En general, los medios no han analizado por qué el resultado de las elecciones de Alemania es el peor posible. Angela Merkel no es una ganadora, sino una lideresa en una posición frágil que tendrá que hacer concesiones y deberá pagar ahora por sus errores.
Analicemos en cuatro puntos la situación en la que queda Alemania.
Primer punto: el declive de los partidos tradicionales
Desde hace unos años, los partidos tradicionales que gobiernan sus países desde el final de la Segunda Guerra Mundial (1939-1945) se vuelven irrelevantes.
En las últimas elecciones francesas se vio el colapso práctico de los partidos Socialista y gaullista, con la llegada de un candidato totalmente desconocido, Emmanuel Macron, quien concentra 60 por ciento de las bancas parlamentarias. Y lo mismo había ocurrido antes con los comicios presidenciales de Austria.
Ese proceso comenzó ahora en Alemania.
El partido de Merkel, la Unión Demócrata Cristiana (CDU), tuvo la peor actuación desde su creación en los comicios del 24 de septiembre. Y su partido hermano, la Unión Social Cristiana de Baviera, perdió la friolera de millones de votos.
Lo mismo pasó con el Partido Socialdemócrata (SPD), que tuvo la menor aprobación en la época contemporánea. Los dos partidos que habían reunido 67,2 por ciento de los votos en las elecciones pasadas, en 2013, ahora obtuvieron 53,2 por ciento.
Y como en otros lados, los votos faltantes fueron a parar a los partidos que concentraron el descontento y el deseo de castigar al “establishment” fue evidente.
Die Linke, un partido radical de izquierda, recibió 0,6 por ciento adicional, derivado del rechazo a la creciente desigualdad social y de la falta de convencimiento de que el SPD no haría nada diferente al CDU al respecto.
Los verdes obtuvieron 0,5 por ciento adicional de los indignados por las promesas de Merkel de elevar el gasto en defensa a dos por ciento del producto interno bruto para contentar al presidente estadounidense, Donald Trump.
El mayor ganador fue Alternativa para Alemania (AfD), de extrema derecha, que captó la disconformidad de la gente en materia de inmigración, de la Unión Europea (UE), y de otros asuntos nacionalistas y populistas.
La AfD concentró 12,6 por ciento de los sufragios, convirtiéndose en el tercer partido más votado y ahora tiene 96 miembros en el parlamento. Este partido recibió 980.000 votos del CDU, 470.000 del SPD y 400.000 de Die Linke.
Pero más importante, de 1.200.000 personas que no votaron en los últimos comicios, 60 por ciento de los consultados para un estudio de Infratest Dimap, dijeron que estaban “desencantados con la situación política actual”.
Además, la encuestadora concluyó que 84 por ciento de los entrevistados dijeron que la situación económica de Alemania era buena, cuando hace cuatro años era 74 por ciento y solo 19 por ciento, hace ocho años.
Las elecciones no fueron claramente sobre economía, sino sobre inmigración y la pérdida de identidad alemana.
Por eso el triunfo de Macron sobre Marine Le Pen, del Frente Nacional de extrema derecha, no significa el fin de la ola populista.
Y quedan pocas dudas de que si él llegara a perder su atractivo (como ya ocurre), y su lucha por las reformas sociales se frenan por las manifestaciones masivas, ella ganará los próximos comicios.
Y los partidos antisistema de toda Europa no ganaron en las últimas elecciones, pero tampoco perdieron.
Ahora son el fiel de la balanza en los países nórdicos y pueden declarar, como el británico Nigel Farage, fundador del antieuropeo Partido de la Independencia del Reino Unido (UKIP), cuando perdió en las pasadas elecciones británicas: “es irrelevante, nuestro mensaje se volvió parte del sistema político”.
Y el “brexit” fue el mejor ejemplo de que tenía razón, todos los partidos nórdicos tuvieron que incorporar elementos populistas, en especial en materia de inmigración.
Se ha ignorado que la clase media es el principal actor en ese cambio. La desigualdad social en Europa aumentó de forma consistente y mucha gente de clase media se empobreció o quedó con miedo.
Alemania es un buen ejemplo. El desempleo cayó con Merkel, de 11 a 3,8 por ciento, pero los que viven apenas por encima de la pobreza, pasaron de 11 a 17 por ciento.
Merkel pasó de tener un déficit público de 100.000 millones de dólares a un excedente de 20.000 millones, pero al mismo tiempo, la pobreza se duplicó en 10 por ciento, y hay dos millones de personas con dos empleos para poder llegar a fin de mes.
Y los jubilados pobres aumentaron 30 por ciento. Y ahora 15,7 por ciento de los alemanes viven en la pobreza, de los cuales casi tres millones son niñas y niños.
El economista Homi Kharas, especializado en clase media, considera que 43 por ciento de la población mundial, unas 3.200 millones de personas, integran la clase media mundial y aumenta 160 millones de veces al año.
Lo que tienen en común es que, en especial la clase media baja, tiene grandes expectativas en el gobierno y ponen el crecimiento económico antes que nada.
Se apoyan en Internet y en las redes sociales para tomar conciencia de sus derechos y de los riesgos. En los países ricos, la educación masiva ayuda a tomar conciencia.
En los países del Sur en desarrollo, la presión de los gobiernos es igualmente fuerte. El mejor ejemplo es China.
Entre 2002 y 2011, hubo un aumento de las protestas y de pérdida de confianza en las instituciones públicas, a pesar de un período de crecimiento económico.
El hecho es que para mantener el crecimiento y la justicia social, se necesitaron recursos. Y eso es un problema para la izquierda. Su mensaje genético es redistribución y participación.
Segundo punto. El antisistema se vuelve un sistema arraigado
Bill Emmot, exdirector de The Economist, escribió: “vivimos en un período de agitación política. Partidos con menos de un año llegaron al poder en Francia y en la megalópolis de Tokio”.
Un partido de menos de cinco años encabeza los sondeos en Italia. La Casa Blanca tiene como huésped a un multimillonario sin ninguna experiencia política. Y tenemos que agregar que antes de la crisis económica de 2009, ningún partido populista o xenófobo tenía representación parlamentaria.
Tenemos poca experiencia sobre cómo un sistema antipartido se comporta cuando está en el poder.
Pero si miramos a Estados Unidos, Polonia y Hungría, claramente tratan de controlar a las instituciones públicas, no por los valores de la democracia que los llevaron al poder, sino por una nueva campaña de temor y codicia: globalización, inmigración, desplazamiento del empleo por la automatización, desigualdad, racismo y “mi país primero”.
Y los partidos antisistema, los que mandaron mensajes de felicitaciones a la AfD, miran a Vladimir Putin como modelo a seguir, salvo Polonia por razones obvias.
Pero Viktor Orbán, de Hungría, habla abiertamente de “democracia liberal” como la principal razón para combatir a la UE, y Polonia, menciona los valores del catolicismo contra la Europa secular.
Entonces es legítimo pensar que cuando la AfD, Le Pen y compañía lleguen al poder, si no se frena la tendencia al antisistema, veremos un grave declive de la democracia.
Ello también porque tenemos a Japón, India, China, Turquía y Filipinas, solo por nombrar unos pocos, que son nacionalistas, xenófobos y tienden a proyectar su visión, como hicieron los hackers rusos en las últimas elecciones.
Tenemos que ver la disminución de la participación de los jóvenes como un nuevo fenómeno extremadamente preocupante. Las prioridades en asignación presupuestal van cada vez más hacia las generaciones mayores, que votan.
Es importante señalar que la vasta mayoría de jóvenes no votan por partidos antisistema, sino que se abstienen. Si los jóvenes votaran, no tendríamos un brexit ni un Trump.
En las elecciones alemanas, solo 10 por ciento de las personas de entre 18 y 24 años votaron por la AfD; los otros grupos etarios hicieron algo similar y recién hay que mirar a los mayores, de más de 70 para ver que disminuye a siete por ciento.
Pero 69 por ciento de los mayores votaron a la CDU y a al SPD, por encima de 41 por ciento de los más jóvenes.
Por lo que la teoría de que los jóvenes se vuelcan a la derecha es un mito. Prefieren abstenerse, pero el problema es el mismo. Su abstención ayuda tanto al sistema a permanecer y al antisistema a ganar.
Miremos a Italia, por ejemplo, gobernada por el centroizquierdista Partido Democrático (PD). Hace poco aprobaron un incentivo contra el desempleo de jóvenes, que afecta a 30 por ciento del sector, tras destinar 30.000 millones de dólares a rescatar cuatro bancos regionales.
El Movimiento 5 Estrellas (M5S), que encabeza los sondeos, prioriza la lucha contra el sistema financiero. Si usted fuera joven, capacitado y desempleado, ¿qué elegiría?
Tercer punto: Las elecciones alemanas son un desastre para Europa
El llamado a una Europa integrada hace tiempo que está en declive. Se puso de moda presentar a las instituciones europeas como un montón de burócratas que no asumen responsabilidades, sin contacto con la realidad, que discuten sobre el tamaño de los tomates.
De hecho, es el Consejo de Ministros, formado por representantes de los Estados miembros, el que toma las decisiones: la UE solo puede implementarlas.[related_articles]
Pero pasó a ser políticamente conveniente volver de Bruselas y presentar las decisiones, en especial las que no son populares, como un “diktat” impuesto sobre un país. Eso, por supuesto, es una de las muchas razones del declive de Europa como proyecto político.
Es útil recordar ese juego porque muestra la falta de responsabilidad de la clase política. Nunca hubo una verdadera unidad detrás del proyecto europeo. Cada país solo mira los dividendos y ahora, ni siquiera eso, como lo demuestran Polonia y Hungría, grandes beneficiarios.
¿Hacia dónde va Europa? De hecho, hay tres visiones de Europa.
Una es la de Jean-Claude Juncker, el presidente de la Comisión Europea, que aboga por el fortalecimiento de las instituciones europeas y por reforzar los objetivos sociales, hasta ahora dejados detrás, de las prioridades económicas y comerciales.
No es que sea progresista, solo se da cuenta que no hacer eso, le facilitará la vida a los partidos antieuropeos. Su visión es fortalecer a Europa en tanto que entidad supranacional, con Estados que concedan poder para mejorar su funcionamiento.
Luego está la de Macron, que va en la misma dirección, pero desde un país que siempre defendió celosamente su soberanía nacional. Pero se dio cuenta de que en este mundo competitivo, ningún país europeo irá lejos y que se necesita una Europa fuerte.
Luego, está la Europa de Merkel, que básicamente apunta a la federación de países, en la que los Estados toman las decisiones y en la que Alemania es la el más fuerte, y la UE las implementa. Desde que Macron llegó al poder, aboga por la recuperación de la entente franco-alemana, necesaria para una Europa viable.
Macron y el sur de Europa piden la socialización de los ingresos europeos, como para sostener a los más débiles y tener un crecimiento común, creando un Fondo Monetario Europeo para superar la crisis, un súper ministro de Finanzas y de Economía, una política de defensa común y varias medidas sociales para recuperar la fe de los perdedores europeos en Europa.
Y eso es exactamente lo que Alemania vetó cada vez. Los alemanes no quieren compartir sus ingresos con los perdedores. En este debate, hay un fuerte argumento religioso y moral: la ética protestante contra la cultura católica del perdón fácil.
Grecia fue el terreno para afirmar la doctrina del “ordoliberalismo”, la perspectiva alemana de la economía, castigar la indulgencia y la falta de disciplina. También fue una alerta a otros países como Italia, España y Portugal.
El resultado de las sanciones a Grecia, que representaba solo cuatro por ciento de la economía europea, es que después de siete años, 20 por ciento de la población económicamente activa está desempleada, una pérdida de 25 por ciento de la economía griega, una reducción de las jubilaciones de casi 40 por ciento y 20 por ciento de la población en la pobreza.
No hay que olvidar que gran parte de los préstamos para el rescate primero fueron a los bancos, principalmente alemanes, para pagar los grandes créditos que tenían con el Estado griego quebrado, y no a los ciudadanos; ahora los aeropuertos y puertos están bajo la administración de Alemania.
El rostro de esa imposición de austeridad, un componente muy importante de los aires antieuropeos, tiene el rostro del implacable y ministro de Finanzas, Wolfgang Schäuble. Pero no hay dudas de que era pro-Europa, aún si de una Europa basada en el modelo alemán.
Pero ahora pasó a ser el presidente del Parlamento Europeo y dejó su lugar al presidente del Partido Democrático Liberal (FDP), Christian Lindner, un antieuropeo declarado. La agrupación está contra el euro, quiere a Grecia fuera del euro y una política fuerte en materia de refugiados: en otras palabras, mucho más a la derecha.
Merkel, la extremadamente prudente canciller (jefa de gobierno) no podrá cumplir las expectativas de Macron ni de Juncker.
Europa estará otra vez en un impasse. Italia probablemente tenga a un joven primer ministro, del antisistema M5S, un hombre de 31 años sin experiencia, quien anunció que le gustaría salirse del euro y limitar el poder de Bruselas.
La ola contra Europa no se frenó para nada, al contrario del entusiasmo de los medios.
Cuarto punto: Las responsabilidades de Merkel
No hay duda de que la inmigración masiva de un millón de sirios le dio un arma poderosa a la AfD y a los liberales, para ayudarla a llegar al poder. Pero el tiempo probará que fue una decisión sabia, apreciada por la economía alemana.
Los estudios muestran que los inmigrantes son ciudadanos modelo, pagan sus impuestos y representan un beneficio neto al país que los recibe.
Por supuesto, solo vemos la historia de criminales y violadores, que los partidos xenófobos usan con éxito, porque en tiempos difíciles es fácil y conveniente encontrar un chivo expiatorio.
Pero Merkel solo condujo la idiosincrasia alemana, sin hacer ningún esfuerzo de estadista para movilizar ciudadanos hacia una visión distinta. Sabe que el sueño secreto de los alemanes es una Suiza: sin participación en el mundo, aparte de los negocios, no experimentos y ningún riesgo.
Se volvió la encarnación de la idiosincrasia, está encantada de que la llamen la “Mutti”, madre. Aparte de la cuestión migratoria, solo asumió otro riesgos más, abandonar la energía nuclear, tras el desastre de Fukushima.
Y no hizo nada para generar conciencia en los ciudadanos sobre sus responsabilidades europeas. Los protegió de cualquier sacrificio relacionados con el ser europeo, se negó a toda solicitud de la UE, el Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial de destinar el gran excedente generado por Alemania con comercio interno dentro de Europa. Su posición fue: nos quedaremos con el dinero que ganamos con tanto esfuerzo. Y Schauble fue su instrumento.
Ahora, por su extraña coalición de gobierno, le pedirá al Banco Central Europeo el cargo para un conservador alemán.
Se vienen días oscuros para Europa. Merkel es la mejor ilustración de la diferencia entre la Alemania de Bonn, dirigida por políticos idealistas y comprometidos, con la Alemania de Berlín, una entidad egoísta sin visión.
Y tras gastar 100.000 millones durante al año durante 20 años, Alemania oriental queda irremediablemente rezagada, y es donde la AfD consiguió el mayor número de votos.
La noche después de las elecciones, el candidato del SPD, Martin Shultz, dijo mirándola a los ojos: Señora Merkel, usted es la mayor perdedora. Es la responsable de la victoria de la AfD. Esperemos que, por voluntad propia o no, Mutti también sea la responsable del fin del sueño de Europa.
Periodista italo-argentino, Roberto Savio fue cofundador y director general de Inter Press Service (IPS), de la que ahora es presidente emérito. En los últimos años también fundó Other News, un servicio que proporciona “información que los mercados eliminan”.