Los últimos diez años de profundas reformas económicas en China provocaron un cambio en el eufemismo comunista que denomina a los desempleados, de "daiye" (persona que espera un trabajo) a "xiagang" (renunciante).
Un estudio sobre 640 personas que perdieron sus empleos en empresas estatales en Beijing reveló que apenas 48 por ciento de los entrevistados estaban "a la espera" de que su antigua unidad de trabajo les asignara una nueva ocupación.
Pero la encuesta, cuyos resultados fueron publicados por el diario Beijing Youth Daily, concluyó también que solo 14 por ciento creían que eso sucedería.
En un país donde el gobierno afirma que el desempleo se mantiene en 2,99 por ciento, la tendencia que señala el estudio es una alarma que suena para millones de empleados estatales.
Las autoridades dieron algunas señales de preocupación durante una ola de disputas laborales que dejó entrever en 1996 que el desempleo en China es peor de lo que afirman las cifras oficiales.
Las regiones industriales chinas se vieron entonces sacudidas por las mayores protestas registradas desde el comienzo de las reformas económicas implementadas por el líder del régimen, Deng Xiaoping, cuando el hoy agonizante dirigente agarró el timón del gobierno a fines de la década del 70.
El diario Ming Pao, de Hong Kong, informó en diciembre que 600 obreros desempleados realizaron una sentada de protesta frente a la sede del gobierno de la provincia meridional de Hubei en Wuhan, la capital.
Wuhan es una de las 18 ciudades integradas a un programa piloto de reformas que se desarrolla a un ritmo acelerado y que fue dispuesto por el gobierno para abatir las pesadas pérdidas del sector estatal.
El experimento, que seguramente se ampliará a 50 ciudades, supone fuertes inversiones en la renovación tecnológica de algunas compañías estatales y permite que otras se declaren en bancarrota.
La meta del programa es transformar las 1.000 empresas estatales más importantes de China en los pilares de la economía nacional y promover la renuncia del estado a la propiedad de otras a través de la privatización o la clausura.
El jefe de la misión del Banco Mundial en Beijing, Pieter Bottelier, sostuvo que, quiéralo o no el Partido Comunista de China, no hay alternativa a reformar el sector estatal.
"El año pasado vimos muchos cambios hacia un régimen de mercado en las compañías del estado, los cuales provocaron muchos problemas sociales. La reforma, realmente, está ocurriendo", dijo Bottelier.
En Shenyang, capital de la provincia oriental de Liaoning donde el régimen comunista instaló a comienzos de la década del 50 los pilares de la industria pesada del país, unos 350.000 obreros y funcionarios fueron despedidos temporariamente, según informes periodísticos.
En la bullente ciudad de Shangai, donde las fábricas chinas florecieron por primera vez bajo el dominio de la dinastía Qing (1616-1911), alrededor de 200.000 trabajadores de los sectores textil y de artefactos eléctricos fueron enviados a sus casas en 1996.
Pero las agencias de noticias de China informaron a fines del año pasado que una cifra "asombrosa" de "188.000 trabajadores salientes" encontraron empleo en compañías privadas o abrieron sus propias pequeñas empresas.
Para muchos de aquéllos que se vieron obligados a "retirarse" de sus puestos de trabajo, las perspectivas de hallar uno nuevo son penosas, aun en un país que goza de un crecimiento económico anual de 10 por ciento.
El hecho es que la tasa de desempleo difundida de forma oficial apenas toma en cuenta el desempleo urbano declarado, y no el fenómeno oculto que se manifiesta en muchas empresas fuera de la capital.
Numerosos discursos oficiales pronunciados en los últimos años destacaron la importancia de la estabilidad y el orden, lo cual revela que el gobierno está seriamente preocupado de que el cada vez mayor ejército de desempleados represente una amenaza de eventual inquietud social.
En una conferencia nacional sobre reubicación de empleados con funciones redundantes en empresas estatales, el viceprimer ministro y zar de la economía de China, Zhu Rongji, admitió que este problema es uno de los dos que requiere urgente atención del gobierno para mantener el crecimiento.
La otra cuestión que mencionó Zhu es la necesidad de mayor eficiencia en el sector agrícola, en especial referida a la producción de cereales.
De las 100.000 empresas chinas de propiedad estatal, los números de más de la mitad están "en rojo" y 40 por ciento sufren déficits crónicos.
Informes oficiales reservados estiman que 50 millones de chinos fueron despedidos o sus salarios se redujeron al mínimo indispensable desde que comenzaron las reformas.
"Cuando comencé a trabajar en la Fábrica de Motores de Combustión Interna de Beijing hace cinco años, mi salario era de 500 yuanes (unos 60 dólares). Pero en dos años, el salario de todos los 200.000 obreros de la empresa se redujo a 70 por ciento de su valor", se lamentó Zhang Peili.
La compañía en la que trabaja Zhang es proveedora de la automotriz Beijing Jeep y sufrió grandes pérdidas por la caída de las ventas de esos vehículos.
Paradójicamente, eso sucedió porque muchos de quienes antes compraban el humilde Beijing Jeep se cuentan ahora entre los "dakuan ("nuevos ricos") de China que prefieren adquirir el costoso jeep Cherokee.
Pero, al mismo tiempo, los ingresos de una familia china promedio no alcanzan para comprar un Beijing Jeep.
"Renuncié y abrí mi propia pequeña empresa de reparación de automóviles, pero mi esposa continúa en la fábrica, donde aún rige la rebaja de salarios. Y nadie se queja si ella va o no a trabajar. A la fábrica no le importa, porque no hay trabajo para nadie", manifestó Zhang. (FIN/IPS/tra-en/ab/cpg/mj/lb if/97