Veteranos británicos aquejados por el denominado "síndrome de la guerra del Golfo" están furiosos, pues dos psicólogos están al frente de un estudio encargado por el ejército de Estados Unidos para desentrañar la causa de las enfermedades que sufren desde el fin del conflicto bélico.
"No necesitamos psicólogos. Lo que necesitamos son toxicólogos. Estamos enfermos, no locos", dijo Christine Lloyd, enfermera que trabajó en hospitales de campaña durante la guerra del Golfo, que enfrentó a Iraq con varios países liderados por Estados Unidos en 1991.
Lloyd es una entre miles de soldados y personal de apoyo que trabajó en la zona durante la guerra y ahora sufren enfermedades inexplicables, a las que se denomina síndrome de la guerra del Golfo.
El profesor de psicología médica Simon Wessley y el neuropsiquiatra Tony David son los encargados del estudio encargado por Washington a la Escuela de Medicina del King's College, en Londres. La investigación insumirá un millón de dólares y tres años de trabajo.
El Ministerio de Defensa de Gran Bretaña se resiste a admitir la existencia del síndrome de la guerra del Golfo, aunque creó una unidad de asesoramiento médico y una línea telefónica especialmente dedicadas a la atención de quienes se aquejan de esas enfermedades.
Wessley explicó que el nuevo estudio será, básicamente, una investigación epidemiológica dirigida a detectar la existencia real del síndrome, lo cual resulta insultante para muchos veteranos.
"Sabemos que estamos enfermos y también sabemos que tenemos los mismos síntomas. Lo único que queremos, ahora, es llegar al fondo del asunto y frenar el proceso de deterioro de nuestra salud", dijo Lloyd.
Los primeros informes de síntomas inexplicables, aparecidos a fines de 1991, incluían fatiga crónica, diarrea, dolores en articulaciones, pérdida de memoria y concentración, erupciones, severos dolores de cabeza, caída de cabello y sangrados imprevistos de encías y senos.
Algunos pacientes manifestaron irritabilidad, espasmos musculares, fiebre o sudoración nocturna, y también se registraron defectos congénitos en hijos de veteranos.
Más de 2.000 de los 51.000 soldados y funcionarios británicos que estuvieron en la guerra del Golfo formaron una asociación de veteranos que sufren del síndrome. En Estados Unidos, se creó un registro que contiene los nombres de 30.000 de los 700.000 soldados que pelearon contra Iraq.
Tanto los británicos como los estadounidenses que prestaron servicios en el Golfo recibieron en un corto período de tiempo un "cóctel" de farmacos entre los que se contaban 17 vacunas y píldoras de bromuro de piridostigmina, sustancia que minimiza los efectos del gas nervioso.
Además, fueron rociados con pesticidas organofosfóricos y piretroides, entre ellos una sustancia denominada DEET, en fase experimental, e ingirieron permetrina para evitar picaduras de insectos.
Una investigacion efectuado para el Senado de Estados Unidos por James Moss, científico del Departamento de Agricultura de ese país, demostró que el DEET es diez veces mas tóxico si se lo combina con piridostigmina.
El Departamento de Defensa de Estados Unidos (Pentágono) gastó 92 millones de dólares en investigaciones relacionadas con el síndrome de la guerra del Golfo.
Se prevé que el Consejo de Investigación Médica de Gran Bretaña anuncie un fondo de 1,5 millones de dólares aportado por el Ministerio de Defensa para realizar sus propios estudios.
Las investigaciones efectuadas hasta ahora en Gran Bretaña han sido realizadas por el Instituto de Ciencias Neurológicas del Hospital General de Glasgow, Escocia, con financiamiento de la Fundación Rowntree, una organización caritativa.
Estos análisis revelaron importantes disfunciones neurológicas entre los veteranos del Golfo.
Larry Cammock, tesorero de la Asociación de Veteranos del Golfo del Reino Unido, estimó que al menos 10 por ciento de los soldados que cumplieron funciones en la guerra de 1991 fueron afectados por el síndrome.
"La mayoría de los veteranos aún están en servicio y muchos se han contactado con nosotros por distintos problemas de salud", sostuvo Cammock.
Niki Bas, vicedirector del grupo ambientalista de Estados Unidos Proyecto Tóxicos Militares (MTP), atribuyó el síndrome, entre otras causas, al empleo de proyectiles cargados con uranio usado, estrenados en la guerra del Golfo.
Para la fabricación de esas armas se emplea el remanente del isótopo uranio 235, altamente radiactivo, luego de ser empleado en armas nucleares o generadores de energía. Esos proyectiles se caracterizan por su poder de penetración en tanques y naves blindadas, debido a su alta densidad.
La radiactividad de ese desecho, barato y accesible, es la mitad de la del uranio natural, pero su toxicidad es igualmente grave.
Otros factores que pudieron haber intervenido en el surgimiento del síndrome, según especialistas, son el humo de los pozos petrolíferos incendiados en Kuwait y el supuesto uso por parte de Iraq de armas químicas.
Cientos de toneladas de sustancias cancerígenas denominadas hidrocarburos poliaromáticos, así como particulas de metal, fueron emitidas a la atmósfera en el humo del petróleo en combustión o vertidas sobre el desierto, donde el crudo formó lagunas.
Pero las drogas administradas a los soldados parecen ser la causa determinante del síndrome en los veteranos, pues los síntomas aparecidos entre la población de Kuwait, también expuesta al humo y al uranio agotado, son ligeramente diferentes.
En Kuwait no se registró aumento de malformaciones congénitas, pero los médicos informaron de una mayor incidencia de asma, neumonías, hipertensión, enfermedades cardiovasculares, diabetes y alergias.
Un caso típico del síndrome es el de Troy Albuck, teniente del del grupo de élite 82 División Aerotransportada del ejército de Estados Unidos, que tenia 23 años y gozaba de una salud inmejorable cuando partió a la guerra.
Un año y medio después, era incapaz de caminar de un cuarto a otro sin fatigarse. Albuck sufre ahora de frecuentes infecciones virales en los pulmones, inflamaciones y espasmos musculares, hinchazón de articulaciones, dolores de cabeza, diarrea, desmayos y sangrado de encías.
Su esposa, Kelli, manifiesta fatigas, problemas de audición y migrañas crónicas. Además, sufre reiteradas inflamaciones pélvicas que, según los análisis, no corresponden a enfermedades de transmisión sexual.
El semen de Troy Albuck, al igual que el de otros veteranos del Golfo, ocasiona ardor tanto en él como en su esposa y, si permanece más de cinco minutos en contacto con la piel, provoca inflamación y ampollas.
Tras la guerra, la esposa de Albuck sufrió dos abortos, y un hijo del matrimonio nació muerto. Después, su hijo Alex nació con dos meses de anticipación, con una extrana infección sanguinea, meningitis espinal, hemorragia cerebral, daño en los riñones y malformación de pulmones.
El nino recibió 20 transfusiones de sangre, padeció una docena de colapsos pulmonares y tres infartos. Ahora, presenta parálisis cerebral y quistes en un pulmón. (FIN/IPS/tra-en/jp/mj/he en ip/96)