La próxima designación por el parlamento del nuevo gobierno pone a España ante la alternativa de incorporar plenamente a los partidos nacionalistas o arriesgar una larga etapa de caos e inestabilidad política.
José María Aznar, líder del centroderechista Partido Popular (PP) ganó las elecciones generales del dia 3, pero sin lograr una mayoría suficiente en el Congreso de Diputados como para ser designado presidente del gobierno contando solo con sus votos.
La aritmética parlamentaria indica que Aznar deberá contar con el apoyo o la abstención de los nacionalistas, en especial de los catalanes que, con sus 16 diputados, pueden condicionar cualquier votación.
Si no lo logra, se convocaria a nuevas elecciones, "que serían gravísimamente perjudiciales para el interés político y económico de España", advirtió el jefe del PP.
Para obtener el acuerdo con los nacionalistas, Aznar ha empezado a recorrer un camino inverso al que transitó el todavía presidente del gobierno, el socialista Felipe González, cuando ganó las elecciones generales de 1982.
En diciembre de aquél año, a los pocos días de constituído su primer gobierno, González asistió a una solemne misa en la poderosa División Brunete, del Ejército. En consonancia con ese gesto, comenzó de inmediato a adoptar una serie de actitudes que llevó a la prensa estadounidense a calificar a los integrantes de su gabinete de "jóvenes nacionalistas".
Pero se trataba de un nacionalismo distinto del que ahora condicionará a Aznar. En aquella oportunidad, se hablaba de "los jóvenes nacionalistas españoles", en oposición a los nacionalismos catalán y vasco, un perfil que hasta entonces sólo reivindicaba la derecha.
En 1980, algunos dirigentes del Partido Socialista Obrero Español (PSOE), como José María Benegas, desfilaban en el País Vasco tras un cartel que reclamaba "Autodeterminación", un derecho que no recoge la Constitución española.
Pero el primer gobierno del PSOE, con mayoría absoluta en el Parlamento, se caracterizó por retacear los derechos adquiridos por las comunidades (regiones) autónomas para el autogobierno, la "guerra sucia" contra los independentistas vascos y una concentración del poder en Madrid que no admitía negociaciones, acuerdos ni consenso con otras fuerzas políticas.
Tuvieron que pasar varios años, y perder la mayoría absoluta en las elecciones de 1993, para que el PSOE negociara el apoyo parlamentario de los moderados nacionalistas catalanes de Convergencia y Unión (CiU) y del Partido Nacionalista Vasco (PNV), con el que gobierna en coalición en el País Vasco.
Esos acuerdos con CiU le valieron al PSOE la fuerte crítica del PP que, además, levantó la bandera del españolismo, como en 1982 lo hicieron "los jóvenes nacionalistas españoles» encabezados por González.
En aquella oportunidad, el líder socialista buscaba neutralizar el malestar en los cuarteles, que había tenido una brusca manifestación en el frustrado golpe de estado del 23 de febrero de 1981. Y logró esa neutralización, al extremo de que nunca más se volvió a hablar en España del peligro de un cuartelazo.
Ahora, Aznar busca un acuerdo con catalanes, vascos y canarios, para constituir un gobierno estable. Por empezar, ha afirmado que tiene un concepto plural de España, "tanto en la concepción del Estado como de política económica".
Y por otro, delegó en el vicesecretario general del PP, Rodrigo Rato, conocido por su talante negociador, las entrevistas con los dirigentes de CiU, PNV y Coalición Canaria (CC), una formación regionalista de las Islas Canarias con cuatro diputados.
Esas conversaciones ya permitieron un convenio para designar a la mesa directiva del Congreso de los Diputados, en la que, además del PP, el PSOE y esos partidos regionalistas, estará representada la coalición Izquierda Unida (IU), la tercera fuerza del parlamento.
Aznar concretar hacia finales de este mes acuerdos con partidos nacionalistas o regionalistas para su designación como jefe del gobierno por el parlamento. Jordi Pujol, presidente de Cataluña y líder de CiU, cobrará caro ese respaldo, en términos políticos.
El líder del PP deberá reconocer que España es un estado multinacional y que los nacionalismos son una realidad con la que debe contar, si quiere que ese apoyo se concrete. De lo contrario, la inestabilidad afectaría mucho más que la formación de un gobierno.
Por ello, en su primera y única entrevista tras las elecciones, concedida al conservdor matutino ABC, declaró que el "PP, CiU, PNV y CC podemos ser socios leales y muy útiles para el bienestar de España, Cataluña, País Vasco y Canarias". (FIN/IPS/td/ff/ip/96).