En casi todo el mundo, una hija mujer esta más cerca que su madre de conquistar una ciudadanía plena como la que gozan los varones. Pero en Argentina esta es una verdad a medias.
Aquí muchas mujeres mayores de edad tuvieron que dar un salto desesperado de lo privado a lo público obligadas por la desaparición o muerte de sus hijos durante la última dictadura (1976-83).
A 20 años del golpe más cruento de la historia del país, que dejó un saldo de 30.000 desaparecidos, muchas mujeres mayores de 50 años transformaron su desgarro en una militancia comprometida en favor de los derechos humanos.
De allí, algunas saltaron a la arena política y hoy, no pudiendo remediar la ausencia de sus seres queridos, no sólo participan activamente en manifestaciones populares sino que se postulan a elecciones, viajan, aprenden idiomas y crean sus propias organizaciones.
Durante la dictadura, del total de desaparecidos 30 por ciento eran mujeres y tres por ciento estaban embarazadas. La mayoría de ellas fueron violadas además de troturadas. Sin embargo, esa proporción no fue la misma a la hora de repartir bancas en el Congreso de la recuperada democracia.
En 1983 había sólo 11 mujeres en el parlamento, sobre un total de 257 bancas. Hoy consiguieron ser 70 merced a una ley de cupos que obliga a colocar mujeres en los primeros puestos de las listas de candidatos. Así se pretende llegar a ese simbólico 30 por ciento.
Las mujeres políticas aseguran que el cuello de botella está en los partidos, considerados como estructuras masculinas. La popularidad que obtienen las mujeres por otras vías ratifica esta explicación.
El caso más emblemático es el de Hebe de Bonafini, presidenta de la Agrupación Madres de Plaza de Mayo, fundada hace 20 años. Todos los jueves las madres de los desaparecidos dan vueltas a la pirámide que está en el centro de la plaza de la que tomaron su nombre.
Hebe era un ama de casa. Nunca había tomado un avión cuando sus hijos fueron secuestrados. Hoy ya dio varias veces la vuelta al mundo con su consigna "Aparición con vida", se entrevistó con presidentes, políticos, sindicalistas, escritores y artistas de todo el planeta.
En los últimos años, los reclamos de su agrupación, cada vez más raleada en el número de ancianas pero mayor en el de jóvenes, fue ampliándose, y ahora está más cerca de los organismos estudiantiles que se rebelan contra la policía que del resto de los grupos humanitarios.
En cambio, Graciela Fernández Meijide hizo otro recorrido. Su hijo desapareció en 1977 mientras estaba haciendo el servicio militar. Desde entonces ella comenzó una tarea de búsqueda incesante junto a su marido. El no abandonó su profesión, pero ella dejó de ser ama de casa.
Presidió la Asamblea Permanente por los Derechos Humanos creada durante la dictadura y participó de la comisión que elaboró en 1985 el informe "Nunca Más" sobre la represión ilegal, bajo la presidencia del escritor Ernesto Sábato.
De ahí pasó a la política y creó pequeñas agrupaciones que siempre terminaban disolviéndose en frentes más amplios. Pero en 1995, con 67 años, llegó su reivindicación.
El Frente Grande la propuso como candidata a senadora por la capital argentina y obtuvo un triunfo categórico sobre los candidatos de los dos partidos tradicionales, el Justicialista y la Unión Cívica Radical.
Hoy es una de las mujeres políticas más respetadas en su ambiente y conserva su lugar de preferencia en las encuestas. Pero su agenda ya no es sólo la de los derechos humanos.
Ahora le preocupa además el tráfico de niños, la falta de ayuda pública a la mujer de escasos recursos que quiere planificar el número de hijos, y es una de las críticas más lúcidas al modelo económico, razón por la cual su presencia en debates televisivos es constante.
"El proceso paralelo de ambas mujeres (Bonafini y Fernández Meijide) pone de manifiesto diversas novedades de la Argentina contemporánea", explica la analista Carolina Barros.
"En primer lugar, el papel creciente de la mujer en el plano dirigencial. En segunda instancia, muestra que la reivindicación de los derechos humanos fue un fenómeno de clara proyección política", observó.
No obstante, Barros cree que la proyección tuvo distinto éxito en uno y otro caso. "Mientras Bonafini fue sectorizando su discurso, volviéndose más anarquista y apuntando contra toda autoridad estatal, Fernández Meijide lo amplió y lo enriqueció, aun sin olvidar el pasado".
Existen otros casos en los que, sin proyectarse a la política, ni tampoco endureciendo su discurso, las mujeres persistieron en la lucha que les dio fama y prestigio a pesar suyo, trabajando silenciosa pero efectivamente.
Es el ejemplo de Estela de Carloto, la presidenta de Abuelas de Plaza de Mayo, dedicada a buscar a niños secuestrados o nacidos en el cautiverio de sus madres.
Estela perdió a su hija durante la dictadura. Estaba embarazada. En estos 20 años no logró recuperar a su nieto o nieta, pero con su tarea logró la restitución de más de 50 niños, hoy jóvenes, a su familia sanguínea.
En esa misma labor creció la fundadora de Poder Ciudadano. Marta Oyanahrte de Sivak, hoy Marta Sivak, era la mujer de un empresario secuestrado por bandas paramilitares que sobrevivieron en las sombras durante los primeros años de la democracia.
Su esposo fue asesinado, pero ella, tras una búsqueda en la que puso de manifiesto un sometimiento absoluto a las reglas de la justicia y la democracia aun en el peor momento, se considera hoy una mujer completamente distinta.
"Yo era una esposa que acompañaba a mi marido y me dedicaba exclusivamente a él y a mis hijas. Pero su secuestro me cambió la vida", cuenta ahora la presidenta de la Fundación que ofrece a los ciudadanos información que les permita controlar al gobierno y combatir la corrupción.
En todos los casos, el crecimiento de estas mujeres maduras y su conquista de un espacio en la vida pública llegó acompañado de una enorme pérdida. Sin embargo, ellas están seguras de que sus hijos y familiares estarían muy orgullosos del lugar que hoy detentan. (FIN/IPS/mv/dg/ip-pr/96)