieta a los comensales de fin de semana de los recreos y restaurantes turísticos que parecen disfrutar de un paisaje lacustre en el que flotan desperdicios entre capas de aceite.
Las organizaciones ecologistas reclaman al gobierno del presidente Alberto Fujiimori que haga cumplir el plazo de un año que concedió en mayo de 1994 a las empresas mineras que arrojan sus relaves (desechos metálicos) al río San Juan.
En Paca, la Dirección Regional Agraria se enfrenta a los municipios distritales vecinos, que han concedido las licencias de construcción a los restaurantes instalados en la orillas de la laguna.
Los ecologistas demandan también que se cumpla una disposición promulgada en 1995 que prohibe el uso de motores fuera de borda en la pequeña laguna turística, reemplazándolas por embarcaciones de remos.
Pero los propietarios de los restaurantes, en su mayoría pertenecientes a las familias Pahuacho, Pizarro y Barzola, rehusan acatar las disposiciones ministeriales afirmando que tienen títulos de propiedad sobre la laguna y sus orillas, otorgados por un virrey español hace más de 300 años. (FIN/IPS/al/dg/en/96