Opinión

COP30: La era de la irracionalidad en la política climática

Este es un artículo de opinión de Pedro Barata, vicepresidente asociado del no gubernamental Fondo de Defensa Ambiental.

Los negociadores mundiales se reúnen en Brasil para la COP30 y el secretario general de la ONU, António Guterres, hizo un llamado a tomar medidas urgentes para reducir las temperaturas globales y mantener el objetivo de 1,5 °C al alcance. Imagen: Guillaume Louÿs / OMM

LISBOA – Llevo trabajando en política climática desde finales de la década de 1990. Estuve presente cuando las primeras discusiones sobre el mercado de carbono en Europa estaban dando forma a la arquitectura que finalmente sustentaría el Protocolo de Kioto.

Ese marco, construido en torno a la cooperación internacional y los mecanismos basados en el mercado, nació en un momento en que el cambio climático se entendía como un problema global que requería soluciones globales.

A pesar de todos sus defectos, el Protocolo de Kioto tenía una lógica subyacente: la acción colectiva era indispensable y las herramientas basadas en el mercado podían aprovechar la eficiencia y la escala.

Hoy en día, el panorama ha cambiado. Los presupuestos públicos se están reduciendo, las tensiones geopolíticas están aumentando y los efectos del cambio climático se están acelerando.

Sin embargo, en medio de esta urgencia, estamos asistiendo a un preocupante aumento de lo que solo puede calificarse de irracionalidad: la voluntad de mantener dos o tres ideas contradictorias a la vez, incluso cuando hay tanto en juego.

El autor, Pedro Barata

Tomemos, por ejemplo, la afirmación persistente de que la «compensación» de carbono ya no es posible en virtud del Acuerdo de París. El argumento es el siguiente: dado que ahora los países tienen límites de emisiones en virtud del Acuerdo de París, la compensación deja de existir de alguna manera.

Pero se trata de un malentendido fundamental. La lógica misma del sistema de límites máximos y comercio de derechos de emisión, ya sea en el marco del Régimen de Comercio de Derechos de Emisión de la Unión Europea (UE) o de los mercados internacionales, se basa en la compensación, es decir, en compensar las reducciones de emisiones en otros lugares en lugar de reducirlas en el propio país.

La compensación es perfectamente posible e incluso deseable, desde una perspectiva económica, en un entorno con límites. El problema nunca ha sido el principio. Ha sido la credibilidad de determinados créditos, la calidad desigual de la supervisión y la falta de transparencia en ciertos rincones del mercado.

Estos retos son reales. Pero la respuesta racional no es huir de ellos. Es redoblar los esfuerzos: reforzar la orientación y la regulación, exigir mejores datos, aumentar la transparencia, denunciar las malas prácticas e instaurar la integridad en toda la cadena de valor. Los mercados de alta integridad no son fáciles, pero son posibles, y ya están dando resultados.

Es más, las pruebas demuestran que la cooperación internacional en los mercados de carbono reduce los costes en todas las regiones modelizadas en comparación con los países que actúan por su cuenta, con un ahorro potencial de hasta 250 000 millones de dólares para 2030. Renunciar a estos beneficios sería un acto de autosabotaje.

La irracionalidad va más allá de los mercados. Los responsables políticos admiten sin reparos que las arcas públicas están agotadas, que los presupuestos de ayuda al desarrollo se están reduciendo y que el clima suele perder prioridad en el gasto nacional.

Sin embargo, casi al mismo tiempo, algunos sugieren que la mitigación internacional puede y debe financiarse principalmente con dinero público en lugar de con los mercados de carbono.

¿De dónde se supone que va a salir ese dinero?

Los datos son contundentes: el mundo necesita 8,4 billones (millones de millones) de dólares anuales en financiación climática para 2030, pero solo se proporcionaron 1,3 billones en 2021-2022.

Eso deja un déficit de 7,1 billones de dólares en la actualidad, que se prevé que siga siendo de casi 4,0 billones en 2030, incluso en escenarios de continuidad. El pensamiento mágico no desmantela las centrales de carbón, ni detiene la deforestación, ni amplía la eliminación de carbono.

La financiación privada no solo es útil, sino esencial. La financiación privada externa para el clima sigue siendo de alrededor de 30 000 millones de dólares al año en la actualidad. Para 2030, debe aumentar hasta entre 450 000 y 500 000 millones de dólares anuales, lo que supone un incremento de entre 15 y 18 veces.

No hay una vía plausible para cerrar la brecha sin movilizar capital a esta escala, y los mercados de carbono de alta integridad son una de las pocas herramientas disponibles en este momento que pueden canalizar esos flujos directamente hacia la mitigación.

Lo que se necesita no es pureza, sino pragmatismo. Necesitamos un conjunto completo de soluciones, un enfoque de cartera para la política climática. Deben continuar las reducciones profundas de emisiones a nivel nacional.

Las eliminaciones rápidas son esenciales para equilibrar el presupuesto de carbono. Y los flujos masivos de capital hacia una amplia gama de soluciones deben escalarse conjuntamente.

Ninguna de estas herramientas por sí sola resolverá la crisis climática. No hay soluciones milagrosas. Pero rechazar herramientas viables porque son imperfectas garantiza el fracaso. El mayor riesgo es el retraso, no la imperfección.

Por supuesto, la crítica desempeña un papel esencial. La crítica constructiva fortalece los sistemas, pone de manifiesto las debilidades e impulsa la mejora.

Pero cuando la crítica se inclina hacia el absolutismo, cuando se descartan por completo los mercados o se deja de lado la cooperación internacional en favor del aislamiento, se convierte en contraproducente.

En un momento en el que la inestabilidad geopolítica dificulta la cooperación, alejarse de los mecanismos disponibles es el colmo de la irracionalidad.

No pretendo tener la receta completa para restaurar la racionalidad en la política climática. Pero sí sé esto: el cinismo no es una estrategia y el retraso no es una opción. Los mercados, cuando están bien gestionados, siguen siendo una de las formas más rápidas de movilizar capital a gran escala para la acción climática. Las finanzas públicas, aunque limitadas, deben dirigirse de forma estratégica.

Y la cooperación internacional, por muy pasada de moda que esté, es indispensable. El futuro no se ganará eligiendo un camino y descartando los demás. Se ganará utilizando todas las herramientas disponibles y negándonos a dejar que la irracionalidad nos lleve a la inacción.

Pedro Barata es vicepresidente asociado del no gubernamental Fondo de Defensa Ambiental.

T: MF / ED: EG

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