Con 72 años y casi ciego, Arturo Sánchez sueña con promover el ecoturismo en Cachuela Esperanza, poblado boliviano de 1.336 personas en la orilla derecha del río Beni, y confía en que la construcción de una gran hidroeléctrica local impulsará sus proyectos.
Catorce años en Brasil, trabajando como obrero especializado en control de calidad en la industria automovilística y siderúrgica de los alrededores de São Paulo, y siete años como jefe de cocina en Estados Unidos lo hicieron un habitante singular de Cachuela, que acompaña procesos nacionales e internacionales desde este rincón aislado de la Amazonia, en el norte de Bolivia.
"Soy poblador de esta villa histórica hace 17 años", señala. Aquí se quedó, por falta de recursos, después fracasar en su intento de extraer oro del fronterizo río Beni. Ahora intenta convertir un antiguo almacén en un restaurante. "Sé cocinar bien", asegura, recordando su experiencia estadounidense.
Hoteles, restaurantes y sendas en bosques aún preservados de los alrededores hacen parte del proyecto turístico que quiere desarrollar un grupo local, encabezado por Sánchez. Para eso esperan una ayuda holandesa que están negociando, o de cualquier otra fuente.
Una iglesia construida sobre una roca, un teatro y otros edificios que sorprenden por su tamaño e imponencia —especialmente un hospital desactivado que en 1920 se consideraba el más moderno de América Latina— componen este poblado incrustado entre el río y la selva, producto del auge el látex extraído de un árbol amazónico, materia prima del caucho.
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Cachuela Esperanza se levantó junto a la cascada de mismo nombre, por el entusiasmo de Nicolás Suárez, un ricacho boliviano de la goma que naufragó aquí en 1882 con un cargamento de toneladas de látex y se maravilló con la belleza local.
El enclave declinó junto con el caucho amazónico a partir de la década de 1920, ante la competencia de las plantaciones cultivadas en Malasia.
La construcción de la hidroeléctrica junto al poblado representa para los cachueleros una oportunidad de revertir la decadencia, agravada por la falencia de la minería en el río Beni. La extracción de castaña amazónica, la pesca y la agricultura de subsistencia no mitigan la pobreza.
La comunidad solo dispone de electricidad entre las 16:00 y las 24:00 horas, porque la vieja generadora térmica local tambalea, lamenta la subalcaldesa Shisley Martínez.
El motor, "de tan viejo, necesita un gerontólogo" en vez de un técnico de mantenimiento, bromeó Aníbal Domínguez, esposo de Martínez.
La solución vendrá tan pronto empiece a construirse la represa, ya que las obras requieren electricidad desde las primeras etapas, y por lo tanto una nueva generadora podrá abastecer también a los pobladores, espera la subalcaldesa.
"Que se construya la central hidroeléctrica es mi sueño desde niño", y un anhelo de todos los vecinos, sostiene el pescador Juan Barba Jiménez, que vive aquí hace 60 años. La energía atraerá industrias y otras inversiones para el desarrollo local, argumenta.
Pero los impactos del proyecto anunciado serían desastrosos, según ambientalistas e investigadores. El embalse ocupará 690 kilómetros cuadrados para generar 990 megavatios, de acuerdo al estudio encomendado por el gobierno boliviano a la empresa canadiense Tecsult.
Cachuela Esperanza queda descalificada si se la compara con San Antonio y Jirau, dos centrales que construye Brasil en el río Madeira.
Esas dos hidroeléctricas sumadas tendrán una capacidad generadora 6,5 veces mayor, pero inundando un área 23 por ciento menor, de 529 kilómetros cuadrados, destaca el ingeniero Walter Justiniano, consultor independiente del Ministerio de Medio Ambiente y Aguas de Bolivia.
Además, Cachuela solo sería viable exportando casi toda su energía a Brasil, ya que el mercado boliviano que podría atender, en los norteños departamentos de Beni y Pando, demanda menos de 20 megavatios, es decir dos por ciento de su potencia, reconoció Tecsult.
Como la financiación y la construcción probablemente vengan de Brasil, Bolivia estaría renunciando a la soberanía energética, como le pasó a Paraguay con Itaipú, la gigantesca hidroeléctrica binacional construida por Brasil, acota Justiniano, que vive en Guayaramerín, una ciudad interesada en la energía de Cachuela y situada a 44 kilómetros de distancia.
Poco justificable desde el punto de vista energético, la represa puede beneficiar a las hidroeléctricas brasileñas, pues contendría los sedimentos del río Beni, uno de los tributarios del Madeira, funcionando como un filtro que prolongaría la vida útil de Jirau y de San Antonio, sospecha Justiniano.
No hay estudios suficientes sobre la sedimentación del Beni, según la ingeniera Dunia Luján, que coordinó para el gobierno una evaluación ambiental estratégica de la parte boliviana de la cuenca del río Madeira. Pero se considera que es el afluente que acarrea más sedimentos.
El temor de Amengol Caballero, director de la Regional Norte del Centro de Investigación y Promoción del Campesinado, son las inundaciones por lluvias, que se agravarán con las cuatro represas proyectadas para la cuenca.
Además de Cachuela, San Antonio y Jirau, los planes brasileños prevén una cuarta, Ribeirão, en el tramo binacional del Madeira y con una potencia de 3.000 megavatios.
Desde 2005 se repiten fuertes inundaciones en el norte de Bolivia, atribuidas a los fenómenos El Niño y La Niña, que calientan o enfrían la superficie del océano Pacífico, causando daños económicos y ambientales en millones de hectáreas.
En Guayaramerín, por ejemplo, se anegaron calles y plazas cercanas al río Mamoré.
Con tantos "tapones" hidroeléctricos en la cuenca, las tragedias se multiplicarán, advirtió Caballero en encuentros con periodistas de las ciudades bolivianas de Guayaramerín y Riberalta, a los que se sumaron algunos pobladores de Cachuela Esperanza el 16 de abril.
El clima cambió en el norte de Bolivia, con lluvias más intensas en un período más corto y la prolongación del estiaje, explicó a IPS.
En esas instancias, los cachueleros intentaron tranquilizar temores. Arturo Sánchez arguyó que la nueva tecnología de turbinas bulbo no requiere grandes embalses, reduciendo inundaciones e impactos ambientales.
La posibilidad de que el poblado desaparezca bajo el agua está descartada, el presidente Evo Morales "aseguró que no se hará la hidroeléctrica si afecta cualquier parte de Cachuela", dijo el ex subalcalde de la villa, Vicente Ferreira.
Eso obliga a represar el río a cierta distancia aguas arriba, sin aprovechar la caída de la cascada, lo que genera incertidumbres sobre una posible pérdida de potencia.
"Confiamos en Evo", el único presidente boliviano que visitó Cachuela, afirmó Sánchez. Pero la actual subalcaldesa matizó su posición: "No queremos causar daños a otros", concluyó.