Los niños, con los ojos desorbitados, no saben qué elegir. Las jugueterías ofrecen cada día mayor variedad y los precios son razonables. Sin embargo, los fabricantes de juguetes son una especie en extinción en Argentina.
El caso de esa industria local es una muestra que concentra prácticamente todos los males del modelo económico. La apertura comercial arrasó con 170 de las 200 fábricas locales y hoy 80 por ciento de lo que se vende en el mercado viene de China y Hong Kong.
Desde 1991, cuando se puso en marcha el Plan de Libre Convertibilidad del Peso, los empleos en la industria argentina del juguete cayeron de 12.000 a 2.400. Los pocos empresarios que sobrevivieron importan de Asia, compitiendo con las grandes tiendas.
El sector de la pequeña y mediana empresa en Argentina aporta entre 45 y 55 por ciento del producto interno bruto (PIB) y absorbe entre 70 y 90 por ciento de la mano de obra. La industria del juguete es sólo una de las que perdieron con el modelo de estabilización.
Fábricas textiles, de útiles escolares o paraguas perdieron con la apertura. Pero hay muchas más que no sobrevivieron a las altas tasas de interés que cobran los bancos por giros en descubierto: cinco por ciento mensual.
El presidente de la Asamblea de Pequeños y Medianos Empresarios, Francisco dos Reis, dijo a IPS que en 1996 hubo un número récord de quiebras en esa agrupación y más de 8.000 cierres de cuentas corrientes bancarias en sólo un mes.
"A pesar de que el gobierno celebra la reactivación y el despegue, nosotros aquí sabemos que no somos parte de ese 'boom', nuestra situación es muy grave", advirtió Dos Reis.
El dirigente empresarial consideró que para avanzar en su programa neoliberal, el gobierno agita la bandera de la globalización "como si fuera una maldición divina que hay que aceptar", pero anticipó que si no se aumenta el empleo en el país, se saturará el consumo.
"Ningún país puede hoy renegar de su mercado interno", criticó Dos Reis, y declaró además que en el Mercosur, el bloque que Argentina integra con Brasil, Paraguay y Uruguay, la disputa por los mercados no tiene precedentes.
"Es un problema de supervivencia", dijo.
Ante este panorama, el dirigente advirtió que su agrupación no concurrirá al diálogo con el gobierno y la Confederación General del Trabajo este mes, para discutir una reforma que permita reducir el costo laboral y bajar el desempleo.
"Nuestra agrupación se opone a la flexibilización laboral porque precariza el empleo, no resuelve el problema de la desocupación, acentúa la recesión y empobrece el mercado interno", señaló la entidad al plantear su rechazo a una negociación.
El gobierno y la central sindical decidieron reunirse los días 6 y 7 con distintos grupos de empresarios, para discutir la reforma laboral, pero también la evasión impositiva, la apertura comercial, la integración y los sistemas de salud.
De esa manera, se busca una solución de fondo al problema del desempleo -que llegó a 17,4 por ciento en 1996- mediante el diálogo con los sectores involucrados. Pero las pequeñas y medianas empresas desconfían de esas negociaciones.
"Todos los que participan de esas reuniones fueron cómplices del modelo que nos llevó a este callejón sin salida, que provocó la ruina de nuestras empresas y una distribución cada vez más inequitativa del ingreso", cuestionó Dos Reis.
Se refirió así a un informe del Instituto Nacional de Estadísticas y Censos, según el cual durante 1996, cuando el PIB creció más de cuatro por ciento, aumentó también la brecha que separa a los ricos de los pobres.
El estudio, difundido en Davos, Suiza, durante el foro económico al que asiste el ministro de Economía, Roque Fernández, muestra que el 20 por ciento más pobre redujo de 5,7 a 4,3 por ciento su porción en los ingresos, entre 1991 y 1996.
En ese mismo período, el 20 por ciento más rico tiene una porción mayor de los ingresos: de 50,7 por ciento pasaron a absorber 52,3 por ciento.
El informe no recoge incrementos de patrimonio acumulado, que haría aún más regresivo el reparto. (FIN/IPS/mv/ag/if/97
