La intención de Occidente de derrotar al radicalismo musulmán se torna peligrosa tras el desafío entablado por militares de Turquía al islámico Partido del Bienestar en el gobierno, pues supone un problema para la democracia del país.
El actual conflicto entre fuerzas civiles islámicas y el secularista liderazgo militar lleva consigo el riesgo de un golpe de estado por parte del ejército, como los realizados tres veces desde 1960, la última ocasión en 1980.
Pero los militares deberían considerar la respuesta a una acción por el estilo de parte de Estados Unidos y la Unión Europea.
En un enfrentamiento entre militares a los que no eligió nadie y los representantes electos en una democracia multipartidaria como la que, con interrupciones, ha disfrutado Turquía desde la segunda guerra mundial, no deberían existir dudas sobre a quién respaldarían Washington y Bruselas.
Pero los generales turcos se han dedicado a hostigar a los islámicos, que, a través del Partido del Bienestar, constituyen hoy la minoría mayor en un parlamento donde no existe una mayoría y lideran el frágil gobierno de coalición encabezado por el primer ministro Necmettin Erbakan.
Los militares de Turquía, con frecuencia prooccidentales y entrenados en Estados Unidos, están familiarizados con las intervenciones del país norteamericano en América Latina para "salvaguardar la democracia" durante la guerra fría.
Entonces, Washington alentó activamente, e incluso participó en las conspiraciones, a los militares a dar golpes de estado contra gobiernos izquierdistas electos o para evitar que estos partidos accedieran al poder en elecciones.
Desde el fin de la guerra fría, el fundamentalismo islámico ha sido definido por Occidente como una amenaza mortal contra sus intereses. Desde este punto de vista, las tácticas aplicadas en el pasado para destruir a los marxistas pueden emplearse contra los radicales musulmanes.
El ejemplo más reciente es el de Argelia. De haberse celebrado la segunda vuelta de las primeras elecciones multipartidarias en ese país el 16 de enero de 1992, el Frente de Salvación Islámica habría ganado frente a los partidos seculares en 323 de los 430 distritos electorales.
Pero los ministros de Defensa e Interior y el jefe de Estado Mayor del ejército dieron un golpe de estado el 12 de enero.
Ese día, Washington condenó la acción militar en una declaración formal, pero 24 horas después un portavoz del Departamento de Estado (cancillería) corrigió la posición de su gobierno y reclamó a las partes "una solución pacífica" a la crisis.
Con estos antecedentes, los generales turcos quizá consideren que cualquier acción que tomen contra Erbakan contará con la aprobación de Estados Unidos.
Como arquitecto de la nueva política exterior de Ankara, caracterizada por su acercamiento amistoso a todos los países musulmanes del mundo sin importar el color político, Erbakan se ha convertido en un personaje poco querido en Washington.
En sus pocos meses de gobierno ha visitado desde Indonesia hasta Nigeria, pasando por Libia, pero no ha efectuado viaje oficial alguno a países de Occidente.
Turquía firmó un contrato por 20.000 millones de dólares con Irán para adquirir gas natural, al tiempo que Erbakan abrió un proceso para la creación de un "Mercado Común Islámico" integrado por los ocho estados musulmanes más poblados, entre ellos naciones prooccidentales como Indonesia y Egipto.
A Estados Unidos le gustaría, sin ninguna duda, ver a Erbakan fuera del gobierno, lo que le convierte en un líder vulnerable.
Además, su frágil coalición cuenta con una pequeña mayoría (apenas siete votos en un parlamento de 550 escaños impidieron la aprobación de una moción de censura), por lo que unas pocas deserciones provocaría el derrocamiento del actual gabinete de coalición.
Pero, a pesar de las enérgicas gestiones de los opositores a Erbakan detrás de la escena, eso no sucedió. El desaliento en Washington fue evidente.
Al mismo tiempo, los militares turcos deberán tener en cuenta la respuesta de la Unión Europea, bloque con el cual Ankara tiene desde enero de 1996 un acuerdo de unión aduanera y del que es miembro asociado desde 1963.
Pero sus solicitudes de ingreso pleno fueron infructuosas. Los "eurófilos" de Turquía afirman que la membresía del país fortalecería el bando secularista y minimizaría la convocatoria de los islámicos.
Las objeciones de la Unión Europea al pleno ingreso de Ankara se refieren a los malos antecedentes del país en materia de derechos humanos, la debilidad de su economía y las deficiencias de su régimen democrático.
El Consejo Nacional de Seguridad (MGK), dominado por los militares, reclamó el 28 de febrero la implementación de un programa de 20 puntos que supone un fortalecimiento del secularismo. De lo contrario, amenazó el órgano, se impondrían "sanciones".
Pero la respuesta de Erbakan fue la de un demócrata. "El poder supremo pertenece al parlamento, no al MGK, y el gobierno solo debe rendir cuentas al Poder Legislativo. Las leyes se redactan en el parlamento, no en el MGK. La coalición gobernará hasta el 2000", replicó el gobernante.
En estas circunstancias, si los generales deciden dar un golpe, deberán decir adiós a cualquier posibilidad de que la Unión Europea acoja a Turquía como miembro pleno.
Aquellos que recuerdan el golpe de 1980, precedido nueve meses antes por una advertencia similar a la pronunciada ahora por el MGK, olvidan que las condiciones internacionales son radicalmente distintas.
La guerra fría acabó. Todos los países que integraron la Unión Soviética adoptaron la democracia multipartidaria como sistema de gobierno. Y los militares turcos no deberían ser miopes ante una realidad que encandila. (FIN/IPS/tra-en/dh/rj/mj/ip/97