RÍO DE JANEIRO – Entre los jóvenes chilenos, 42 % no quiere tener hijos, en su mayoría debido a la crisis climática, según una encuesta del Instituto Nacional de la Juventud, un órgano del Ministerio de Desarrollo Social y Familia de Chile.
Ese cuadro del país sudamericano nada tiene de excepcional en un mundo de crecientes eventos climáticos extremos en que las informaciones circulan rápidamente por todas las partes.
Forma parte del contexto que generó una nueva área de conocimientos, la ecopsicología, que estudia la conexión entre la mente humana y la naturaleza y busca lidiar con los efectos de cambio climático en la salud mental.
Además, tiene sus efectos políticos, como un factor del ascenso de la extrema derecha en todo el mundo, que incluye el negacionismo ambiental ante la dificultad de encarar un futuro de destrucciones por el recalentamiento planetario.
“La ecopsicología critica el antropocentrismo y el antropoceno, dos conceptos conexos, uno que nos pone en el centro del universo, de la naturaleza y de las especies, otro que se refiere a la era en que nuestra acción sobre la naturaleza pasó a prevalecer, incluso en términos de destrucción”: Christian Dunker.
Los datos chilenos resultaron del sondeo en que participaron 1513 jóvenes de 15 a 29 años, lo divulgó el instituto el 18 de abril de 2024.
De los que descartan tener hijos, o más hijos para los que ya son padres o madres, 67 % declaró que el cambio climático ha influenciado ese deseo negativo, en un resultado casi parejo entre mujeres (68 %) y hombres (66 %).
Casi mitad, exactamente 46 %, declaró también que piensa mudarse de su localidad de residencia a causa de los riesgos climáticos. Los índices excluyen los que no contestaron y las respuestas “no sé”.

Nuevas enfermedades mentales
Junto con la ecopsicología surgieron conceptos como la ecoansiedad, ansiedad y angustia climáticas, en los estudios dedicados al tema en muchos países.
El Instituto Brasileño de Ecopsicología (IBE) nació en Brasilia en 2016, nueve años después del Centro de Ecopsicología del Uruguay.
La Sociedad Internacional de Ecopsicología, que promovió su décimo congreso en Brasilia en julio de 2025, se fundó en 2005 como sociedad europea en Neuchâtel, Suiza. En 2017 ganó el status mundial.
El congreso de este año tuvo como tema “Ecopsicología y crisis climática”, bajo la consigna de “restablecer las relaciones con el planeta”. Antecedió a la 30 Conferencia de las Partes (COP30) sobre cambio climático, realizada en Belém, en el norte amazónico de Brasil, del 10 al 22 de noviembre.
La ecopsicología es una rama de la sicología social, “a veces entendido como un encuentro con otras disciplinas como antropología, la filosofía, la teoría política”, explicó el sicólogo social Christian Dunker a IPS, por teléfono desde São Paulo.
“Es un área reciente de conocimiento que aún no se autonomizó como una disciplina universitaria, al punto de merecer un curso de graduación” en Brasil, acotó.
Conocimiento y negación
Su bautismo se formalizó en 1992 con la publicación del libro “The voice of the Earth” (La voz de la tierra), del estadounidense Theodore Roszak, que sistematiza las conclusiones de un grupo de investigadores de la también estadounidense Universidad de Berkeley, que estudió el tema desde los años 80.
Roszak detalla los ocho principios de la ecopsicología, que empiezan por identificar un inconsciente ecológico, la profunda conexión entre el ser humano y la naturaleza, que al ser reprimida, como la sexualidad para la psicoanálisis freudiana, genera “la locura de la sociedad industrial” en su relación con el ambiente natural.
Como estudio sobre “la relación de nuestra subjetividad con la naturaleza”, “la ecopsicología critica el antropocentrismo y el antropoceno, dos conceptos conexos, uno que nos pone en el centro del universo, de la naturaleza y de las especies, otro que se refiere a la era en que nuestra acción sobre la naturaleza pasó a prevalecer, incluso en términos de destrucción”, apuntó Dunker.
La ansiedad climática se hizo “catalizadora de otras ansiedades” y eso genera “acciones y reacciones negacionistas que amplían en 1 % las dudas existentes en el debate científico como forma de negar la angustia de los otros”, acotó.
“Es una manera sencilla de empujar la angustia para otros y así ganar seguridad”, más aún si la negación se practica “en grupo de odio contra otros grupos”, señaló el sicólogo, profesor en la Universidad de São Paulo.
El negacionismo ambiental y climático estuvo vigente durante el gobierno ultraderechista del ex presidente Jair Bolsonaro, de 2019 a 2022, y contagió al parecer una mayoría en el legislativo Congreso nacional que en este año aprobó una serie de medidas que debilitan las leyes de protección ambiental en Brasil.
La ecopsicología, a la vez que provee instrumentos para cuidar las personas con ansiedad y angustias derivadas de la crisis climática, difunde una revisión de las relaciones de la humanidad con la naturaleza volcada a una harmonía, perdida en los últimos siglos.

Rescatar saberes ancestrales
Se trata de “reaprender a escuchar la naturaleza”, de poner fin al “exceso de la dimensión masculina dominadora de nuestra cultura” y equilibrarla con la dimensión femenina de nuestra psique, de mayor sensibilidad para las conexiones con la naturaleza, según Marco Aurelio Carvalho, fundador y director del IBE.
Una nueva convivencia con la naturaleza, menos destructiva, exige también un rescate de los saberes ancestrales, de los pueblos originarios, de “las culturas vencidas y diezmadas” por la “arrogancia blanca euro-americana”, que guardan conocimientos “que nosotros olvidamos o reprimimos”, dijo en una charla en que explica la nueva rama de la psicología, en el sitio web del IBE.
Como ejemplo, mencionó el pueblo sentinelés, de la isla Sentinel del Norte, en India, devastada por un tsunami en 2004. Se temió por la extinción de esa población y su cultura, pero tres días después se supo que nadie había muerto.
Es que ellos “sabían leer la naturaleza”, previeron el riesgo por “avisos de los animales marinos” y se refugiaron en las montañas, recordó Carvalho, sicólogo clínico con doctorado en desarrollo sostenible.
La “obsesión por el crecimiento”, por la escala creciente y sin límites, es otro aspecto del Antropoceno, con ciudades cada día más grandes y pobladas, y así deseadas por seres humanos que ignoran “la escala social adecuada a las personas”, criticó.
Las ciudades gigantescas alejan más aún el ser humano de la naturaleza, el origen de la ansiedad climática, sostiene.
La ecopsicología defiende que se reconozcan y se respeten los “derechos del planeta” y se desbloquee el inconsciente ecológico reprimido, para rescatar una consciencia que conduciría a otra relación con la naturaleza, conectiva y sin la destrucción reciente y actual, resume Carvalho.
El contacto con la naturaleza conservada es una forma de atenuar la eco-ansiedad y las angustias climáticas, recomendó.
El “baño forestal” es uno de los “medicamentos” muy practicado en Japón, en cuya lengua recibió el nombre de shinrin-yoku. La universidad japonesa de Chiba reveló, en una investigación, que la inmersión en los bosques redujo en 13 % la presencia de cortisol, que indica estrés, en la sangre de las personas examinadas.
También registro mejoras en la hipertensión y otros indicadores cuyos desequilibrios suelen provocar problemas cardiacos.
“La angustia es por definición un afecto contagioso, suma temores, fobias, ansiedades y todo eso se canaliza a esa forma básica de los afectos que es la angustia y las ansiedades climáticas hacen parte de ese sistema circular”, explicó Dunker.
Los efectos se agravan en el actual ambiente digital, con la manipulación del clima con objetivos políticos. Eso hace que las angustias climáticas se combinen con cuestiones raciales, de clase y género, porque la crisis climática afecta de forma desigual a las distintas etnias, a los pobres y las mujeres, concluyó.
ED: EG


