CUBA: Cuatro paredes pueden ser un sueño lejano

Raquel Díaz nació hace 33 años en la capital de Cuba y hace ocho que vive de una obsesión: buscar un lugar donde vivir.

"Solo entonces podré pensar en tener una familia", dice Raquel, que comparte un pequeño apartamento con sus padres, los abuelos maternos y su hermano con la esposa y dos hijos.

Tal vez en otro lugar del mundo, Raquel viviría bajo un puente o en una choza de un barrio marginal. Pero en Cuba se dice que "donde caben cuatro caben cinco", y así, la cuenta puede ser interminable.

El sueño de "las cuatro paredes", la independencia de los padres y la intimidad pueden ser tan utópicos para una parte importante de la población de la isla como para cualquier terrícola planificar un fin de semana en la Luna.

Cuando una pareja se decide por la convivencia, antes de cuestionarse si la relación que sostienen es estable y duradera, la primera interrogante puede agilizar o alejar cualquier proyecto: "¿Dónde vamos a vivir?".

"Trabajas, ganas un salario y el problema no es tener dinero para alguilar un apartamento. El problema es que no hay ni una agencia que se dedique a eso", dijo Miguel Suárez, ingeniero industrial que hace ocho años vive "agregado" en casa de sus suegros.

La compra y venta de viviendas está prohibida, la construcción estatal, cooperativa y privada es muy limitada si se compara con las necesidades, y los particulares que alquilan pueden pedir hasta 300 dólares mensuales por un pequeño apartamento en el centro de la capital.

Pero con un salario medio de 200 pesos mensuales y teniendo que comprar el dólar a 21 pesos en las casas de cambio, la mayoría de los cubanos ni imaginan la posibilidad de acudir a un particular para alquilar.

Además, como dice Suárez, "ya nadie quiere alquilar a cubanos, porque no es negocio. Alquilan a turistas extranjeros que pagan 20 dólares diarios por una habitación".

Sin embargo, las estadísticas no informan de personas sin casa y el número de vagabundos y mendigos que proliferaron con la crisis económica de los años 90 es aún insignificante si se compara con otras realidades regionales.

Quinientos millones de personas en el mundo no tienen casa donde vivir, según se consignó en la segunda Conferencia de Naciones Unidas sobre Asentamientos Humanos, o Hábitat II, finalizada el viernes en Estambul.

Un estudio realizado por el Centro de Estudios Sociológicos y Psicológicos a finales de la década de los ochenta señaló que 57 por ciento de las familias cubanas residen en hogares que se encuentran por encima de los límites de ocupación establecidos.

Otra investigación de la misma entidad identificó entre las principales consecuencias de la crisis económica estallada en 1989 la agudización del problema de la vivienda, reconocido oficialmente como uno de los mayores retos sociales no resueltos.

El fenómeno es más antiguo de lo que se calcula. En 1852, las autoridades españolas de La Habana prohibieron la tala de los bosques para cualquier objetivo que no fuera la construcción pues, según constó en acta, la falta de madera para viviendas obstaculizaba el poblamiento de la villa.

La escasez de vivienda, especialmente en la capital, aparece con insistencia en las crónicas de siglos pasados y condujo a la aparición hace más de 100 años de uno de los mayores dolores de cabeza de los cubanos de hoy: las llamadas "ciudadelas" o "cuarterías".

Las ciudadelas se encuentran en toda la isla y consisten en edificios con servicios sanitareos comunes y donde en cada habitación vive un núcleo familiar con un número ilimitado, y muchas veces considerable, de integrantes.

Con sus altas y bajas, períodos de auge y períodos de estancamiento, el gobierno de Fidel Castro lleva más de 30 años tratando de buscar la repuesta adecuada al problema de la vivienda.

La propuesta de los gobiernos latinoamericanos en Habitat II de llegar al 2000 con una casa para cada nuevo hogar fue recibido en Cuba sólo como una utopía, muy bella pero irrealizable.

Especialistas del Instituto de Planificación Física calcularon a finales de la pasada década que para solucionar el problema de la vivienda en el primer cuarto del próximo siglo, Cuba tendría que terminar 15 apartamentos por cada mil habitantes al año, o sea, unas 180.000 viviendas.

Pero, según estadísticas del Instituto Nacional de la Vivienda, en 1995 se incorporaron sólo unas 45.000 viviendas al entramado urbano y rural de la isla y para este año está prevista la construcción de unas 50.000.

Aunque la crisis económica de los últimos cinco años paralizó no pocos proyectos constructivos, el gobierno acudió a otras fórmulas, como las llamadas viviendas económicas, la transformación de oficinas en apartamentos para vivir y la entrega de materiales a la población para el mantenimiento de los edificios.

Por un lado, las viviendas económicas son aún cuestionadas por la baja calidad de sus materiales y, por el otro, no son pocos los que sueñan con acceder, al menos, a una de estas nuevas casas.

Pero la opción de vivir en ellas está vinculada a trabajar en alguno de los sectores de actividad declarados prioritarios, como las industrias del níquel y el azúcar o el turismo, lo cual descarta, por el momento, a parte importante de la población.

"Cualquiera de estos fenómenos se agudiza cuando se habla de La Habana, una ciudad donde viven dos millones de los 11 que habitan la isla", según una fuente del Centro de Estudios Demográficos de la Universidad de La Habana.

Principal receptora de migrantes, La Habana acumula problemas de abastecimiento de agua, recolección de basura y transporte urbano, el deterioro del fondo habitable y los inconvenientes que acarrea una red de alcantarillado construída cuando la ciudad tenía sólo 600.000 habitantes.

Expertos locales señalan que los programas de vivienda requieren cada vez más un enfoque integral, para alcanzar el tan deseado desarrollo sustentable que combine las estrategias económicas, sociales y ecológicas.

Casi 50 por ciento del más de medio millón de viviendas de La Habana se encuentran en regular o mal estado, advirtió Mayda Pérez, especialista del Grupo para el Desarrollo Integral de la Capital.

La falta de medidas de conservación de los edificios agravaría la situación al punto de que en el 2000 "se reduciría a un tercio el fondo (habitacional) en buen estado", dijo Pérez.

El resultado podría ser la desaparición de una cantidad considerable de viviendas. Las autoridades han comenzado a tener en cuenta esa eventualidad, después de varios años de descuido de la política de mantenimiento y reparación del fondo habitacional.

"El Estado nos dió los materiales y nosotros pusimos la mano de obra. Seguimos siendo muchos en casa, pero al menos ya sabemos que el techo no nos caerá encima", dijo Pedro Rivero, vecino del barrio habanero de Cayo Hueso, donde desde hace meses se observa una verdadera fiebre de mantenimiento.

Sociólogo, de 39 años, casado y con dos hijos, Rivero intentó el recurso de muchas parejas jóvenes: buscar algún anciano solo y sin herederos, instalarse a vivir con él y cuidarlo lo suficiente para que viva más de cinco años y, entonces, estar en condiciones de quedarse con la casa de forma legal.

Pero la oportunidad no apareció y, a 10 años de su casamiento, su sueño sigue siendo el mismo: "Tener cuatro paredes, un rinconcito para leer y un poco de privacidad para criar a mis hijos y amar a mi esposa". (FIN/IPS/da/ff/pr/96)

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