Tras el fallecimiento del general Alexander Haig, el 20 de febrero, los medios de comunicación en Estados Unidos han recordado con especial interés algunas de las anécdotas que reflejan la personalidad de uno de los militares norteamericanos más conocidos desde la Segunda Guerra Mundial. Estuvo a la altura de George Marshall y Douglas MacArthur. Pero todos fueron superados, naturalmente por Dwight Eisenhower, quien fue el único que, al colgar los galones que usó para liberar Europa, llegó a la presidencia, escribe Joaquín Roy, catedrático de relaciones internacionales en la Universidad de Miami.
Pero la prensa norteamericana no ha aludido a otra famosa cita de consecuencias mediáticas que se ha insertado en los anales de la historia política de España y sus relaciones con Estados Unidos. Apenas unos días antes de la muerte de Haig, el 23 de febrero es el aniversario (este año, el 29) del golpe de Estado provocado por la invasión del Congreso de Diputados español, en la intentona dirigida materialmente por el coronel Tejero Molina.
Todavía estaban humeantes los disparos al techo de la cámara legislativa, con todo el gobierno y los diputados convertidos en rehenes. La reacción de Haig ante el acontecimiento insólito se ha convertido en un hito de los anales de la actitud de Washington ante el devenir político español, todavía un aliado clave en la Guerra Fría. "Es un asunto interno de España", fue la frase lacónica del entonces Secretario de Estado.
Todavía hoy se le pasa factura a Washington por esa desafortunada muestra ambigua de respaldo a la democracia española, que apenas contaba con un lustro de vida, tras la desaparición del franquismo. Gobierno y oposición entonces se quedaron estupefactos. Se interpretó que Washington se mostraba indeciso (o, peor, más cómodo) ante la perspectiva de tratar con una nueva dictadura, como en los viejos tiempos.