SANTIAGO – La región cerrará 2025 con un crecimiento económico de 2,4 por ciento y en 2026 seguirá con cifras bajas, 2,3 por ciento, por cuarto año consecutivo, alertó la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (Cepal) en su balance publicado este martes 16.
El consumo ha sido el motor principal de la actividad económica en los últimos años -más de la mitad del crecimiento del producto interno bruto (PIB) regional-, pero se registra una disminución en el año que concluye e igualmente se proyecta para 2026.
Se agregan como contexto del bajo crecimiento de la economía regional el menor dinamismo de la demanda externa y un crecimiento más bajo del empleo, según el “Balance Preliminar de las Economías de América Latina el Caribe 2025”.
El secretario ejecutivo de la Cepal, José Manuel Salazar-Xirinachs, dijo al presentar el informe en esta capital chilena que “para salir de la trampa de baja capacidad para crecer son necesarias políticas de desarrollo productivo de mayor ambición, más hoy bajo las nuevas condiciones de rivalidad geoeconómica”.
Se requieren “políticas macroeconómicas que muevan más recursos para el crecimiento, la innovación, la diversificación económica, la transformación productiva y la creación de empleos de calidad”, destacó Salazar-Xirinachs.
El informe reporta diferencias en las trayectorias de la actividad económica a nivel subregional, donde América del Sur crecería 2,9 % en 2025, impulsada por la recuperación de Argentina, Bolivia y Ecuador tras contracciones en 2024.
Para 2026 se proyecta una desaceleración a 2,4%, debido a un menor crecimiento en la mayoría de sus economías.
El pronóstico es que Paraguay crecerá 4,5 %, Argentina 3,8 %, Perú y Venezuela 3,0 %, Colombia 2,7 %, Chile y Ecuador 2,2 %, Uruguay 2,1 %, Brasil dos por ciento y Bolivia 0,5 %.
América Central (la Cepal incluye a Cuba, Haití y República Dominicana) registraría una expansión de 2,6 % en 2025, afectada por el debilitamiento de la demanda de Estados Unidos.
Para 2026 se espera una mejora hacia tres por ciento, aunque persisten vulnerabilidades vinculadas al comercio, las remesas, el acceso a financiamiento y la exposición al cambio climático.
Los mejores resultados se prevén para Costa Rica y Honduras, con 3,9 %, seguidas de Guatemala (3,8 %), Panamá (3,7 %) y República Dominicana (3,6 %). Los más bajos corresponden a Haití, con un decremento de -1,2 %, y Cuba, que crece 0,1 %.
Para el Caribe se espera un crecimiento de 5,5 % en 2025 y 8,2 % en 2026, apuntalado por el importante crecimiento de la actividad petrolera en Guyana, y apoyado por la normalización del turismo y un mejor desempeño de la construcción.
No obstante, esta subregión mantiene una elevada exposición a desastres naturales, lo que condiciona la capacidad para crecer de sus economías.
La Cepal estima que el crecimiento del empleo también perderá impulso en la región: dos por ciento en 2024, 1,5 % en 2025 y se espera que 1,3 % en 2026.
En materia de precios, la inflación regional alcanzaría una mediana (punto medio) de tres por ciento en 2026, superior al 2,4% estimado para el cierre de 2025, aunque por debajo de los niveles observados durante los choques inflacionarios de 2021-2022.
El informe advierte de riesgos externos e internos que condicionan el escenario para 2026. En cuanto a los externos, el crecimiento de la región estará supeditado a las dinámicas que se observen tanto en el crecimiento del PIB mundial, en especial de los principales socios comerciales, como en el comercio mundial.
De igual forma, influirá la política monetaria en los Estados Unidos, que ha sido más expansiva, y los posibles cambios en la política económica y comercial de ese país.
Asimismo, la incertidumbre en los mercados financieros internacionales, y la posible volatilidad de los flujos de financiamiento externo, incluida la inversión extranjera directa y las remesas, pueden afectar el crecimiento regional en 2026.
En el frente interno, el crecimiento se puede ver afectado por el desempeño de los mercados laborales y su impacto sobre el ingreso de los hogares y el consumo.
También por la vulnerabilidad estructural de muchas de las economías de la región frente a desastres naturales, y por las presiones que se puedan derivar del peso de los recursos destinados al servicio de la deuda.
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