KABUL – Shabnam, una joven de 26 años y con casi la carrera de derecho terminada, se las arregla para vivir y trabajar disfrazándose como varón en Afganistán. En un mercado abarrotado, con el bullicio de los vendedores ambulantes y el olor de los restaurantes cercanos, una pequeña tienda anónima se mezcla con el caos.
En su interior, estanterías oxidadas cubren las paredes, latas de refresco vacías colgadas en la pared añaden un toque de color y una vieja mesa cubierta con un paño gastado se encuentra en una esquina. Para los transeúntes, el tendero es un joven.
Nadie percibe que que, detrás de este disfraz, una joven respira entre el miedo y la esperanza.
«Nunca tuve una infancia», dice Shabnam, «mientras otros niños jugaban en las calles, yo abría la tienda».
Y continúa: «Desde los 10 años trabajé a tiempo parcial junto a mi padre y seguí trabajando a tiempo parcial mientras continuaba mis estudios universitarios bajo su tutela».
Sin embargo, su padre ahora es un anciano y está parcialmente paralizado, y ella es la única fuente de ingresos de la familia. Su mayor deseo, dice, es que su hermano menor crezca y tenga éxito.
Un secreto que conocen muy pocos
Los residentes de los barrios circundantes solo la conocen como un joven educado.
Cada día, los funcionarios municipales recaudan impuestos de los comerciantes, exigiendo el pago independientemente de si han vendido algo o no. Esta jornada, incluso le entregaron una advertencia formal después de la visita.
«¡Eh, chico, paga tus impuestos!», le gritó el recaudador. «Haz crecer tu negocio. Consigue un carrito pequeño y vende en la calle», le demandó.
«Por cierto, ¿de quién es esta tienda?», le preguntó a continuación. Aterrorizado, el asustado joven respondió tímidamente: «Es de mi padre. Está paralítico y se queda en casa».
«Alquila tu tienda y paga tus impuestos con el alquiler», le gritó el recaudador de impuestos una vez más. «Todas las tiendas pagan impuestos. ¿Cuánto has vendido hasta ahora?», le insistió.
«He ganado 75 afganis (1,10 dólares)», le dijo Shabnam.
«Vamos, eso no es suficiente. ¡Ve a comprar un carrito pequeño y trabaja más duro, vende verduras y frutas! ¿Lo entiendes?», le dijo el recaudador.
Dos comerciantes vecinos, amigos íntimos del padre de la joven, están muy impresionados por la resistencia y la determinación de la joven.
«Si esta chica no existiera, su familia pasaría hambre», dice uno. «Pero si los talibanes descubren que es una mujer disfrazada de hombre, la pondrían en peligro. Por desgracia, su hermano pequeño es demasiado pequeño para llevar una tienda», comenta.
Este secreto forma parte de la vida cotidiana de esta joven. Como viste ropa de un varón adolescente, afortunadamente nadie en el barrio, donde la mayoría son inquilinos, la reconoce por la calle. Ni siquiera sus parientes vienen a proponerle pretendientes para casarse, lo que harían si conocieran la verdad, según la costumbre afgana.
Los vecinos cotillean y aseguran: «Que Dios nunca haga que nuestra familia sea como la suya, ¿una joven que regenta una tienda? Nadie en nuestra tribu ha sido nunca tan desvergonzado».

Una nube constante de miedo
Cada mañana, cuando abre la puerta de la tienda, un miedo intenso se apodera de ella.
«Nunca he empezado un día sin temor. Cuando los talibanes pasan por delante de la tienda, mi corazón se acelera. Me pregunto si este será mi último día en la tienda», dice.
Aun así, no tiene otra opción. Si no trabaja, su familia no come. Cada noche esperan en casa a que cierre la tienda para cenar.
«Cuando mi madre me ve, se le llenan los ojos de lágrimas. Me besa y me dice: «¡Eres una chica valiente y fuerte, y además abogada!», cuenta Shabnam.
Y añade: «Mi madre quería trabajar; quería lavar ropa para otros, pero yo no se lo permití. Hace poco, cuando llegué a casa, la vi cosiendo colchas y colchones para otras personas. Me di cuenta de que era mi turno de proclamarla una mujer valiente y fuerte».
Los escasos ingresos que gana su madre ayudan a cubrir los gastos de la medicación para la hipertensión de su padre. La familia, compuesta por cinco miembros, incluye dos hermanas y un hermano.
«A menudo nos acostamos con hambre si ganamos menos de 100 afganis (1,60 dólares) al día. Mi hermano llora hasta quedarse dormido, pero yo intento poner buena cara aunque por dentro lloro», cuenta Shabnam.
Sus palabras reflejan la realidad de miles de mujeres afganas en todo Afganistán.
Un pequeño sueño que parece inalcanzable
A pesar de los riesgos, Shabnam se aferra a un modesto sueño. «Algún día, quiero tener suficiente capital para montar un negocio para mujeres en esta tienda», dice con una leve sonrisa. En lugar de patatas fritas quemadas y refrescos que revuelven el estómago de todos los tenderos, ella vendería bolani fresco, un pan plano tradicional afgano, normalmente relleno de patatas, espinacas, calabaza o puerros.
Pero no tiene ni el capital ni la seguridad necesarios para solicitar un préstamo para comprar el equipo.
Los vecinos siguen de cerca la vida de Shabnam. La han visto llorar detrás de las estanterías de la tienda y comprenden el cansancio que la agota y saben que no hay otra opción. «Esta chica es como mi propia hija», dice uno de los vecinos, «siempre admiro su valentía. Ni siquiera aceptaría ninguna oferta gratuita por mi parte».

Una sociedad de mujeres silenciadas
Según las Naciones Unidas, más de 80 % de las mujeres afganas han perdido su trabajo desde que los talibanes volvieron al poder, en agosto de 2021.
El regimen del movimiento político y militar islamista fundamentalista ya habían gobernado el país entre 1996 y 2001, e imponen un acatamiento estricto de la ley islámica, la Sharia, que fuerza a las mujeres a restringirse al ámbito doméstico, sin posibilidad de estudiar o trabajar.
Las mujeres que antes mantenían a sus familias ahora están confinadas en sus hogares. En este contexto, una joven que aún se atreve a mantener abierta su tienda es un símbolo de resistencia silenciosa. Sin embargo, esta resistencia podría terminar en cualquier momento con una sola amenaza.
Su mayor temor es la llegada de los recaudadores de impuestos. Ella paga en silencio lo que puede. No hay salida.
Los expertos económicos advierten de que la exclusión de las mujeres del mercado laboral ha empujado a innumerables familias a la pobreza extrema. La historia de Shabnam es un pequeño ejemplo de una crisis social mucho mayor.
La tienda es un refugio de esperanza
Para Shabnam, la tienda es más que un lugar de trabajo. Es un refugio donde se siente viva. Cada lata de refresco que cuelga como decoración es un signo de esperanza. Intenta dar color a la tienda incluso en medio de la pobreza y las amenazas.
«El secreto de mi éxito es el pequeño disfraz que hace que todo el mundo piense que soy un chico de 16 años años», dice.
Pero, añade, «últimamente me despierto casi siempre con miedo por los impuestos. ¿Podré abrir la tienda hoy? ¿Y si vienen los funcionarios municipales, me lo quitan todo en un momento y lo tiran a la calle? ¿Y si no puedo comprar una pequeña bandeja o tengo que dejar de alquilar mi tienda? ¿Qué me harán?».
«Mi historia podría ser la de miles de otras mujeres que siguen luchando por el pan, por la vida y por su dignidad», reflexiona.
A pesar de los enormes retos, Shabnam sigue albergando la ambición de terminar sus estudios de Derecho y poder convertirse en la abogada que una vez se propuso ser.
T: MF / ED: EG


