La victoria del Partido Liberal Demócrata (PLD) en las recientes elecciones japonesas y el regreso de Shinzo Abe al cargo de primer ministro que ocupaba hace cinco años pueden agravar las ya tensas relaciones con China.
Las dos naciones se están embarcando en una nueva oleada de nacionalismo por razones diferentes.
Japón padece una crisis económica y política; el país está estancado y el gobierno de Abe será el sexto en cinco años. El PLD gobernó desde la Segunda Guerra Mundial hasta 2007, cuando Abe renunció abruptamente.
Los japoneses buscaban un cambio y en 2009 llevaron al poder al Partido Demócrata del Japón, que fue un pésimo administrador y se comportó en manera incomprensible ante el desastre del tsunami y la catástrofe nuclear. Hace unas semanas, visité un gran campo de refugiados en el norte de Japón y me informaron que en los últimos 18 meses no se presentó ningún representante oficial.
Ahora hay un nuevo gobierno, pero que no representa un cambio ni ideas nuevas ni nuevos líderes.
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La única novedad es un creciente sentimiento nacionalista. Abe es un halcón y siempre ha minimizado las agresiones imperialistas de Japón en Asia. Más grave aún, propone eliminar el artículo de la Constitución que prohíbe la formación de un ejército con capacidad ofensiva y asocia al país con la promoción de la paz. Esto solo sería posible mediante un referéndum. Y recientemente las tres mayores ciudades japonesas eligieron alcaldes derechistas.
La crisis económica induce a creer en políticos que prometen volver a los buenos tiempos pasados y en líderes fuertes que pueden resolver las dificultades.
El creciente nacionalismo chino tiene otras razones. Xi Jinping, que asumirá la Presidencia en marzo, levanta la bandera del "fu xing" para afirmar su imagen. Este término, que significa "renovación", ha sido importante en la historia china.
Ese concepto está relacionado con el "sueño chino" y Xing lo enarbola en el marco de una agresiva política exterior. Otro antecedente es el nombramiento de Xi dos meses antes de ser elegido secretario general del Partido Comunista en noviembre pasado como jefe del organismo gubernamental con jurisdicción sobre los asuntos marítimos. Xi ya ejercía ese cargo cuando estalló el conflicto de las islas Diaoyu-Senkaku.
Estas pequeñas islas eran chinas, pero Japón las ocupó en 1895, tras la guerra sino-japonesa, ante la indiferencia general. Pero hace unos años un estudio geológico indicó la posibilidad de que las islas contengan yacimientos de petróleo y gas. Por ello, el ultranacionalista gobernador de Tokio, Shintaro Ishihara, decidió comprar a su propietario japonés estas islas desiertas y deshabitadas. Pero el primer ministro saliente, Yoshihiko Noda, le ganó de mano y las adquirió a nombre del Estado.
Como era de esperar, los chinos reaccionaron con protestas y multitudinarias manifestaciones antijaponesas. La tensión bilateral es altísima. Para reafirmar sus reclamos de soberanía, los dos países enviaron misiones navales a las islas. En la vigilia de las elecciones japonesas, un avión chino que sobrevoló las islas fue interceptado por cinco F-15 japoneses.
Es significativa la fecha del vuelo chino, el 13 de diciembre, aniversario de la llamada Violación de Nanking, un trágico episodio de la invasión japonesa que costó la vida a no menos de 150.000 civiles (300.000 según los chinos).
El periodista srilankés Tarzie Vittachi decía que "todo es siempre sobre algo diferente". En este caso, es sobre las consecuencias de la Convención de las Naciones Unidas sobre el Derecho del Mar, que fija el límite de la zona económica exclusiva a 200 millas de las respectivas costas nacionales.
El archipiélago japonés, gracias a la posesión de numerosas pequeñas islas, algunas distantes más de 2.000 kilómetros de Tokio, goza de una zona marítima exclusiva de 4,5 millones de kilómetros cuadrados, la novena más grande del mundo.
China, con una costa mucho más extensa, tiene una zona económica de solo 880.000 kilómetros cuadrados. Además, China se encuentra bloqueada por las zonas marítimas de Estados Unidos (Guam, Palau, Caroline, etcétera), de Filipinas y de Corea del Sur.
Recordemos que el presidente Barack Obama ha anunciado que en 2016 el 60 por ciento de la flota estadounidense estará situada en las cercanías de China. Formalmente, este formidable despliegue bélico apunta a Corea del Norte, pero en realidad tiene en la mira a China.
Ante la disputa bilateral, Washington ha invocado una solución pacífica, pero también ha dejado sentado que en la eventualidad de un conflicto se considera ligado al tratado de asistencia mutua suscrito con Japón.
Numerosos países asiáticos Filipinas, Taiwán, Vietnam, Corea del Sur, Japón, China, Brunei y Rusia reivindican la propia soberanía sobre muchas islas en disputa. Pero China es la única nación que parece dispuesta a llegar a extremos por sus reclamos.
En los actuales pasaportes, Beijing ha impreso un mapa en el que se atribuye casi todo el Mar Meridional de China.
Filipinas, que se sitúa sobre ese mar, ha protestado y su ministro de Relaciones Exteriores afirmó, poco antes de las elecciones japonesas, que Manila "vería con mucho agrado" un cambio constitucional que permita a Tokio convertirse nuevamente en una potencia militar. Es sugestivo que esta declaración provenga de una de las mayores víctimas de la invasión japonesa en la última guerra mundial…
Todo hace temer que la disputa sobre estas islas desiertas pueda transformarse en un factor importante en el realineamiento de la geopolítica de los próximos años. ¿Cuándo la humanidad podrá verse libre de los fantasmas de los conflictos y las guerras?
* Roberto Savio es fundador y presidente emérito de la agencia de noticias IPS (Inter Press Service) y editor de Other News.