Mujeres rurales en Perú luchan contra desventajas que acentúa el cambio climático

En Perú habitan más de tres millones de mujeres rurales, un segmento de la población a la que el Estado le viene dando la espalda, le mantiene rezagado en oportunidades de desarrollo y no le garantiza el reconocimiento y ejercicio de sus derechos. Imagen: Mariela Jara / IPS

PUNO, Perú – Ser mujer rural en Perú significa enfrentar muchas barreras para lograr una vida con derechos. Esta desigualdad se agrava por los impactos del cambio climático que las golpea con mayor fuerza por su condición de género, etnia y edad.

“No hay seguridad en nuestra cosecha; el cambio climático no te avisa cuándo viene la helada, el granizo o el viento que pueden malograr nuestros cultivos”, refirió a IPS en la ciudad andina de Puno, Rosa Cachi, una mujer aymara de 58 años, quien se dedica a la agricultura familiar en su comunidad campesina de Quilca, en el municipio de Zepita.

Ella representa la resistencia y lucha de este sector de la población que aun viviendo marcadas desventajas contribuye significativamente a la seguridad alimentaria y el cuidado de la biodiversidad, y que este miércoles 15 de octubre las coloca como parte de la agenda central a nivel mundial.

La fecha conmemora el Día Internacional de la Mujer Rural, instituida en 2007 por la Asamblea General de Naciones Unidas para reconocer su rol y aportes e instar a los Estados a prestar atención a sus necesidades y promover su pleno desarrollo.

Han transcurrido 18 años y las deudas con ellas persisten de manera clamorosa en todo el planeta: es menor su acceso a la tierra, el agua, la capacitación y tecnología, así como a una educación y salud de calidad, lo que limita sus oportunidades y reproduce círculos de pobreza, violencia y discriminación según reporta Naciones Unidas.

“Quisiera que mis hijos se quedan en la comunidad desarrollándose con la agricultura, que no se marchen a la ciudad, pero se necesita que las autoridades inviertan en desarrollo, que piensen en las niñas sobre todo, que muchas veces dejan la escuela para ayudar a las mamás porque ya no pueden con tanto trabajo”: Miriam Latorre.

Para este año el tema que impulsa ONU Mujeres es “El ascenso de la mujer rural: construir futuros resilientes con Beijing+30” en el marco de los 30 años de la Declaración y Plataforma de Acción aprobada en la IV Conferencia Mundial de la Mujer realizada en China, que promovió la igualdad de derechos para las mujeres y niñas en su diversidad.

La realidad de postergación no es diferente en el Perú donde las mujeres rurales gestionan en promedio apenas 1,8 hectáreas de tierra respecto de las tres que tienen los hombres, pero sin contar todas con el título de propiedad respectivo porque siguen vigentes normas comunales que no les reconocen ese derecho.

Además, cifras oficiales indican que casi 40 % carecía de ingresos propios. Ello debido a que su trabajo en el campo es considerado parte del apoyo a la familia y no recibe pago. Y menos el que realiza para alimentar y atender las necesidades del hogar, en el que invierte 47 horas semanales, 10 más que sus pares urbanas.

Rosa Cachi, una campesina aymara del sur andino departamento peruano de Puno, vive los efectos del cambio climático como una presencia perjudicial imprevista pero constante, que se suma a los obstáculos que como mujer rural peruana enfrenta cada día. En la imagen, en su comunidad campesina, Quilca, por sobre los 3800 metros sobre el nivel del mar. Imagen: Cortesía de Rosa Cachi

Desarrollo rural y de las mujeres

A más de 3800 metros sobre el nivel del mar (msnm), el municipio de Zepita, de la provincia de Chucuito, es una de las 13 que conforman el surandino departamento de Puno, el tercero en el país con mayor situación de pobreza, con un índice de 40 %.

“Antes los señaleros nos indicaban cómo trabajar nuestra chacra (finca productiva), pero con el cambio climático en cualquier rato viene la lluvia, el granizo o la helada, hasta 20 grados bajo cero llega el frío; hace poco ha quemado la quinua y la cebada que ya estaban brotando de la tierra y eso nos afecta mucho porque vivimos de la agricultura y somos las mujeres las que alimentamos a las familias”, afirmó Cachi.

Integrante de la Federación de Mujeres Wiñay Warmi (Mujeres para Siempre, en quechua), explicó que aprendieron de sus abuelas y abuelos a dialogar con la naturaleza y reconocer en el silbido del viento, el canto de un animal silvestre o en el florecimiento de ciertas plantas, la señal de algún cambio en el clima. Sin embargo, estos “señaleros” están alterados.

“Conversábamos con nuestra naturaleza para llevar bien nuestra agricultura, pero el cambio climático lo ha alterado, ya no nos puede avisar. Ahora estamos recuperando otros saberes para protegernos de las inundaciones o de los granizos”, manifestó.

Cachi es una de las 3,5 millones de mujeres que habitan las zonas rurales del Perú, entre quienes se encuentran alrededor de 700 000 que se dedican a la agricultura familiar.

El Perú, azotado por una larga y fuerte crisis política, siendo la más reciente destitución el viernes 10 de la presidenta Dina Boluarte y sustitución por el cuestionado José Jerí -hasta entonces titular del Congreso Legislativo-, ha mostrado un profundo desinterés del Estado por la realidad del campo y de las mujeres.

La población rural viene disminuyendo de manera constante debido a la migración a los centros urbanos en busca de mejores oportunidades. De acuerdo a proyecciones oficiales del gubernamental Instituto Nacional de Estadística e Informática (Inei), al 2025 el porcentaje de su población sería de 16,4 % del total nacional de 34 millones.

“¿Quién atenderá nuestros cultivos si todos los jóvenes se van?”, se preguntó Cachi para luego exhortar a las autoridades a que promuevan un desarrollo rural que garantice salud y educación de calidad a sus habitantes sin discriminar a las mujeres, capacitación técnica, resguardo de las fuentes de agua, el impulso de industrias alimentarias y la agroecología.

En su comunidad viven 300 familias que producen en forma planificada en áreas bajas y altas diversidad de granos y tubérculos como quinua (Chenopodium quinoa Willdenow), cebada (Hordeum vulgare), cañigua (Chenopodium pallidicaule), papa (Solanum tuberosumoca), oca (Oxalis tuberosa) y habas (Vicia faba).

Los cultivos están delimitados por rubros en los andenes -en las zonas altas-, y a campo abierto. “Si el agua se lleva la siembra de la parte baja, salvamos lo que está arriba. Las enseñanzas que nos dejaron nuestros abuelos de sembrar en andenes nos sirven ante este cambio climático, nos aseguran cosechas para poder comer”, destacó.

Miriam Latorre, una campesina quechua de la comunidad de Anansaya, en el departamento surandino peruano de Cusco, donde se dedica a la agricultura familiar. Entre sus múltiples tareas, además de atender las necesidades de su familia, destaca el cultivo de hortalizas con prácticas agroecológicas. Imagen: Cortesía de Miriam Latorre

Oportunidades para progresar

Miriam Latorre es una campesina quechua de 37 años. Vive en la comunidad campesina de Anansaya en el municipio de Paruro, en el también departamento surandino de Cusco, a más de 3000 msnm. Se dedica por completo a su huerto agroecológico de hortalizas, al cuidado de sus animales menores y a la atención de su familia compuesta por su esposo, y sus cuatro hijos, dos hombres y dos mujeres.

Como mujer rural lo que anhela es que haya oportunidad en el campo para progresar y vivir del fruto de la tierra. Es consciente de que para ello la primera llave es la educación.

“Yo no pude terminar la escuela, solo hice la primaria porque mis padres no tenían medios económicos, tuve que trabajar en la chacra con ellos, apoyándoles. En cambio a mis hijas sí les damos su educación, la mayor está terminando sus estudios para ser docente de inicial y la pequeña está en primaria”, compartió por teléfono con IPS desde su comunidad, en la que viven 400 familias.

Las instituciones educativas no están cerca, el adolescente de 15 años debe caminar 40 minutos de ida y vuelta a y desde el local de secundaria, y la niña de ocho, recorrer 20 minutos hasta la sede de primaria.

“Eso no está bien, yo quisiera que mis hijos se quedan en la comunidad desarrollándose con la agricultura, que no se marchen a la ciudad, pero se necesita que las autoridades inviertan en desarrollo, que piensen en las niñas sobre todo, que muchas veces dejan la escuela para ayudar a las mamás porque ya no pueden con tanto trabajo”, reflexionó.

Detalló cómo el cambio climático incrementa sus tareas: al secarse las fuentes de agua debe recorrer distancias más largas para conseguir abastecerse del preciado líquido; camina más horas para conseguir los pastizales que son alimentos de sus cuyes (Cavia porcellus); duerme menos para llegar a las cinco de la mañana a su invernadero y así prevenir las altas temperaturas.

Denisse Chávez, del Comité Nacional de Mujeres y Cambio Climático, afirmó que las desigualdades y la discriminación tienen el rostro de las mujeres rurales en Perú, quienes, aseguró, «están expuestas a un círculo repetitivo de pobreza que se entrecruza con el racismo y la violencia». Imagen: Mariela Jara / IPS

Estado indiferente

Las desigualdades y la discriminación tienen rostro de mujer rural en el Perú, afirmó Denisse Chávez, representante del Comité Nacional de Mujeres y Cambio Climático, que agrupa a 34 instituciones que a nivel nacional comparten una agenda de género y cambio climático.

Tomando datos del Inei señaló que en las zonas rurales solo 25 % tiene el servicio higiénico conectado a la red pública, mientras que la desnutrición crónica infantil es de 22 % y persiste una alta tasa de analfabetismo entre mujeres mayores de 15 años.

“El Estado no está haciendo nada relevante para modificar esas y otras condiciones de desventaja que mantienen a las mujeres rurales rezagadas de las oportunidades del desarrollo y expuestas a un círculo repetitivo de pobreza que se entrecruza con el racismo y la violencia en sus diferentes manifestaciones”, reprobó.

Lamentó que pese a los marcos normativos favorables al reconocimiento de sus derechos, los sucesivos gobiernos se hayan mantenido indiferentes con las urgentes necesidades de las mujeres rurales.

ED: EG

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