Migrantes hondureños avanzan al norte y ponen en jaque a gobiernos

En el parque central de la sureña ciudad mexicana de Tapachula se improvisó un campamento, donde miles de migrantes pararon para descansar y asearse, antes de proseguir hacia la frontera con Estados Unidos, a 2.000 kilómetros. Personas de todas las edades, familias enteras y niños, muchos niños, integran la caravana que inició su desesperada caminata el día 13, en Honduras. Crédito: Javier García/IPS
En el parque central de la sureña ciudad mexicana de Tapachula se improvisó un campamento, donde miles de migrantes pararon para descansar y asearse, antes de proseguir hacia la frontera con Estados Unidos, a 2.000 kilómetros. Personas de todas las edades, familias enteras y niños, muchos niños, integran la caravana que inició su desesperada caminata el día 13, en Honduras. Crédito: Javier García/IPS

Es una kilométrica culebra humana que recorre las carreteras de Chiapas, el estado más sureño del país. Se mueve rápido, pese a que un tercio de sus filas está integrado por niños y ha logrado evadir todos los obstáculos que han puesto los gobiernos de Honduras, Guatemala y ahora México, que presionados por Estados Unidos, tratan en vano detenerla.

Cada intento por disminuirla parece multiplicarla. Y este lunes 22, unos 7.000 centroamericanos, la mayoría hondureños, avanzaban en caravana hacia el norte, con la esperanza puesta en Estados Unidos, desafiando la advertencia del presidente de ese país Donald Trump, de hacer todo para “detener la embestida de inmigrantes ilegales” en su frontera sur.

La caravana que salió en la madrugada del 13 de octubre de San Pedro Sula, al norte de Honduras, ha puesto en jaque la política migratoria de toda la región. Trump lo tomó como tema de la campaña para las elecciones legislativas que se realizarán el 6 de noviembre, y por Twitter, amenazó a Honduras con retirarle de inmediato cualquier ayuda financiera.[pullquote]3[/pullquote]

“Esas personas deben primero solicitar asilo en México, y si no lo hacen Estados Unidos los rechazará”, escribió también en Twitter el mandatario estadunidense.

La caravana no se detiene. En nueve días ha recorrido poco más de 700 kilómetros para llegar a Tapachula, una ciudad de 300.000 habitantes, cercana a la frontera, que ha acogido la llegada de los inmigrantes con comida, bebida y manifestaciones de ánimo.

Grupos de activistas y defensores de derechos humanos ya se preparan para recibirlos en distintos lugares del país. “Esto no es una caravana, es un éxodo”, insisten los defensores de migrantes.

El camino, sin embargo, es aún muy largo. Los caminantes todavía tienen por delante 2.000  kilómetros para llegar al más cercano cruce fronterizo con Estados Unidos. Es un territorio gobernado por grupos delictivos, que han hecho del tráfico de migrantes uno de los negocios más lucrativos del país.

Además, tienen la amenaza del gobierno mexicano de que serán detenidos si salen del territorio chiapaneco, donde la legislación local les permite transitar con pocos requisitos por ser una zona fronteriza.

Pero nada de eso ha impedido que, al ver el avance de la caravana, cada día lleguen nuevos grupos de migrantes para sumarse a la caminata.

Llama la atención la cantidad de niños en brazos de sus padres, para caminar así kilometro tras kilometro o cruzar ríos y barreras fronterizas;  o esperar horas hacinados, en condiciones insalubres, bajo temperaturas sofocantes.

Los testimonios son desgarradores.

Una fila de más de cinco kilómetros de migrantes mientras se desplazaba el domingo 21 de octubre de Ciudad Hidalgo a Tapachula, a 40 kilómetros, dentro del estado de Chiapas, en el sur de México. Hasta la frontera con Estados Unidos hay 2.000 kilómetros, por una ruta que en parte controlan mafias delictivas. Crédito: Javier García/IPS
Una fila de más de cinco kilómetros de migrantes mientras se desplazaba el domingo 21 de octubre de Ciudad Hidalgo a Tapachula, a 40 kilómetros, dentro del estado de Chiapas, en el sur de México. Hasta la frontera con Estados Unidos hay 2.000 kilómetros, por una ruta que en parte controlan mafias delictivas. Crédito: Javier García/IPS

“No tenemos empleo, no tenemos medicinas, no tenemos nada en nuestro país, no tenemos ni qué comer. Yo quiero llegar a Estados Unidos para sacar adelante a mis hijos”, dijo a IPS llorando Ramón Rodríguez, un hombre originario de San Pedro Sula que llegó con toda su familia a la frontera de Guatemala con México el miércoles 17.

En la última década, distintas organizaciones de derechos humanos y periodistas han documentado el desplazamiento masivo de centroamericanos hacia la frontera sur de México, y en repetidas veces han alertado sobre una crisis humanitaria que nadie atiende.

En 2016 el Informe Global sobre Desplazamientos Internos, que publica el Centro de Monitoreo de Desplazamiento Interno, dedicó un análisis especial a un fenómeno emergente de desplazamiento protagonizado por México y los países del llamado Triángulo Norte de América Central (Honduras, Guatemala y El Salvador).

En mayo de 2017, Médicos Sin Fronteras presentó el informe “Forzados a huir del triángulo Norte de Centroamérica: una crisis humanitaria olvidada”, en el que alertó sobre un éxodo en la región, provocado sobre todo por la violencia criminal en sus sociedades.

También el Movimiento Migrante Mesoamericano, que ha organizado 14 caravanas de madres de migrantes desaparecidos en territorio mexicano, ha calificado la situación del Triángulo Norte como una “tragedia humanitaria”.

La violencia, sumada a la precariedad laboral y económica, tocó fondo hace unos días cuando el gobierno de Juan Orlando Hernández anunció una serie de incrementos en el servicio eléctrico.

De acuerdo con algunos testimonios recabados entre los hondureños que llegaron a México, Bartolo Fuentes, un pastor y exdiputado que ha participado en algunas caravanas que se realizan en México, fue quien lanzó una convocatoria para emprender una marcha colectiva rumbo a Estados Unidos.

La cita fue en la Gran Central Metropolitana de San Pedro Sula, a la que llegó un millar de personas.

Centenares de mexicanos se movilizaron para ayudar a los migrantes centroamericanos, muchos cargando en sus vehículos a integrantes de la caravana, para aliviarles el trayecto hasta Tapachula, donde otros residentes solidarios les aportaban alimentos y bebidas. Crédito: Javier García/IPS
Centenares de mexicanos se movilizaron para ayudar a los migrantes centroamericanos, muchos cargando en sus vehículos a integrantes de la caravana, para aliviarles el trayecto hasta Tapachula, donde otros residentes solidarios les aportaban alimentos y bebidas. Crédito: Javier García/IPS

“Muchos pensamos que en grupo era más fácil y más seguro, porque sabemos que pasar por México es peligroso”, contó a IPS un integrante de la caravana que pidió el anonimato. “Después, comenzaron a llegar mensajes por (la red de mensajería instantánea de) Whatsapp y la gente empezó a autoconvocarse para huir del país”, narró.

Para el lunes 15 de octubre, ya se había organizado otro grupo en la comunidad de Choluteca, al sur de Honduras, y otro más en Tegucigalpa.

El gobierno de Honduras intentó cerrar las salidas, pero no pudo impedir que unas 3.000 personas salieran del país y cruzaran Guatemala. No las contuvo tampoco la detención y deportación del pastor Fuentes. El miércoles 17, la caravana llegó a la ciudad de Tecún Umán, en la frontera con México.

El gobierno mexicano había reforzado la seguridad en el puente fronterizo y la caravana quedó varada en el puente que une a los dos países. La desesperación se impuso: el viernes, los migrantes cruzaron el cerco policial y fueron dispersados con gases.

Ante la presión mediática, las autoridades mexicanas ofrecieron un “pase ordenado” en grupos de 30 a 40 personas que deberían realizar los trámites para solicitar refugio.

Pero era, en realidad un engaño, pues quienes pasaron fueron llevados a una estación migratoria en la que deberán estar 45 días y no garantiza la regularización de su situación migratoria.

El puente fronterizo se convirtió en un campamento de refugiados, sin la asistencia humanitaria de ninguno de los dos gobiernos. Lo único que dispuso el gobierno de Guatemala fue de autobuses para quienes quisieran realizar un “retorno voluntario” a su país.

Agotados, muchos tomaron la decisión de volverse, con la desilusión retratada en los rostros.

Sin embargo, el grueso de la caravana tomó la decisión de aventurarse en balsa o a nado por el río Suchiate.

Durante más de 24 horas, las imágenes de miles de personas cruzando el río dieron la vuelta al mundo, mientras otros grupos de migrantes seguían llegando a la frontera para sumarse a la caravana que hoy, suma ya más de 7.000 personas, según organizaciones humanitarias.

Algunos activistas han considerado que, por su tamaño y por la forma que ha tomado, esta caravana podría cambiar el paradigma de los movimientos migratorios en América Central: girar hacia una nueva estrategia de migrar en caravana.

“Esto está generando como un caminito de hormigas, que no sabemos bien a dónde va a acabar”, dijo a IPS el activista Quique Vidal Olascoaga, de la organización Voces Mesoamericanas, quien augura que “vamos a estar viendo éxodos masivos mucho más similares a los que vemos de África hacia Europa”.

Con aportes de Rodrigo Soberanes y Angeles Mariscal, desde diferentes localidades del estado de Chiapas.

Edición: Estrella Gutiérrez

 

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