El huracán sobre la economía y la sociedad rural de Uruguay que representó el estallido de la fiebre aftosa parece perder potencia, al reanudarse la colocación de carne y de productos lácteos en el exterior.
El comercio de lácteos con Brasil, el principal comprador de esos productos, se normalizó esta semana, según informó el Ministerio de Ganadería uruguayo.
Así mismo, el Comité Veterinario Permanente de la Unión Europea decidió autorizar las operaciones ya comprometidas de compra de carne uruguaya faenada antes de la detección de los primeros focos de aftosa, hace un mes.
Pero hay que pagar el costo de la aftosa y la factura se repartirá entre todos los habitantes del país, sin distinción social ni de actividad.
El mecanismo será un impuesto de tres por ciento a los productos nacionales e importados, que se sumará al impuesto al valor agregado de 23 por ciento, para afrontar la emergencia. El tributo está a estudio del parlamento y su aprobación se considera segura.
Así se financiará la rebaja de aportes a la seguridad social de los empleadores, no sólo ganaderos sino también de la industria y el comercio, anunciada por el presidente Jorge Batlle para aliviar el peso de la generalizada crisis prevista.
Uruguay, que gozaba desde 1994 de la calificación de «país libre de aftosa sin vacunación» concedida por la Organización Internacional de Epizootias, radicada en París, reanudó la inmunización de su ganado para poner fin a la presencia del virus.
Ahora deberá esperar tal vez cuatro años, hasta la renovación del plantel ganadero, para volver a esa categoría, que permite el acceso a los mercados del Norte industrializado, los de mejores precios.
La aftosa se propagó en el último mes a casi todos los departamentos de Uruguay. El país fue puesto en pie de guerra, pero la epizootia ya cruzó la frontera, hacia el estado brasileño de Río Grande del Sur.
Las exportaciones de carne de Uruguay suman 500 millones de dólares anuales, la cuarta parte del total del país y más que las de Gran Bretaña, donde desde febrero resuena el rifle sanitario.
Pero la ganadería es algo más que una fuente de recursos. Con 3,3 millones de habitantes que consumen en promedio 1,2 kilogramos de carne por semana, Uruguay tiene 10 millones de vacunos y 13 millones de ovinos, y su historia y tradiciones están ligadas al desarrollo de esa actividad productiva.
El huracán se desató el 23 de abril, cuando las autoridades hallaron animales enfermos de aftosa en el departamento de Soriano, fronterizo con Argentina.
El gobierno decidió, una semana después, dejar de lado el sacrificio compulsivo del ganado —medida preventiva conocida en Uruguay como «rifle sanitario»— para abrir paso a la vacunación de las reses.
En esa semana se sacrificaron en Soriano 2.000 animales. «Fue un suplicio terrible. Salir al campo y no ver ni un animal era espantoso. Fue como un huracán», dijo a IPS el ganadero Raúl Martínez Fonseca, quien logró salvar sus 900 vacunos —350 de ellos recién comprados—, 30 ovejas y tres cerdos.
Entre los animales enterrados e incineradas en grandes fosas estaban las tres vacas lecheras de Soledad Ruiz y su familia. «Yo las ordeñaba. Era lo único que teníamos. Uno es pobre y tiene que arreglárselas con un arroz con leche», dijo Ruiz al diario El Observador.
Uruguay, que se precia de producir «la mejor carne del mundo», como dijo Batlle ante sus pares americanos en Québec, Canadá, se había librado oficialmente de la aftosa en 1994, tras cuatro años sin comprobarse ningún caso.
La aparición en octubre de un brote en el septentrional departamento de Artigas, fronterizo con Brasil, fue resuelto en pocas semanas con el sacrificio de 21.000 reses.
Ese fue el precio para conservar la calificación de «país libre de aftosa sin vacunación», que las autoridades no lograron salvar ahora, cuando la enfermedad se extiende por casi todo el territorio.
Con la reanudación este mes de la faena para el abastecimiento interno, muchos de los 6.500 obreros de frigoríficos (mataderos) que a fines de abril dejaron de trabajar volvieron a su labor.
El episodio de octubre en Artigas fue atribuido al contrabando de animales desde Brasil, y la crisis comenzada en abril, al contagio desde Argentina.
El virus de la aftosa es transmitido entre animales de pezuña hendida, incluso silvestres, como jabalíes y ciervos axis, presentes en gran parte de Uruguay. Viaja en el calzado y la ropa de las personas, ruedas de vehículos, herramientas de trabajo y hasta en el agua fluvial, el viento y las patas de las aves.
Los militares restringieron el tránsito en carreteras y caminos, para rociar los vehículos con solución de ácido cítrico o acético, carbonato de sodio, yodo o formol, y algunas localidades quedaron aisladas en los primeros días del rebrote.
«Reducir los traslados (de ganado, personas y vehículos) mitiga el efecto, pero no lo detiene por completo», dijo a IPS Luis Garat, director de Higiene del departamento de Colonia, donde se localizaron 92 focos de aftosa.
En el departamento de Cerro Largo, vecino de Brasil, los ganaderos instalaron controles en los caminos y pagaron la desinfección de vehículos su bolsillo, dijo a IPS Raquel Saravia, presidenta de la organización de pequeños y medianos hacendados Fucrea.
Mientras, la inmunización del ganado continúa. Las dosis son importadas, porque la producción nacional fue interrumpida hace ocho años, como lo exigía el estatuto de país libre de aftosa sin vacunación. El gobierno paga el costo de la vacuna, que por ahora no alcanza para inocular a todas las reses.
En la capital, que está lejos de esta crisis sólo en apariencia, la emergencia resultará evidente en los hogares.
El gobierno prohibió el transporte de carne entre los 19 departamentos del país, y Montevideo, que no cuenta con producción propia, deberá consumir las piezas cortadas para la exportación y cuya venta se frustró con el rebrote.
Esos cortes son sin hueso, lo que deja fuera de la mesa familiar el asado a la parrilla, la costilla a la sartén y el puchero, platos tradicionales de la gastronomía uruguaya. (FIN/IPS/mj/dv/01