El silencio aturde en la desolada geografía de la Puna, la región más alta del noroeste argentino. El frío cala los huesos y, sin embargo, los lugareños dicen que el verdadero invierno aún no llegó. Cuando lo haga, en junio, la temperatura bajará hasta 15 grados bajos cero.
Abra Pampa, con 13.000 habitantes y considerada la capital de la Puna, está ubicada en el norte de la provincia de Jujuy, 1.800 kilómetros al noroeste de Buenos Aires. Sus casas bajas de adobe son de un tono ocre, igual que las calles, las veredas y los árboles. El viento tiñe todo el paisaje con el óxido de la tierra y los cerros.
Para llegar hasta esa localidad hay que ascender unos 3.500 metros sobre el nivel del mar por un camino que atraviesa primero la quebrada de Humahuaca con sus típicos cardones (cactus). Los visitantes deben tomar recaudos para prevenir el "apunamiento" como se conoce aquí al mal de altura, asociado a la falta de oxígeno.
Poco antes de llegar, un cinturón de niebla persistente sugiere que para alcanzar el destino hace falta subir más allá de las nubes. "Para los turistas aquí es el paraíso. No hay robos ni drogas y se puede caminar por la calle a cualquier hora", asegura el dueño del único hotel residencial de Abra Pampa, siempre con la puerta abierta.
Efectivamente, la bicicleta queda a la vista de todos sin candado y nadie tiene que cuidar que no le roben su bolso como ocurre en las grandes ciudades latinoamericanas. Tampoco los indigentes acostumbran pedir limosna a los visitantes. Sin embargo, en este "paraíso" las carencias son infinitas y más cuando se trata de la atención de salud.
Si bien existe una economía de subsistencia, con ganadería y agricultura básicas, los vecinos sobreviven fundamentalmente del empleo público o de los subsidios del Estado. La jefa del Departamento de Acción Social de Abra Pampa, Silvia Alanis, asegura a IPS que más de 60 por ciento de la población está desempleada.
"De ahí se deriva un sinfín de problemas. La gente no tiene una forma digna de subsistencia", explica la funcionaria desde el Centro para la Infancia, una guardería municipal a tiempo completo. "Todos los días recibimos denuncias de niños maltratados por las madres que tienen muchos hijos", agrega a modo de ejemplo.
"Por eso traemos a los niños aquí, les damos de comer, los aseamos y los entretenemos para contener un poco la situación. Pero sabemos que hace falta una solución de fondo", admite Alanis. La mayoría de las mujeres de la Puna no tienen pareja y tienen a su cargo muchos hijos.
Muchos hombres deambulan por las calles con los ojos rojos y la mirada perdida. El alcoholismo es un problema grave, que también afecta a las mujeres, a los adolescentes y hasta a los niños, revela la funcionaria. "Aquí no hay drogas pero hay mucho alcohol y demasiadas mujeres con problemas mentales serios", detalla.
Los casos más graves de desórdenes mentales se derivan a San Salvador de Jujuy, la capital provincial, que está 220 kilómetros al sur de Abra Pampa. "Allí las medican y las mandan de nuevo sin tratamiento, y aquí no tenemos psicólogos. Sólo hay una asistente social que atiende en el hospital a las familias más críticas", dice.
Los niños tienen un retraso estimado en dos años respecto de los que crecen en zonas urbanas, afirma Alanis. "No se sabe si es la falta de estimulación, el maltrato o la contaminación". Desde las calles polvorientas de la comunidad se ve una montaña de residuos de mercurio y plomo que abandonó allí una empresa de fundición de metales ya cerrada.
El sacerdote católico Laureano Puca Suárez afirma que esa amenaza gris lo aflige tanto que en la última Semana Santa estableció allí una de las estaciones del "Vía Crucis". Según la ambientalista Fundación Vida Silvestre, 59 por ciento de los niños de esta localidad tiene exceso de plomo en la sangre.
Este contaminante es considerado por expertos en salud ambiental como un "robador intelectual", debido al daño que produce en la capacidad de aprendizaje de los afectados en pleno proceso de crecimiento. "Cuando llueve y hay vientos fuertes, el olor es característico", narra el religioso.
Suárez también comenta que las cloacas de Abra Pampa desembocan sin tratamiento de aguas servidas en un riacho ubicado detrás del Cerro de la Cruz, telón de fondo de la localidad. "Allí hay pastores que bajan con sus llamas y ovejas para que beban del río, y después las faenan para vender la carne", declara alarmado.
Las estadísticas sitúan a Abra Pampa como un punto rojo dentro de la llamada "región crítica" argentina, integrada por nueve provincias del norte de este país, entre las cuales se cuenta Jujuy, según el Informe de Desarrollo Humano 2005 del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD).
El PNUD describe que la "región crítica" es la más rezagada del país, con indicadores sociales reveladores de su vulnerabilidad. Mientras la pobreza afectaba en 2004 a 44 por ciento de los 37 millones de argentinos, en la región crítica ese indicador trepaba hasta más allá de 60 por ciento, y en Abra Pampa rompía la barrera de 70 por ciento.
La mortalidad infantil, que llegó en 2004 a 16 por cada 1.000 nacidos vivos, en la región crítica ascendió a 22 por 1.000 y en Abra Pampa superó los 28 por 1.000.
La incidencia del cáncer de cuello uterino en la zona norte argentina, abandonada a su suerte, es tres veces mayor al promedio nacional, y la Puna no escapa a la estadística.
El hospital Nuestra Señora del Rosario es el centro de atención de salud de la localidad y junto al de La Quiaca, 200 kilómetros más al norte, los dos únicos para toda la Puna. El edificio de una planta aparece vetusto y en su interior el frío es rey. Las paredes internas y externas llevan las marcas del revoque que falta aquí y allá.
Al ingresar por la puerta de atrás hay un cuarto donde se ve una camilla destruida y una silla de ruedas digna de un museo arqueológico.
La sala de internación de mujeres, gélida, cuenta con una docena de camas de hierro despintadas, cuatro de ellas ocupadas por cuerpos inertes, y una solitaria salamandra apagada. "No tenemos leña, no alcanza el presupuesto", justificó José Patagua, jefe de enfermeros.
Para calentar los cuerpos de los pacientes los enfermeros apelan a lo que llaman "la estufa de los pobres". Los colocan cerca de una ventana, bajo un débil rayo de sol. Y es que, pese a estar tan cerca de Bolivia, con la segunda mayor reserva de gas natural de América del Sur, en la Puna no hay red de ese combustible. Tampoco tienen mantas de llama, el ganado camélido característico de la zona.
"Esas (mantas) son para los turistas, las que tenemos nosotros son de nylon, menos abrigadas", cuenta Patagua. Algunos pobladores de Abra Pampa aseguran que si hay que hospitalizarse se debe llevar el colchón, sábanas y frazada. "No es que no tengamos, pero es cierto que está todo muy deteriorado", admitió el enfermero.
Ambulancias hay cinco, pero no siempre tienen combustible. Las tres más nuevas sólo se usan para viajes cortos, en la ciudad, o para trasladar pacientes graves a la capital provincial, mientras que las otras dos, adquiridas en 1976, son destinadas a la atención de las comunidades que viven en los cinco departamentos de la Puna.
Una camioneta techada y un colchón forrado en "cuerina" (sustituto sintético del cuero) es el vehículo sanitario con que cuentan las familias de la etnia kolla alejadas del centro.
"Al menos una vez al mes nace una criatura en el vehículo frío y sin equipar, y nosotros ayudamos", protesta Hilarión Valderrama, conductor de oficio, pero también mecánico y a veces partero.
En ese automóvil van periódicamente la directora del hospital, Gladis Cruz, un odontólogo y otros agentes a recorrer los 28 puestos sanitarios de la Puna. En cada posta hay una sala de primeros auxilios y un promotor sanitario. El grupo lleva medicamentos, alimentos, anticonceptivos y equipos para tomar algunos análisis.
"Las mujeres tienen en promedio 10 o 12 hijos, y cuando uno les pregunta por el padre dicen por ahí que 'solo el últimito' tiene, pero así y todo tienen voluntad de recibir a los que Dios mande", explicó la directora. "Al DIU (dispositivo intrauterino) le tienen miedo. Creen que les va a doler al sentarse o que les cambiará el carácter", explicó.
Cruz sostuvo que, a pesar de que muchos niños nacen en los "ranchos" (las viviendas de adobe y paja), el hospital brega para que los partos se hagan en un centro de atención con asistencia profesional. Para ello se ofrece a las mujeres del campo que "bajen" a Abra Pampa 15 días antes de la fecha prevista para el nacimiento. Pero no todas se anticipan.
Prefieren permanecer allí, en el "paraíso" de los cerros, las llamas, las ovejas y la "Pachamama" (Madre Tierra) que velará por ellas en ese rincón alto y olvidado del extenso y empobrecido noroeste de Argentina. (