DESARROLLO-KENIA: Expectativas en el tugurio

Los cientos de miles de habitantes de Kibera, uno de los tugurios más populosos del mundo, tienen un motivo de optimismo: el nuevo primer ministro de Kenia, Raila Odinga, fue parlamentario por este distrito y pasó la mayor parte de su vida defendiendo a los pobres.

Ubicado en un barranco en las colinas de Nairobi desde hace 60 años, Kibera es hoy, con sus 260 hectáreas de superficie, el asentamiento más grande de África oriental, en el que residen 600.000 de los 2,5 millones de habitantes de la capital keniata.

"La principal responsabilidad de un parlamentario es ante sus electores. Raila debe su poder a los jóvenes de Kibera, que no sólo votaron por él sino que también se levantaron en armas para protestar contra el fraude electoral", dijo Eric Otieno, de Fort Jesús, una de las 12 aldeas que componen este hacinado asentamiento.

"Comprendemos sus limitaciones. Él sólo comparte el poder político con el presidente Mwai Kibaki. Pero todo lo que pedimos es la dignidad humana básica" y poder sobrevivir, señaló Otieno, perteneciente a la comunidad étnica luo.

Al ingresar a Kibera, la desigualdad entre los pobres y los ricos de Nairobi se hace evidente.
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El paisaje de los tugurios continúa en un club de buceo y en una majestuosa iglesia católica. O en Moi Kabarak, la residencia del ex presidente Daniel Arap Moi (1978-2002), ubicada en el rincón de la Cancha Real de Golf, a corta distancia de la última choza de Kibera.

Pelotas de golf perdidas, lanzadas por jugadores del golf principiantes, a veces aterrizan en los serpenteantes y estrechos senderos de tierra y piedra, marcados por montones de basura y divididos por un laberinto de canales abiertos de aguas servidas.

Los niños arrojan las pelotas para devolverlas y, habitualmente, les tiran a cambio una moneda de 20 chelines (13 centavos de dólar) desde los exuberantes y cuidados céspedes de la cancha.

En los documentos, todo Kibera es propiedad pública y cualquier construcción es ilegal allí. Pero sus habitantes pagan variadas sumas por concepto de alquiler a personas que, en connivencia con funcionarios distritales y provinciales, manejan el lugar.

La mayoría de las chozas son de apenas tres metros cuadrados, y son compartidas por hasta ocho personas. Están apiñadas en un mosaico informe. Para orinar o defecar, los residentes deben o bien pagar para acceder a un foso usado como letrina por otras más de 200 personas, o bien hacerlo en una bolsa y luego arrojarla al otro lado del muro.

De modo similar, el control sobre las pocas cañerías que transportan agua robada está en unas pocas manos. Veinte litros de agua cuestan hasta 10 chelines (6,5 centavos de dólar).

"Kibera es una emergencia cotidiana", dijo Caroline Testud, cofundadora de la Coalición para la Paz y el Desarrollo, una red 14 organizaciones no gubernamentales comunitarias.

"La asistencia humanitaria de organizaciones no gubernamentales internacionales y nacionales es necesaria, pero no es un sustituto del rol del gobierno. Una solución perdurable garantiza la voluntad política y la acción gubernamental", explicó.

Como ocurre con tugurios de Kampala, Lagos, Lusaka o Ciudad del Cabo, Kibera representa un fracaso estatal de urbanización de dimensiones criminales.

El gobierno no tiene una idea precisa de qué ocurre en Kibera. No hay un mapa oficial del área. El último censo se realizó en 1987, y nadie está seguro de la mortalidad del lugar, entre otras estadísticas socioeconómicas vitales. Se estima que la población del área oscila entre 700.000 y 1,2 millones de personas.

El estudiante universitario Christian Skaro, residente de la aldea de Ayani, advirtió que a Kibera no puede retratársela con la imagen habitual que pintan los residentes ajenos al asentamiento: la de un lugar peligroso infestado de delincuentes que no puede visitarse sin arriesgarse a ser asaltado.

"En Kibera no hay guerra de pandillas, ni siquiera pandillas como tales. Debería ser obvio para todos que la mayoría de los habitantes de aquí trabajan o buscan trabajo. Sesenta y cinco por ciento de la fuerza laboral de Nairobi procede de Kibera", sostuvo.

"Y aunque el gobierno no lo reconoce como asentamiento formal, el Concejo de Nairobi y otros departamentos oficiales siempre buscan la manera de cobrarle impuestos a los comerciantes de Kibera", continuó.

"Es un lugar vibrante. La gente vive aquí. Se puede ver el potencial de sus habitantes en la manera como hacen frente a sus necesidades cotidianas de supervivencia", agregó.

Tampoco hay datos sobre la cantidad de voluntarios y trabajadores de asistencia que operan en el área. Algunos activistas estiman que más de 700 trabajan en proyectos en Kibera, entre ellos muchos extranjeros que responden a agencias de la Organización de las Naciones Unidas (ONU) y a organizaciones no gubernamentales nacionales e internacionales.

El fervor religioso es ubicuo toda la semana. Los domingos, los sermones de los clérigos en los templos y en las calles inundan el aire. La mayoría de los mejores edificios de Kibera son iglesias o mezquitas.

Sin embargo, especialmente después de la violencia post-electoral, aumenta el escepticismo entre los jóvenes en relación a las organizaciones no gubernamentales y a las iglesias.

"Durante mucho tiempo sólo tuvimos dos clases de líderes comunitarios en Kibera: pastores y políticos. Ambos nos engañaron. Ahora está surgiendo un nuevo liderazgo desde los jóvenes, que no quieren ver al mundo a través de gafas tribales y religiosas", dijo Skaro.

Pero todos los consultados por IPS en Kibera se mostraron esperanzados de que, con Raila a cargo, se concreten cambios.

"Ahora hay una plataforma sólida para imponer nuevas políticas. Hay una sólida fuerza de jóvenes y de mujeres y hombres organizados en la que nuestros parlamentarios pueden confiar", opinó el profesor de lengua Peter Obiero, quien destaca el entusiasmo del público con la idea de dejar atrás el pasado y con diversas señales de cambio social.

Uno de esos desafíos fue lanzado el día 16, cuando dos equipos de mujeres jugaron al fútbol, cerca de un montón de basura. El partido fue para inaugurar Mujeres de Kibera por la Paz y la Justicia, una organización de 300 integrantes afectadas por la violencia y que ahora es parte de la Coalición para la Paz y el Desarrollo.

"No hemos buscado fondos, y dependemos enteramente de las contribuciones de nuestros miembros y de personas que nos apoyan a título personal", dijo la coordinadora del grupo, Jayne Anyango.

"La membresía no está restringida a un grupo étnico o religioso. Nuestros sufrimientos son comunes. Necesitamos abordar el trauma que este año experimentaron nuestras comunidades y especialmente las mujeres", explicó.

La organización se reunió por primera vez en medio del caos político desatado tras las elecciones del año pasado. Hasta ahora, además de brindar ayuda médica y psicológica a mujeres víctimas de la violencia electoral, el grupo trabaja para alentar las actividades sociales y comunitarias.

Anyango cree que las organizaciones no gubernamentales dedicadas al desarrollo sí han logrado avances sustanciales.

"El gobierno prácticamente no brinda servicios públicos. ¿Dónde estaríamos sin la atención médica, sin los programas de control del VIH, de educación y de otras materias que llevan adelante las organizaciones no gubernamentales?", se preguntó.

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