La vida no ha sido igual para la oficinista japonesa Yuki Hateyama desde que vio a otros pasajeros de un tren subterráneo desplomarse durante el atentado con gas neurotóxico ocurrido hace un año en Tokio.
"No pude viajar en tren sino hasta varios días después del ataque, porque estaba muy asustada. Ya pasó un año desde entonces, pero aún tengo miedo", manifestó Yuki.
La imagen de Japón como uno de los pocos países inmunes al terrorismo se hizo pedazos luego del atentado con gas sarín del 20 de marzo de 1995, atribuido a miembros de la secta religiosa Aum Shinrikyo, cuyo líder, Shoko Asahara, aún está a la espera de su sentencia.
Aunque con menos frecuencia, todavía los altavoces de los subterráneos advierten a los usuarios que estén atentos a "paquetes extraños" y que reporten inmediatamente cualquier actividad extraña.
Varios analistas afirman que el atentado destruyó tan profundamente el sentido de seguridad de los japoneses que las cosas ya nunca volverán a ser iguales.
La presencia de jóvenes con boina roja patrullando las calles y subterráneos de Tokio es sólo una de las consecuencias del ataque del año último.
Keiji Oda, director de la filial asiática del grupo estadounidense Alianza de Angeles Guardianes Inc., señaló que la función de su organización consiste en crear un estado de alerta entre los japoneses contra ataques criminales y terroristas de grupos como Aum Shinrikyo.
"Los ciudadanos de aquí dan su seguridad por sentada, y eso es muy peligroso, ya que Japón debe estar preparado para el crimen como cualquier otro país", observó.
Pese a la baja tasa de criminalidad y al relativo orden reinante en la sociedad, Japón no carece de grupos violentos, aunque éstos tienen cada vez menos apoyo.
Chukakuha es la mayor organización ultraizquierdista del país, compuesta por estudiantes universitarios radicales opuestos al sistema imperial y al orden establecido.
El grupo, que según la policía realiza varios ataques violentos por año, permanece activo a pesar de una constante mengua en su número de miembros y sus fondos.
El temor a Chukakuha decidió a la policía a reforzar la seguridad de los miembros de la familia imperial. A menudo el grupo dispara cohetes al palacio imperial, de acuerdo con las fuerzas de seguridad.
Cuando el príncipe heredero Hironomiya y la emperatriz Michiko contrajeron matrimonio en junio de 1993, no les fue permitido pasearse en un carro abierto, como es la costumbre, debido al temor a un ataque terrorista.
Chukakuha también está involucrado en una disputa de tierras entre el gobierno y pequeños agricultores, que no desean vender sus terrenos para la extensión del aeropuerto de Narita.
Hace algunas décadas, Japón sufría una forma más violenta de militancia, cuando el ahora desaparecido Ejército Rojo, notorio por sus vinculaciones con grupos terroristas de otros países, lanzó una campaña de terror a comienzos de la década de 1970.
El grupo estuvo por detrás del secuestro de un avión japonés en Bangladesh en 1970, y del atentado con bomba contra la compañía Mitsubishi en 1974, que mató a varias personas inocentes.
Koji Takazawa, autor de un libro basado en entrevistas con un miembro exiliado del Ejército Rojo, afirmó que la prosperidad posguerra ayudó al país a ahuyentar por un buen tiempo el terrorismo que azota a otras naciones del mundo.
"Pero ello no significa que el terrorismo haya muerto aquí", y el ataque con gas sarín nos recuerda que debemos mantenernos alertas, advirtió Takazawa. (FIN/IPS/tra-en/sk/lnh/ml/ip/96)